«Italia necesita una nueva Constitución»

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Entrevista con Francesco Cossiga, ex presidente italiano
Roma.- La corrupción no es la única causa de la crisis política italiana: es el sistema el que se ha desmoronado, y se necesita una nueva Constitución. Así lo cree Francesco Cossiga, ex presidente de la República, que en esta entrevista habla también del papel de los católicos en la política italiana y de algunas de las cualidades que debe tener quien quiera dedicarse a la política.

Cossiga, profesor de Derecho Constitucional, hizo su carrera política en la Democracia Cristiana en sucesivos gobiernos. Elegido presidente de la República en 1985, su mandato se caracterizó por sus apelaciones para conseguir la reforma institucional. Tras su dimisión en 1992, hoy es un senador adscrito al grupo mixto.

Cossiga respondió a estas preguntas en la víspera de su viaje a España, donde el 29 de enero recibió el doctorado honoris causa por la Universidad de Navarra, junto con otras seis personalidades del mundo universitario.

La frontera italiana

– Se afirma que la actual crisis político-institucional italiana está muy relacionada con la caída de los regímenes del Este. ¿Podría explicar en qué sentido es así?

– Los países occidentales a los que más ha afectado el fin de la polaridad Este-Oeste son Alemania e Italia. En Alemania había una gran separación entre dos territorios. Ahora se ha visto que la división fue también cultural, psicológica y moral, hasta el punto de que el verdadero problema de la reunificación no es económico, sino el hecho de que se han sumado dos pueblos: la misma lengua hablada, el alemán actual, distingue entre «los del Este» y «los del Oeste» con unas connotaciones que van más allá de las meramente geográficas.

En Italia, por el contrario, teníamos la «frontera» en el interior, porque aquí estaba el partido comunista más grande de Europa occidental, al que se oponía la Democracia Cristiana. Con el paso del tiempo, la DC fue cambiando su naturaleza. Por intuición de De Gasperi pasó de ser un partido fuertemente ideologizado a asumir la función de «partido nacional». Se trataba de derrotar el comunismo, de colocar a Italia en la Alianza atlántica y, junto a ello, de defender la libertad de la Iglesia. No hay que olvidar que la independencia de Italia era también la independencia de la Santa Sede, que geográficamente está en Italia.

Con la caída del comunismo, esa función ya no es necesaria. Y ése es uno de los ingredientes de la crisis actual de nuestro país: la desaparición de las razones históricas que justificaban la hegemonía de la Democracia Cristiana.

Crisis y corrupción

– Se habla, sin embargo, del fin de la Primera República italiana. ¿Cuáles son los otros elementos de la crisis?

– La caída del comunismo ha puesto también de manifiesto la crisis de la cultura oficial en que se fundaba nuestra Constitución. Al final de la II Guerra Mundial nos encontramos con que, por culpa del fascismo, se había roto tanto la idea de nación como la idea de Estado. Como una Constitución necesita una cultura política, dimos a la Constitución de la República, aprobada en 1947, una nueva base de unidad y de Estado. Este fundamento fue la «unidad antifascista», la «unidad de la Resistencia»: todos -comunistas, socialistas, democristianos…- agrupados en un gran «consorcio». Éste ha sido el mito que se ha mantenido, y que todavía casi aparentamos creer. En realidad, tal unidad formal duró año y medio, hasta 1948, y dio lugar a los gobiernos de coalición con los comunistas. Tras el viaje de De Gasperi a América, se produce la ruptura con el Partido Comunista, se divide el país en dos bloques, surge la OTAN.

El filósofo Norberto Bobbio fue uno de los primeros en poner esto en evidencia. Tuvo la valentía de decir que la Resistencia no había sido sólo guerra patriótica, sino guerra civil, y que la unidad antifascista no había existido. Puso de relieve también el modo en que los comunistas fueron capaces de imponer el concepto de antifascista propio de Stalin, según el cual todo lo que era contra el comunismo no podía ser antifascista. Ésta fue la gran manipulación del término «antifascista», que está todavía presente en la cultura occidental.

