Kosovo: la guerra no justifica todo

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Aun considerando inadmisible la «limpieza étnica» ordenada por Milosevic en Kosovo, surgen voces críticas frente a los bombardeos de la OTAN, que alcanzan cada vez más a objetivos no militares y que causan graves sufrimientos a la población civil. El modo de hacer la guerra, dicen, es también un criterio para apreciar la justicia de una causa.
* André Fontaine, ex director de Le Monde y experto en política internacional, subraya la brecha que se está creando entre Occidente y el mundo ortodoxo (Le Monde, 4-V-99):

«Es preciso admitir que la Casa Blanca se ha equivocado al creer que los bombardeos harían inclinarse rápidamente a Slobodan Milosevic. Por el contrario, han logrado que se aúnen en torno a él no sólo los serbios, que se consideran víctimas de un ataque sin objeto, sino la gran masa de los ortodoxos rusos, rumanos, griegos, búlgaros, que casi se creerían de nuevo en lucha contra los turcos».

Recuerda que incluso un hombre como Solzhenitsin, al que no cabe suponer ninguna simpatía por el dictador de Belgrado, ha escrito: «Al marginar a la ONU y al pisotear su Carta, la OTAN ha proclamado ante la faz del mundo entero y para el próximo siglo la ley de la taiga [el bosque siberiano], la ley del más fuerte… Bajo los ojos de la humanidad, un orgulloso país de Europa está siendo aniquilado, y los Estados salvajemente civilizados aplauden».

Fontaine cree llegado el momento de «imaginar fórmulas cuya ambición pacífica y generosidad permita evitar que la humillación hoy sentida por los serbios y por el mundo ortodoxo no atice una formidable voluntad de venganza». Para ello cuenta sobre todo con los gobiernos de la Unión Europea y, habida cuenta de la dimensión religiosa del conflicto, también con las autoridades espirituales católicas, ortodoxas y musulmanas. En cualquier caso, «la paz no llegará por la derrota de uno de los bandos o por un compromiso destinado a ser violado apenas firmado. Para que haya una oportunidad de restablecer la coexistencia y, más tarde, el diálogo y la reconciliación, es preciso que unos y otros sientan pasar algo así como el soplo del Espíritu».

* En una entrevista publicada en Famiglia Cristiana (2-V-99), el arzobispo católico de Belgrado, Mons. Frank Perko, advierte que «es muy difícil evitar conflictos en los Balcanes, no desde ahora, sino de siempre. En Yugoslavia, después de la caída del muro de Berlín, cada Estado nacional ha buscado desvincularse de la hegemonía de Belgrado. Los serbios han emprendido guerras para defender la idea de la Gran Serbia y los otros han hecho guerras para defenderse. Es moralmente difícil evaluar todo esto. El hecho es que los serbios han perdido todas las guerras de los últimos diez años. Pero tampoco los otros Estados nacionales están bien. Los serbios hacen mal en no fiarse de Occidente. Podían firmar los acuerdos de Rambouillet e iniciar una discusión, quizá infinita, pero que habría evitado las masacres. Los bombardeos han destruido toda posibilidad de encuentro futuro entre serbios y albaneses. La solución es como la cuadratura del círculo: imposible. No se pueden satisfacer al mismo tiempo las esperanzas serbias y las albanesas».

Mons. Perko explica que la guerra ha reforzado a Milosevic porque «es el que defiende el sagrado suelo de los serbios, Kosovo, cuna de la Iglesia ortodoxa. Ningún serbio, aunque sea moderado, aceptaría vivir en una Serbia sin Kosovo. Los serbios perdieron Kosovo ya una vez en 1389. Por esta causa irán hasta el final: victoria o derrota. Y si pierden, construirán nuevos mitos, nuevos dolores para las generaciones futuras».

* Charles Méla, Georges Nivat y Dusan Sidjanski, profesores universitarios de Ginebra, firman un artículo en Le Monde (7-V-99) en el que subrayan que «la guerra agrava las heridas».

«Kosovo es el epicentro de dos poderosos nacionalismos, e incluso está en el corazón de una divergencia étnico-religiosa. Hoy se está agravando desmesuradamente esta divergencia y para mucho tiempo».

