Friedman no pronostica una nueva guerra fría en Europa, pero piensa que Rusia quiere establecer zonas de influencia cerca de sus fronteras por su seguridad.

FLASHPOINTS. THE EMERGING CRISIS IN EUROPE. Autor: George Friedman Scribe. Melbourne, Londres (2015). George Friedman, presidente de Stratfor, una conocida agencia de inteligencia estratégica, alcanzó una cierta popularidad por sus libros Los próximos cien años y La próxima década, obras de prospectiva en política internacional. En el pensamiento de Friedman la geografía y la historia determinan, o al menos condicionan, los acontecimientos presentes y futuros. Este enfoque le hace próximo a la escuela del realismo en las relaciones internacionales, pues desconfía de todo internacionalismo liberal que fomente la expansión de los sistemas democráticos como garantía de la paz y estabilidad mundiales. En su nueva obra, Flashpoints. The Emerging Crisis in Europe toma como objetivo de sus predicciones el continente europeo. Rusia busca seguridad en sus fronteras y el establecimiento de zonas de influencia próximas a las mismas El escepticismo de Friedman Estamos ante un libro que solo puede entenderse asumiendo el lugar del otro, tal y como solía repetir Isaiah Berlin. Este gran historiador de las ideas políticas compartía la condición judía de Friedman, cuyas raíces proceden de tierras húngaras y eslovacas, tan sensibles a una oscilante geografía de las fronteras. El padre de Friedman, un impresor de Budapest, sobrevivió a los totalitarismos nazi y soviético, aunque no tuvieron tanta suerte algunos miembros de su familia. Aquel refugiado encontró en EE.UU. la tierra de promisión y desconfió para siempre de Europa. Berlin hubiera coincidido con Friedman, que también es un estudioso de la filosofía política, en que el individualismo radical de algunos pensadores de la Ilustración abrió la senda de los nacionalismos, de acusados rasgos irracionalistas y emotivistas, y en plena contradicción con los principios del racionalismo ilustrado. Esos nacionalismos de todo signo fueron los responsables de la guerra de los treinta años que, salvo algunos intervalos, asoló Europa entre 1914 y 1945. Con este planteamiento, otros habrían defendido el proceso de integración europea. En cambio, Friedman hace gala de sobrado escepticismo, pues está convencido de que este proceso se ha basado más en el pragmatismo que en valores sólidos. El analista americano brinda a los europeos esta reflexión: la paz y la prosperidad, que dice perseguir la UE, ¿son fines en sí mismos? Si dichos fines se deterioran o se ven amenazados, ¿no se verá afectada la cohesión de los miembros del club europeo si no existen auténticos vínculos de solidaridad entre ellos? El peso de la historia Flashpoints está determinado por el peso de la Historia. La mitad del libro es historia cultural de Europa y de las ideas políticas y sociales surgidas en el Viejo Continente desde el comienzo de la Edad Moderna, aunque también hay espacio para una crónica de las relaciones internacionales y de los conflictos a lo largo del siglo XX. Las páginas de prospectiva, donde se exponen los “puntos calientes” de la Europa actual, tardan en llegar, sin duda porque los análisis de Friedman se fundamentan por entero en la historia y la geopolítica, a modo de determinismo que sirve para interpretar realidades presentes y futuras. Pero además se percibe la formación de Friedman en filosofía política, un bagaje importante en un ámbito en el que otros se conforman con la intuición o el cálculo de probabilidades. Sin embargo, resulta simplista su contraposición de las figuras del portugués Enrique el Navegante y del español Hernán Cortés, a modo de prototipo en la expansión ultramarina del sosegado hombre de ciencia y del bruto apegado al uso de la fuerza. El destino de Europa se plantea en términos totalmente de geopolítica clásica: entre Alemania y Rusia Más incisivas son, en cambio, sus críticas a la Ilustración de la que afirma que no servirá como método para distinguir lo racional de lo irracional, sobre todo por el hecho de que la ciencia de aquel momento redujo al hombre a su naturaleza física y apetitos. Desde entonces nadie le dirá cuáles son sus obligaciones con respecto a los demás. Surgirá así un terreno abonado para el individualismo radical, antecedente a su vez del nacionalismo, que Friedman percibe en los cuentos de hadas alemanes, con toda su mezcla de grandeza y victimismo, y que no deja de ser un retorno a los bosques paganos. Entre Alemania y Rusia Los habituales análisis de prospectiva de George Friedman quedan recogidos en la tercera parte del libro. Allí el destino de Europa se