La crisis de 2008, la pandemia y la guerra de Ucrania han provocado en los países desarrollados un temor a la dependencia económica que los ha llevado a entornar fronteras y proteger las industrias nacionales. El resultado de ese proceso está por ver, pero es lógico pensar que los países menos desarrollados sufrirán las consecuencias del nuevo proteccionismo.
“Europa se está adaptando a las nuevas realidades geopolíticas, poniendo fin a la era de la ingenuidad y actuando como un verdadero actor geopolítico”, afirmó el comisario de Mercado Interior, Thierry Breton, a principios de octubre, al presentar la primera medida de la Estrategia de Seguridad Económica de la UE, por la que se fomentará el desarrollo de sectores que se consideran clave para su crecimiento. En esta ocasión, la Comisión Europea ha declarado que la inteligencia artificial, la biotecnología, los semiconductores y la tecnología cuántica son “áreas críticas por sus capacidades y los riesgos de seguridad o de vulneración de derechos humanos que pueden suponer” y, por tanto, la UE no puede depender del exterior en su desarrollo.
La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen explicó algo más la cuestión: “Europa estableció en junio de este año su primera Estrategia de Seguridad Económica para garantizar nuestra soberanía, seguridad y prosperidad en los años venideros. Hoy damos los siguientes pasos, al establecer las áreas tecnológicas críticas que deben evaluarse”.
El comisario y la presidenta hablaron de “nuevas realidades geopolíticas”, del “fin de la era de la ingenuidad”, de “garantizar nuestra soberanía, seguridad y prosperidad”. Y todas esas frases van encaminadas a un fin: evitar que el poder chino se haga con el control de tecnologías que serán clave en el futuro desarrollo de la sociedad. Es decir, proteger a la industria y a los ciudadanos europeos.
Con su reciente Ley de Ciencia y Chips, EE.UU. busca reforzar el sector de los semiconductores y evitar su dependencia, sobre todo, de los fabricantes chinos
No es la única decisión que Europa ha tomado en este sentido en las últimas semanas. Por ejemplo, cuando las ventas de automóviles chinos empiezan a ser significativas en el continente, Bruselas ha abierto una investigación sobre las supuestas ayudas públicas que Pekín y las administraciones locales chinas ofrecen a los fabricantes nacionales que abaratan los precios finales de los coches eléctricos que se venden aquí. Y también acaba de anunciar otra actuación sobre los subsidios estatales concedidos a los fabricantes de turbinas para las centrales eólicas. Todas estas decisiones se han tomado en menos de un mes.
Europa no está sola en este camino de vuelta al proteccionismo. Estados Unidos ha ido dando pasos en el mismo sentido en los últimos años. En 2022, el gobierno estadounidense aprobó la Ley de Reducción de la Inflación, que tiene como objetivo fundamental el tránsito hacia una “economía más sostenible” en sectores clave de la economía del país. Se destinarán 400.000 millones de dólares en diez años en créditos y subvenciones a determinados sectores, como la energía renovable y el transporte. Más recientemente, EE.UU. también aprobó la Ley de Ciencia y Chips, que con una inversión de 280.000 millones de dólares en cinco años busca sobre todo reforzar el sector de los semiconductores en el país y evitar la dependencia del mercado internacional, sobre todo de los fabricantes chinos. En otras palabras, regar de dinero a las empresas norteamericanas para que puedan hacer frente a la competencia china en industrias clave para la soberanía y la seguridad del país.
Tras la pandemia
Esta aceleración de la vuelta al proteccionismo comercial es, quizá, una de las consecuencias económicas más significativas de la pandemia, aunque sus causas vienen desde la crisis económica global de 2008. El shock que causó en la economía mundial el desplome de un sistema financiero sin fronteras llevó a emprender medidas de protección en los sistemas bancarios nacionales que se han ido trasladando al mundo industrial y comercial. Los riesgos del creciente poder económico de China, gracias, precisamente, a la globalización y las consecuencias de la pandemia de 2020, no han hecho más que acelerar ese proceso de defensa de la industria nacional.
Putin ha demostrado que la energía es una formidable arma de guerra, por lo que los países quieren depender lo menos posible de terceros para su abastecimiento (al menos, de terceros “peligrosos”)
The Economist acaba de publicar un amplio informe sobre el auge del proteccionismo en el mundo, que habla de la “economía patriótica”, definida como aquella que busca una reducción de “los riesgos para la economía de un país: los que presentan los caprichos de los mercados, un shock impredecible como una pandemia o las acciones de un oponente geopolítico”.