Frente a la objeción de que la intervención de la OTAN prepara un nuevo orden internacional, que privilegiará los derechos humanos sobre los derechos de los Estados, los autores expresan sus dudas: «¿Defender los derechos menospreciando el derecho, defender la civilización por lo que parecen actos de barbarie contra civiles, defender a un pueblo convirtiéndose en verdugo de otro pueblo, transformado en pieza de caza para robots? Hay que hacer frente a la realidad: los serbios no cederán antes de verse reducidos a ruinas y cenizas. ¿Se quiere borrar a Serbia de la faz de Europa?»

«No queremos enviar a nuestros soldados a luchar en tierra, porque sabemos que entonces habrá sangre y lágrimas, pero nuestra guerra con aviones y misiles provoca también sangre y lágrimas. La cínica brutalidad de Milosevic no nos dispensa de nuestra responsabilidad moral, no nos autoriza a emprender una guerra no declarada y a bombardear a civiles».

* Jonathan M. Miller, profesor de protección internacional de derechos humanos en la Southwestern University (Estados Unidos), aporta un dato importante para juzgar la legalidad de los bombardeos de la OTAN (International Herald Tribune, 13-V-99). Miller recuerda los poderes que tiene, según su estatuto, el Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra para la antigua Yugoslavia, creado por la ONU en 1993. La OTAN apoya el Tribunal, y sus fuerzas en Bosnia deben colaborar para poner a los acusados a disposición de los jueces. Pues bien, uno de los delitos que caen bajo la competencia del Tribunal es la «destrucción injustificada de ciudades, pueblos o aldeas, o toda devastación no justificada por necesidad militar».

En principio, dice Miller, la estrategia de la OTAN se basa en causar a las fuerzas armadas serbias suficientes daños para forzar la retirada de Kosovo y la reanudación de las negociaciones. Pero tal cosa es casi imposible de lograr sin combatir al ejército serbio en tierra. Así, la escalada de los bombardeos indica que la OTAN ha ido ampliando sus objetivos hasta incluir no sólo la maquinaria militar serbia, sino también infraestructuras, fábricas y edificios oficiales. Muestra de ello es la destrucción de centrales eléctricas y otras instalaciones no militares en lugares lejanos a Kosovo. La lógica parece ser que, si se inflige suficiente daño al país entero -no sólo al ejército-, Serbia capitulará. De hecho, la población civil serbia ya padece graves perjuicios a causa de los bombardeos.

El caso es que «infligir castigos no justificados por necesidad militar constituye una violación de las leyes de guerra», perseguible por el Tribunal Internacional. «Las leyes internacionales no permiten hacer la guerra contra un pueblo». Y con los ataques, de intensidad creciente, a objetivos urbanos no militares, la OTAN puede fácilmente cruzar «la raya que separa el simple causar daños colaterales a la población civil del apuntar directamente contra ella».

En conclusión, «emplear bombardeos como medio de presión es ilegal, lo que pone a la OTAN en la tesitura de liberar Kosovo con tropas de tierra o aceptar un compromiso».

* György Konrád, escritor húngaro, presidente de la Academia de las Artes de Berlín, en un artículo del Frankfurter Allgemeine Zeitung, traducido en El País (13-V-99), manifiesta que «ni siquiera en sus peores pesadillas hubiera soñado un húngaro volar los puentes de Novi Sad para proteger a los albanokosovares (…) La última vez que presencié una voladura de este tipo fue en 1944: la que cometieron los alemanes en los puentes del Danubio. La finalidad es siempre la misma: no deben ser utilizados por el enemigo. Los habitantes de Novi Sad recibían el agua que se transportaba a través del puente. ¿Por qué tenía que negárseles?». «¿Debe estar permitido a la OTAN bombardear, sin ser atacada, ciudades de otros países, casi por consideraciones pedagógicas? (…) La posición de los centroeuropeos se basa en esa reflexión moral que se toma en serio el mandamiento bíblico de ‘no matarás’ y establece como objetivo minimizar la violencia, haciendo una política en la que no se mata». Konrád se plantea las cicatrices que dejará la guerra: «La OTAN no puede perder, no puede ponerse en ridículo. Pero ¿cómo será esa victoria? ¿Quién quedará satisfecho con ella? Después de esta acción humanitaria no quedará más que odio, caos, desarraigo y cinismo. La retórica de los derechos humanos propicia el abuso».

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