– Se agotan las bases culturales de la República, pierden sentido las razones históricas del liderazgo de la Democracia Cristiana. La prensa, sin embargo, da más relieve a los fenómenos de corrupción, a las «tangentes».

– Es uno de los aspectos de la crisis, pero el sistema habría entrado en crisis incluso sin Tangentópolis, que ha sido además la consecuencia «necesaria» de ese orden político: como los partidos habían ocupado la sociedad y el Estado, tenían necesidad de dinero; ya que los comunistas tenían mucho dinero, los demás consideraban legítimo conseguirlo de otro modo.

Tangentópolis no es la historia ordinaria de ladrones corrientes. En todos los países hay ladrones. Un Estado aguanta a los ladrones. El caso es que aquí el latrocinio era la violación de la ley de financiación de los partidos, violación de las leyes del mercado y violación de la imparcialidad de la administración pública: Tangentópolis es un efecto de la crisis, no es la causa de la crisis. Después, naturalmente, caído el primado de la política, el espacio ha sido ocupado por la acción judicial, que ha asumido una suplencia.

Una nueva Constitución

– ¿Considera conveniente, por tanto, reformar la Constitución?

– Es necesaria una nueva Constitución. Y más allá de una nueva Constitución, debemos darle un nuevo fundamento cultural. Y esto no se improvisa: es preciso reformular también el concepto de nación. Es el problema que han tenido los alemanes, y que ha suscitado un debate muy vivo. ¿Qué es la nación?, se han preguntado. Habermas ha defendido un patriotismo de los valores constitucionales, porque no quería volver a una idea de nación ligada al idioma, al territorio, a la sangre… Sea lo que fuere, un país sin un concepto de nación y un concepto de Estado no puede vivir. Y es necesario que este concepto cuente con un amplio consenso.

– ¿Ha «muerto» la Primera República italiana?

– La Primera República todavía no ha muerto: está muriendo y, como dice Bobbio, está muriendo mal. Pero no está naciendo la Segunda República, ni tan siquiera existen por el momento las condiciones para que se creen los dos polos políticos que todos desean tras la reforma de la ley electoral.

De una parte, contamos con el «polo progresista», coaligado en torno al Partido Democrático de la Izquierda (ex comunista), mientras que difícilmente se logrará realizar un «polo moderado» alternativo, a causa de las divisiones. E incluso lo que debería haber sido el esqueleto de esta área, la antigua Democracia Cristiana, se divide internamente.

– Las elecciones generales con nueva ley electoral, de corte mayoritario, se celebrarán el 27 y 28 de marzo. ¿Cuál es su pronóstico?

– El próximo Parlamento será absolutamente de transición, y de corta duración. Preveo un periodo constituyente garantizado por un gobierno de unidad nacional, pero para hacer esto se necesita gran capacidad política y un «polo moderado» fuerte. Me doy cuenta, además, de lo que significa, también en el plano internacional, que en Italia se haga el primer experimento de un gobierno de coalición con el único gran partido post-comunista.

Católicos y política

– En Italia ha gobernado, aunque en coalición, un partido de inspiración cristiana, y con la firma de gobernantes católicos se ha introducido el aborto, el divorcio, etc. Ante esta situación, cabría preguntarse: ¿para qué ha servido el partido de los católicos?

– Para salvar la libertad y la democracia en nuestro país, para contribuir a la derrota del bloque soviético y para garantizar la independencia de la Santa Sede. Para hacer esto, desde luego, hemos tenido que pagar un precio. La función de la DC ha trascendido el carácter específico de partido católico, en el sentido de que ha debido renunciar en parte a su identidad y a su esqueleto liberal. Como ya no existen esas razones, ahora está en crisis de identidad.

– Esto nos lleva al debate sobre la unidad de los católicos.

