·

¿Presidentes de honor o con mando?

publicado
DURACIÓN LECTURA: 6min.

En la UE comienza el 1 de enero un semestre histórico: el primero con presidente estable del Consejo, Herman Van Rompuy, nombrado por dos años y medio renovables; el primero también con “ministra de Asuntos Exteriores” (por utilizar el nombre que no se debe utilizar), con la británica Catherine Ashton. Es decir: el primero después de las reformas institucionales introducidas por el Tratado de Lisboa.

Y el primero con la nueva Comisión, en la que Barroso -tras cinco años poco convincentes y una reelección escasamente emocionante- ha conseguido contentar a todos los países; una Comisión con muchos pesos pesados de la política de los diferentes Estados, casi todos en carteras nuevas para ellos. Con Joaquín Almunia como guardián de la libre competencia, lo cual no deja de ser una función curiosa para un socialista.

También comienza en la misma fecha la cuarta presidencia española de la Unión Europea. La próxima tocará dentro de bastantes años: va cambiando cada seis meses y son 27 países… Esta vez, además, toca el semestre “bueno”, es decir, el primero del año, más largo y más complicado que el segundo (por eso, se suelen alternar las presidencias de ambos semestres).

España aporta experiencia

Todos se preguntan cómo se conjugarán la presidencia estable y la de turno. También se preguntan qué papel desempeñará la Comisión en el futuro, cuando la reforma parece haber reforzado el papel del Consejo. No es fácil predecir ni este ni otros extremos. Desde luego, en seis meses sabremos algo más.

De momento, España, en estos seis meses, aporta la experiencia: frente a un Van Rompuy y una lady Ashton novatos y unos comisarios nuevos en su “ministerio”, todos ellos en proceso de formar su equipo (en los cargos de libre designación, es decir, los más cercanos, los que llevan “la cocina”), España cuenta con varias presidencias en su haber y un equipo muy experto de diplomáticos centrados en temas europeos, bregado en mil faenas (aunque el secretario de Estado tenga un perfil más político y menos experiencia europea que su antecesor, el excelente Alberto Navarro, hoy embajador en Lisboa).

Además, los últimos secretarios de Estado para la Unión Europea han tenido el acierto de no haber sometido esa Secretaría y la Representación Permanente en Bruselas a excesivos vaivenes de personal, con motivaciones políticas más que técnicas. E incluso, de cara a la presidencia, se ha recuperado para los temas europeos a algún diplomático que estaba en una Embajada.

Promover acuerdos

Con todo ello, el modo de preparar la presidencia ha sido muy profesional y en ella se podrán superar las carencias de muchos de los ministros, empezando por los idiomas. Y para quien crea que “eso” no tiene tanta importancia, que siempre se puede echar mano de los intérpretes, será bueno recordar que el éxito en los temas europeos depende en un porcentaje muy alto de la capacidad negociadora. Para ello, los pasillos pueden ser casi tan importantes como la sala de reuniones… y por allí no siempre andan los intérpretes.

Además, la presidencia tiene una función esencial: conseguir que se llegue a acuerdos. Es decir: debe negociar no ya a favor de sus propios intereses, sino en pro del acuerdo. Y esto sí que sucede aquí y allá, en un aparte, en un “momentito”…

Será así por mucho Van Rompuy que haya. Porque la presidencia no son sólo las cumbres; son todas las reuniones sectoriales, áreas y más áreas, temas y más temas, reuniones y más reuniones en las que no estará Van Rompuy. Este, en cambio, presidirá -con un papel y una visibilidad muy importantes- las “cumbres” de presidentes de Gobierno o de Estado (el único jefe de Estado que siempre está es el presidente de Francia).

Los españoles prepararán, fijarán el orden del día, presidirán los consejos de agricultura, medio ambiente, industria, transportes, interior y justicia…: intentarán fijar las prioridades, llegar a acuerdos, equilibrar las posiciones, transmitirán la información, se presentarán ante los medios de comunicación y la ciudadanía… Queda mucha tela que cortar para la Presidencia.

Y un poquito menos para Zapatero, desde luego, que cederá protagonismo a un poco conocido político belga amigo de componer haikus. Pero Van Rompuy ha conseguido en su país lo que parece casi imposible: estabilidad en el gobierno belga, entre socialistas, liberales y democristianos, que -a su vez- son flamencos, valones, bruselenses. Lo cual implica que un socialista valón no tiene por qué entenderse con un socialista flamenco; pero tampoco tiene por qué entenderse con un democristiano valón. Es decir: si no está muy acostumbrado a las grandes negociaciones internacionales, el equilibrar fuerzas es una de sus especialidades -aunque de eso también sabe Durão Barroso-. Está por ver, pues, si Van Rompuy llenará el hueco para el que fue nominado: la famosa visibilidad hacia fuera. Zapatero ya ha declarado que le va a dejar todo el protagonismo.

Temas en la agenda

Queda por saber también si esta presidencia servirá para aminorar el distanciamiento ciudadano con respecto del proyecto europeo. La accidentada historia de la “Constitución Europea”, salvada in extremis como Tratado de Lisboa, no ha sido una página gloriosa y ha sembrado el campo de la euro-distancia. En las elecciones al Parlamento, el acto de participación ciudadana mínima, entre las primeras elecciones directas en 1979 y las más recientes, se ha perdido uno de cada cinco electores.

Los temas que están en agenda son asuntos relativamente técnicos. Si se consiguieran grandes éxitos en la superación de la crisis económica, ¿se atribuirán al gobierno europeo o cada uno de los gobiernos nacionales? En los temas energéticos, España ha intentado garantizarse, ya antes de la presidencia, tranquilidad en el frente ruso, con la garantía de que en estos seis meses no habrá conflictos por parte del gobierno de Rusia; debería seguir avanzándose en la promoción de alternativas para reducir la dependencia energética.

Habrá nuevos acuerdos en asuntos de interior y de justicia (un campo que ha avanzado mucho en los últimos años), con más disposiciones tendentes a garantizar la seguridad y a luchar contra la migración ilegal y regular la legal, con medidas que en parte van reforzando la imagen de una “Europa fortaleza”. Y eso es casi todo: se intentará un refuerzo de la dimensión mediterránea, con permiso de Sarkozy, que ha asumido el protagonismo en este tema.

La vieja asignatura pendiente, la función de puente hacia América Latina, que debería cumplir España, tampoco traerá avances espectaculares: la situación en aquel continente no es especialmente proclive a los noviazgos con Europa. El PP ha parado las veleidades pro-cubanas de Moratinos, como condición para conceder la razonable pax presidencial. Y hacia el espacio del Pacífico, de tanta relevancia futura (al menos, eso se espera), España no tiene ventajas comparativas con respecto a otros Estados miembros.

No son de esperar, pues, sobresaltos. Ni tampoco grandes emociones. Quizá sea mejor.

______________________

Enrique Banús es director del Institut Carlemany d’Estudis Europeus, Universitat Internacional de Catalunya (Barcelona)

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.