¿Un club político para las potencias emergentes?

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El pasado 16 de junio se celebró en la ciudad rusa de Yekaterimburgo la primera Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de los países BRIC, acrónimo que designa a Brasil, Rusia, India y China, considerados como potencias emergentes, no tanto en lo político como en lo económico y financiero. Las siglas fueron empleadas, por primera vez en 2001, por unos economistas de la consultora Goldman Sachs, que pretendían poner de manifiesto el atractivo de estos países para las inversiones extranjeras.

Acaso los inversores estén de enhorabuena, aunque los políticos occidentales, sobre todo los norteamericanos, tienen razones para estar inquietos. Por lo demás, la crisis económica está contribuyendo a que los BRIC exijan una mayor participación en el sistema financiero mundial. Lo hemos visto en la Cumbre del G-20 en Londres, punto de partida para una reforma en los sistemas de votación del FMI, pues hay un desfase evidente entre Brasil, representante de la décima economía mundial y que sólo cuenta con el 1,38% de los votos del Fondo, y Bélgica, cuya economía supone un tercio de la brasileña pero posee el 2,09% de los votos.

Intereses chino-americanos

Hay que remitirse a las cifras: los cuatro Estados representan un 15% de la economía mundial, aunque lo más llamativo es su poder financiero (más de un 40% de las reservas monetarias mundiales). No es extraño que China, poseedora de casi 700.000 millones de dólares en bonos del Tesoro americano, esté muy atenta al plan de reformas económicas de Obama, pues en ellas se juega su dinero.

El déficit presupuestario americano, llamado a dispararse en los próximos años, es visto por los chinos como una amenaza a su seguridad. En esta circunstancia cabe esperar una mayor concertación de Washington y Pekín más allá de los asuntos puramente económicos y financieros. Es lo que ha venido en llamarse G-2, presentado como la futura y auténtica configuración del poder mundial. En este contexto, se entienden los esfuerzos de las autoridades chinas por mantener el yuan en niveles bajos de cambio, y al mismo tiempo luchar para impedir una caída del dólar, algo que no disgustaría a los rusos, siempre dispuestos a presentar el rublo, el yuan y otras monedas de países emergentes como alternativas a la divisa norteamericana.

Los crecientes intereses chino-americanos, potenciados con el realismo en política exterior impuesto por la Administración Obama, son uno de los factores que impiden al BRIC constituirse como una alianza política que sirva de contrapeso a la hegemonía americana.

Bajo el impulso ruso

Otro factor es que el gobierno del primer ministro indio Manmohan Singh, reelegido recientemente, está interesado en potenciar los lazos estratégicos con EE.UU. En tiempos de Bush estos lazos se concretaron en la cooperación en el ámbito nuclear civil, si bien no hay que ocultar que la India ve con cierta inquietud, no tranquilizada por las palabras de Obama, que puede ser dejada en un segundo plano en beneficio de Pakistán, el viejo aliado de la guerra fría, dotado de unas armas nucleares susceptibles de caer en manos del extremismo islamista. Dicho de otro modo, la necesidad de recuperar la confianza del mundo musulmán lleva inexorablemente a Washington a marcar algunas distancias con la India e Israel.

De todo lo anterior no es difícil sacar la conclusión de que es Rusia la principal impulsora del BRIC como factor geopolítico mundial. Son cuatro naciones con una extensa superficie y grandes recursos naturales, aunque la demografía no deja de ser desigual. Supera los mil millones de habitantes en China y la India, aunque Brasil y Rusia escasamente sobrepasan los cien millones, algo que es un talón de Aquiles para el futuro de Rusia, Estado que pone más énfasis en los aspectos políticos que en los económicos.

Tras anteriores contactos informales, con la reunión de los máximos representantes políticos en Yekaterimburgo el pasado día 16 se pretende una cierta institucionalización de estos encuentros. La agenda pareció centrarse en asuntos como la crisis financiera, la reforma del FMI o la lucha contra el cambio climático, así como el incremento de la cooperación a todos los niveles entre los cuatro Estados. Pese a todo, de la intervención del presidente Medvedev y de la declaración final se desprende un acusado matiz político.

Nuevos centros de poder

El presidente ruso reconoció que los países del BRIC se reúnen también en otros foros, mas el hecho de crear uno específico responde al propósito de coordinar posiciones en torno a los problemas financieros internacionales. Lo político no aparecía de modo expreso en su discurso, salvo alguna alusión a las oportunidades que el nuevo foro ofrece en política exterior. Con todo, parece claro que Moscú ha hecho deliberadamente coincidir en el mismo lugar y fecha, la reunión de la Cumbre de la Organización para la Cooperación de Shanghái, el foro asiático que agrupa a Rusia, China y las repúblicas ex soviéticas de Asia Central, y que cuenta con la India e Irán como observadores.

Para Medvedev, Yekaterimburgo ha sido en estos días “el epicentro del mundo”, como si quisiera recordar a los occidentales, y en particular a EE.UU., que se están configurando en el mundo nuevos centros de poder y de decisión, y que Rusia tiene un papel protagonista en ellos. En esos centros no se repite el eslogan occidental de que la democracia y los derechos humanos contribuyen a la paz y la seguridad, aunque Brasil y la India sean democracias reconocidas. Antes bien, todo gira en torno al viejo principio -defendido por la “democracia soberana rusa”- de la soberanía de los Estados y los derechos que le son inherentes.

En este sentido, la declaración final de la cumbre del BRIC insiste en “un mundo multipolar más justo y más democrático”, pero da la impresión de que los verdaderos protagonistas de la democracia sean los Estados. Ahora les correspondería disfrutar de su parcela de poder mundial a las potencias emergentes, que en otro tiempo fueron dominadas por Occidente. Resucita así poco a poco la vieja teoría del equilibrio de poder, que conoció Europa durante siglos. Cualquier historiador sabe que no sirvió para preservar la paz.

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