– El problema de la unidad política de los católicos ha tenido en Italia una gran importancia. En primer lugar, como ya he recordado, por un motivo práctico: era necesario salvarla del comunismo y ponerla del lado de Occidente. Y coincidían intereses religiosos, la independencia física de la Santa Sede. Fue Giovanni Battista Montini quien conectó esas dos exigencias: la unidad de los católicos en defensa de la Iglesia, formulada por Pío XII, y la idea de la unidad de los católicos en defensa de la soberanía del Estado y de la opción occidental de Italia, de De Gasperi.

Bases teológicas para la unidad política de los católicos no existen, especialmente después del Concilio Vaticano II. Puede haber motivos prácticos y morales. Por ejemplo, existe siempre el deber de la unidad política de los católicos, aunque militen en partidos distintos, para la promoción y defensa de los valores cristianos, en temas como el aborto, el divorcio, la bioética, la libertad de enseñanza, ante la libertad de los ciudadanos y los derechos y la libertad de la Iglesia.

Pienso, además, que no hay que confundir el plano del compromiso evangélico de apostolado con el compromiso político: el plano político no puede contradecir al plano religioso, pero de ahí a pensar que el plano religioso se deba realizar en el plano político hay una diferencia.

La función de los partidos

– Antes ha dicho que con el fin de las razones que justificaban su hegemonía histórica, el partido católico, la antigua Democracia Cristiana, está en crisis de identidad.

– Ahora, la unidad política de los católicos en Italia, incluso desde el punto de vista práctico, se ha roto. Yo siempre he rechazado la unidad en un solo partido, pero he sostenido, al mismo tiempo, que en Italia debería haber un partido de inspiración cristiana, pensando en la tradición y en el hecho de que está aquí la Santa Sede. Un partido, porque la realidad muestra que no hay espacio para dos partidos de inspiración cristiana.

El problema práctico es decidir cuál debe ser su función. Puede llegar a la conclusión de que los tiempos no están maduros y que es necesario dar testimonio, no aliarse con nadie, llevando al Parlamento unos pocos diputados y renunciando a influir en el gobierno del país. Es una opción legítima, que yo respeto. Pero si quieren influir en el gobierno de la nación, como solos no pueden, tendrán que buscar alianzas. El gran problema de la DC ha sido no haber querido el sistema electoral mayoritario a dos vueltas, que obliga a las alianzas y las hace más fáciles.

– No bastaría, por tanto, con lo que llama «dar testimonio»…

– Una cosa está clara: los partidos nacen para conquistar el poder, para gobernar o para estar en la oposición. El poder es esencial a la función de partido; de lo contrario, uno hace otra cosa: funda un club, una universidad… Uno no hace política si no está dispuesto a hacer de jefe de gobierno. No es humildad decir: «No, yo hago política para servir, pero no pienso en los cargos». No es cierto, porque quien entra en política tiene el deber de aspirar a los cargos, de lo contrario no entra. Sería lo mismo que un futbolista que no se proponga marcar goles, contentándose con dar pases. Pero los equipos de fútbol necesitan los goles. De Gasperi, una persona de grandes cualidades morales (yo espero que un día lo hagan beato), luchó para ser primer ministro.

La política como profesión

– Quizá es que falte perspectiva histórica, pero se suele decir que hoy no existen grandes estadistas, ni grandes ideas.

– La causa es que hemos estado como enyesados durante treinta años. El único espacio en que ha habido una gran libertad cultural ha sido la Iglesia, porque ha tenido el Concilio Vaticano II. Todo el resto ha estado enyesado. Algunos pueden reír al oír esto, pero es así, y es algo poco conocido. Piense en el debate teológico que ha precedido, acompañado y seguido al Concilio. Ha habido rupturas, algunos han sido heréticos, pero en ningún otro campo ha habido esta efervescencia. Y los católicos no hemos sido capaces de hacer valer esto, a causa de un absurdo complejo de inferioridad en el plano cultural. ¿Cuál es la escuela cultural que habría permitido semejante cohabitación?