plantea en términos totalmente de geopolítica clásica: entre Alemania y Rusia. En efecto, la geografía determinaría el papel de Alemania en Europa, y no está descaminada la observación de Friedman de que los alemanes tienen un profundo miedo de lo extraordinario y querrían ser ciudadanos ordinarios y casi invisibles. Sin embargo, a nuestro autor le resulta inverosímil que la cuarta economía mundial pretenda ser invisible. Está convencido de que, tarde o temprano, sacará a relucir su dimensión política. Pero es bien sabido que esas no son las intenciones actuales de Alemania, lo que le lleva a poner en práctica una compleja política de equilibrio: mantener la UE y su zona de libre comercio, sin dejar de tener una relación estratégica con Francia y, ante todo, con Rusia. La gran apuesta de Alemania es la UE, que supondría la sustitución del militarismo por el economicismo después de la II Guerra Mundial. Pero una vez más Friedman vuelve a demostrar su escepticismo sobre la Europa del bienestar económico, castigada duramente por la crisis de 2008 que es a la vez una crisis de identidad de sus sociedades. Comparte la opinión de Hannah Arendt de que lo más peligroso del mundo es ser rico y débil. Sin embargo, Rusia sigue condicionando el destino del Viejo Continente, pese a su situación periférica y su tamaño más asiático que europeo. Con todo, el pronóstico de Friedman no es una nueva guerra fría entre la OTAN y Rusia. Moscú busca seguridad en sus fronteras y el retorno al establecimiento de zonas de influencia próximas a las mismas. Los rusos nunca han creído en la “seguridad democrática”, surgida supuestamente de la ampliación de la UE y la OTAN. Su propósito es conseguir que Ucrania siga siendo un país de frontera, aun a riesgo de establecer un “conflicto congelado”. Con idéntica finalidad seguirán con su relación estratégica con Bielorrusia y pondrán obstáculos al acercamiento de Moldavia a la UE. Friedman va incluso más allá al pronosticar algo que tiene ciertos visos de realidad: Rusia conseguirá zonas de influencia en la mayoría de los países vecinos que formaron parte del bloque comunista. La diferencia con tiempos pasados es que con ello Rusia persigue su seguridad, no la expansión. No serán necesarios los instrumentos militares sino los comerciales y financieros. Friedman está convencido de que el proceso de integración europea se ha basado más en el pragmatismo que en valores sólidos Las decepciones de los países ex soviéticos Los rusos se benefician de las decepciones de los nuevos miembros de la UE y la OTAN. La integración en la primera no ha sido una panacea económica, especialmente tras la crisis, y respecto a la Alianza, el juicio de Friedman es demoledor: “cooperar con la OTAN fue percibido como algo semejante a cooperar con un fantasma”. Los países que se sacudieron el yugo soviético son muy celosos de su soberanía, que no están dispuestos a entregar alegremente a Bruselas, en un momento en que la Unión ha perdido su encanto económico y es incapaz de articular con éxito una política exterior y de seguridad común. Estas circunstancias abren las puertas a los rusos, que ahora persiguen hacer negocios y extender su influencia. La Hungría de Viktor Orban es el paradigma de este enfoque crítico. Respecto a Polonia y los países bálticos, será la relación Alemania-Rusia la que determine su destino. Moscú y Berlín tienen una interdependencia energética e industrial, pese a que los respectivos países estén acusando el efecto de una baja demografía. La geografía, y las minorías rusas en el Báltico, condenan a los vecinos occidentales de Rusia a cooperar con una y otra potencia. Su margen de maniobra es estrecho, aunque el de Polonia sea un poco mayor. Friedman nos está diciendo así que la geopolítica tradicional puede ser más fuerte que el proceso de integración europea. Como conclusión, el autor señala que no espera ninguna conflagración general en Europa, como las del período 1914-1945, aunque al mismo tiempo reconoce la existencia de “puntos de ignición” en las periferias europeas e incluso en el interior de unas sociedades tentadas por el nacionalismo y el populismo, dos formas de antieuropeísmo. Para Friedman, Europa ha vendido, como Fausto, su alma al precio de la paz permanente y la prosperidad económica. Su eventual fracaso se debería a su afán de poseerlo todo sin coste y a buscar el triunfo sin riesgo. Sin ir más lejos, Europa ha buscado la seguridad prescindiendo de la defensa, al mismo tiempo que iba perdiendo su lugar antaño privilegiado en el mundo para confiarlo todo a las relaciones comerciales y al soft power.

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