La fuga de cerebros, amenaza para la Europa del Este

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Tras la caída del telón de acero, la «fuga de cerebros» de los países del Este de Europa va en aumento. El fenómeno es preocupante. Estos países están perdiendo una de sus élites mejor preparadas precisamente cuando más la necesitarían para realizar las indispensables reformas. Pero en la nueva situación la marcha al extranjero no equivale al exilio. Los que hoy salen pueden volver mañana aportando nuevos conocimientos y experiencias.

Aunque la tendencia es patente, resulta difícil cuantificarla. Un artículo publicado en L’Observateur de l’OCDE (octubre 1993) recoge algunas estimaciones presentadas durante la conferencia de Viena-Laxenburg sobre la movilidad de científicos entre el Este y el Oeste. El número de científicos que han abandonado Rusia desde 1989 oscila entre 7.000 y 70.000, según las diversas fuentes, lo que indica la poca fiabilidad de los datos. De acuerdo con los datos de la Oficina de estadísticas de Israel, en 1990-91 se instalaron en el país 44.000 ingenieros y arquitectos y 8.500 médicos soviéticos. Según datos de Bulgaria, en los tres últimos años el número de personas empleadas en el sector científico ha bajado de 85.000 a 45.000, en gran parte a causa de la emigración al extranjero.

Las causas de esta hemorragia son conocidas. Los salarios de los científicos son bajos. Las restricciones presupuestarias están limitando las posibilidades de experimentación. El prestigio de que gozaba la ciencia se ha deteriorado. A los científicos que emigran hay que añadir todos aquellos que, para sobrevivir, abandonan la investigación científica para insertarse en estructuras comerciales. Y los jóvenes sueñan en todo menos en la ciencia: si en 1989 entraron 3.500 en la Academia de Ciencias de Rusia, en 1990 fueron 2.000 y en 1992 poco más de 1.000.

Por importante que sea el fenómeno, el perjuicio causado por la fuga de cerebros admite matizaciones. Aunque el sector científico de los países del Este empleaba a muchas personas, la cantidad no siempre equivalía a calidad. Si la categoría de algunos científicos era y es excepcional, también había muchos otros de escaso nivel. El que éstos se dediquen a otra cosa no es ninguna pérdida.

Por otra parte, analizado en términos de movilidad más que de fuga, el fenómeno no es tan negativo para los países afectados. Con su nueva libertad, los científicos del Este pueden viajar, permanecer un tiempo en el extranjero, participar en estimulantes fórmulas de cooperación internacional y volver cuando lo consideren oportuno, aportando nuevos conocimientos.

Los países de la OCDE han tomado diversas iniciativas para favorecer la movilidad de los investigadores de los países del Este, tratando de evitar al mismo tiempo el éxodo de cerebros. La más común consiste en conceder becas para participar en cursos o para pasar algunos meses en un laboratorio del extranjero. Por ejemplo, Francia ha concedido, desde 1990, 500 becas a jóvenes investigadores para un periodo de 10 a 18 meses y otras 500 durante un periodo de 6 meses para investigadores acreditados, de los cuales un tercio provenían de Rusia y un 20% de Polonia.

Otra fórmula es la cooperación entre laboratorios del Este y del Oeste, con intercambio de científicos y colaboración en algunos proyectos comunes. Así, la investigación espacial atrae a los científicos occidentales hacia Rusia. La creación de «centros de excelencia», por lo general en los países del Este, es otro medio de estimular la permanencia de los científicos en estos países. Por ejemplo, Holanda ha creado el Collegium de Budapest y Francia ha financiado una fundación de ciencia y tecnología en Moscú.

También se ha creado recientemente en Moscú el CIST, gracias a un acuerdo entre Rusia, la CE, Estados Unidos y Japón, con el fin de reorientar la investigación soviética en el campo nuclear hacia objetivos exclusivamente civiles. Como es sabido, a las cancillerías occidentales les preocupa que los físicos nucleares de la ex URSS sean tentados por ofertas de países deseosos de dotarse de armas nucleares.

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