El semanario considera que esta vuelta al proteccionismo es el resultado de cuatro factores. Primero, la economía: como ya hemos comentado, la crisis financiera de 2007 fue el gran toque de atención sobre la pérdida de confianza en el modelo de la globalización y el parón económico mundial que trajo la pandemia en 2020 terminó por confirmar esos temores. Segundo, la geopolítica, con las batallas políticas y comerciales entre Estados Unidos y China y, posteriormente, la invasión de Ucrania por Rusia como determinantes. Tercero, la energía: Vladímir Putin ha demostrado que la energía es una formidable arma de guerra y los países quieren depender lo menos posible de terceros en su abastecimiento (al menos de terceros “peligrosos”). Y, cuarto, la inteligencia artificial generativa, que supone un cambio tan radical en todos los procesos productivos. Los gobiernos buscan la forma de hacerse fuertes en esta tecnología, sabiendo, por ejemplo, que los perdedores pueden estar amenazados con la destrucción de miles de empleos.
Este movimiento no sólo parte de los gobiernos, porque el miedo a la globalización ha llegado los inversores, que cada vez miran más de puertas adentro –aprovechando también las ventajas de esas medidas proteccionistas para las compañías– y las propias empresas, que prefieren producir en sus propios países que buscar otros mercados en los que montar nuevas fábricas, ayudadas, eso sí, por las millonarias subvenciones públicas.
Más pobreza, más inflación
¿Es buena la desglobalización para el crecimiento económico? Este mismo mes de octubre, el Banco Mundial recortaba su previsión sobre China para el próximo año y advertía de que los países en desarrollo del este de Asia van a crecer a una de las tasas más bajas de las últimas cinco décadas. Es lógico que si China se frena, todos sus socios comerciales de alrededor lo sufren pero, en esta ocasión, el Banco Mundial ha incidido en un condicionante significativo: el proteccionismo comercial de Estados Unidos está afectando a los países menos desarrollados –Vietnam, Tailandia, Filipinas…– del Sudeste asiático. Gran parte de la región, no sólo China, está empezando a verse afectada por las nuevas políticas industriales y comerciales norteamericanas, que están reduciendo las exportaciones de esos países hacia Estados Unidos, constata el Banco Mundial.
“El proceso de desglobalización va a seguir. El comercio global ha retrocedido en los dos últimos años, y todo apunta a que esa es la dirección futura”
La globalización económica y comercial que comenzó tras la caída del régimen soviético tuvo tres efectos significativos. El primero fue un aumento de la desigualdad entre el mundo desarrollado y el resto. Pero que los ricos fueran más ricos no significa que los pobres fueran más pobres. El segundo efecto de la apertura del comercio mundial supuso que más de mil millones de personas salieran de la pobreza extrema, con China e India como países más beneficiados, pero también otros en América Latina, como Perú o Colombia. El tercer efecto fue la contención generalizada de la inflación, ya que la fabricación se podía llevar a las zonas con menor coste y eso se repercutía en los precios finales de los productos y servicios.
En pura lógica, la desglobalización traerá unas consecuencias opuestas: disminución de la desigualdad, aumento de la pobreza –o al menos, no disminución de esta al mismo ritmo que antes– y una subida de la inflación. Los países más beneficiados del anterior proceso, como China, serían los principales perjudicados. El FMI y la OCDE prevén que el gigante asiático crezca en los próximos años al menor ritmo de las últimas décadas, porque ven agotado el modelo de crecimiento, basado en las exportaciones, que lo ha traído hasta aquí. Pero hay un grave inconveniente: China es ahora la segunda potencia económica mundial con un enorme poder militar, una desestabilización social del país podría tener consecuencias funestas en todo el mundo.
Los analistas dicen que este proceso proteccionista va a continuar. Desde la crisis de 2008, el PIB ha estado creciendo por encima del comercio mundial y así seguirá ocurriendo a medio plazo. “El proceso de desglobalización va a seguir. El comercio mundial ha retrocedido en los dos últimos años, y todo apunta a que esa es la dirección futura. Con las ventajas e inconvenientes mencionados y repartidos de forma desigual”, escribía recientemente José Ignacio Crespo, analista financiero, en el diario Cinco Días. Por su parte, The Economist, de ideología liberal, considera que la “economía patriótica” va a empobrecer el mundo. “Las políticas industriales nacionales y el proteccionismo pueden poner en peligro el comercio mundial sin hacer más seguras las economías occidentales”, afirma sin paliativos.