La gente quiere paz

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Thomas L. Friedman, que escribe desde Belfast para el New York Times (14-VI-95), destaca que el alto el fuego está favoreciendo la convivencia pacífica entre las dos comunidades norirlandesas.

(…) Lo que más me impresionó es ver cuántas y cuán poderosas fuerzas están difuminando las líneas divisorias entre las dos comunidades, echando así los fundamentos para un compromiso (…). Para empezar, el alto el fuego del IRA dura ya diez meses. Cada día que sigue en vigor resulta más difícil que los combatientes reanuden su guerra callejera de veinticinco años.

Son ya demasiados los protestantes y católicos que disfrutan de no encontrarse con un puesto de control en cada esquina. Son ya demasiados los que disfrutan de que las diarias amenazas de bomba hayan sido sustituidas por el runruneo de extranjeros que merodean en busca de oportunidades de invertir. Y son demasiados los que leen con satisfacción las noticias de que las tarifas de los vuelos a Belfast y desde Belfast pueden bajar un 10% si el gobierno aprueba, como tiene previsto, reducir las medidas de seguridad.

También actúan fuerzas de más largo alcance. Irlanda del Norte es parte de la Unión Europea. Los jóvenes de aquí, en especial los católicos, cada vez más trabajan en Europa y se consideran europeos además de católicos o protestantes. Ahora tienen una identidad más amplia en la que integrarse.

Más importante aún, en la última década ha surgido una extensa y profunda clase media católica, que ha movido a muchos a salir de los ghettos étnicos para instalarse en barrios mixtos, más acomodados. (…)

Un alto el fuego que dura una semana no es más que un intermedio. Un alto el fuego que se prolonga por casi un año es un nuevo modo de vivir, y a eso se encamina Belfast. (…)

La semana pasada me tomé una mañana libre para jugar al golf en el Royal County Down, al sur de Belfast. Me acompañaban dos amigos: Seamus, católico, y Gordon, protestante. (…) Pronunciaron palabras que yo había oído antes. Eran las palabras que oí en Beirut y en Jerusalén en ese momento crítico en que las gentes de esas ciudades decidieron que la guerra había terminado: que preferían las líneas difusas del compromiso a las líneas netas del conflicto, que no sabían cómo sería el futuro acuerdo, pero sabían que no iban a volver atrás.

«No se reanudarán los conflictos -dijo Seamus-. Los pistoleros ya no tienen mandato del pueblo. No sé cómo será, pero habrá acuerdo. Nadie quiere volver a vivir sentado en el filo de la navaja. Ha hablado el pueblo, y ha dicho: Basta».

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