– La política, como profesión, no goza en estos tiempos de muy buena prensa. ¿Qué consideraciones haría a un joven que, a pesar de todo, quiera dedicarse a la política?

– Para hacer política hace falta «ser político», tener una vocación. Perdone una referencia personal. Yo he recibido muchas satisfacciones de la política: tengo sesenta y cinco años, he sido presidente de la República, primer ministro, presidente del Senado, ministro del Interior… Pero, al mismo tiempo, ¡cuántas bofetadas he recibido, cuántas cosas han dicho de mí!… Le podría mostrar un libro de viñetas. Uno tiene que tener valentía: de lo contrario, es mejor que no haga política.

La política, además, requiere competencia. pero «competencia política». Benedetto Croce decía, a propósito de ética y política, que si un día se tuviera que operar, la primera cosa que le interesaría saber es si el cirujano era bueno, no si especulaba en Bolsa: esto podría ser síntoma de que quizá tampoco era serio en la profesión, pero lo primero que preguntaba era sobre la competencia profesional.

– ¿Qué entiende por «competencia» política?

– Es un arte que significa, sobre todo, saber comprender. Los ministros de Hacienda no pueden ser todos economistas, incluso puede interesar que no lo sean, pero deben comprender al economista que les habla, entender cuál es el significado económico y político de las opciones que se llevan a cabo.

Elevando el discurso a un plano más filosófico, yo diría a un joven con inquietudes políticas que una vocación similar a la del político es la vocación al sacerdocio, y me explico. El sacerdote sirve al bien supremo de la persona, que es la salvación. El político sirve al bien común, que es la forma más alta de bien temporal. Santo Tomás de Aquino decía que la política es la más alta de las actividades humanas, porque si la moralidad de una acción se mide con relación al bien que persigue, no existe bien temporal mayor que el bien común. Pero es necesario restaurar los valores morales. No hay cosa más noble, necesaria y justa que la política. El hecho de que existan políticos ladrones es otro tema. Como estamos en Roma, podemos recordar que tampoco todos los Papas han sido santos.

Un patrón para los políticos

– Hablando de santos: veo ahí, en su despacho, un retrato de Tomás Moro, el Lord Canciller de Inglaterra.

– Es una figura extraordinaria, un mártir de la Iglesia y un mártir, podemos decir, del Estado constitucional. Negaba la competencia del Parlamento para declarar que Enrique VIII era el jefe de la Iglesia o que su matrimonio con Catalina de Aragón no era válido. «Yo niego que el Parlamento sea competente en eso. Otra cosa es si el Parlamento quiere decir que el hijo de Ana Bolena es rey: yo lo acepto; también puede ser rey el hijo del zapatero».

A su hija Margaret escribió: «Si no me engañan con testigos falsos, no me pueden condenar, porque soy el mejor abogado de Inglaterra». Y en efecto, le acusaron con un testigo falso. No tuvo la «tentación» de ser mártir. Nunca dijo nada en su contra, disimuló honestamente su propio pensamiento, porque quería salvar su vida. Cuando le condenaron, y ya no había nada que hacer, entonces dijo abiertamente lo que pensaba.

Tenía un gran sentido del humor, también para reírse de sí mismo. Imagino su satisfacción al comprobar que la Iglesia de Inglaterra celebra ahora el 4 de julio la fiesta de Tomás Moro, «mártir», dice el calendario anglicano, y al ver cómo hace dos años volvieron a poner su retrato en la Royal Gallery, como speaker que fue de la Cámara de los Comunes.

Espero que un día se le proclame santo patrón de los políticos y de los gobernantes, que no tienen ninguno. Fue mártir porque era político. Si no hubiera sido político, nadie habría ido a buscarle ni a preguntarle su opinión.

– Usted es catedrático de Derecho constitucional y ahora recibe el doctorado «honoris causa» por la Facultad de Derecho de la Universidad de Navarra. ¿Conoce esta Universidad?

– Conozco el espíritu con el que ha sido fundada la Universidad de Navarra: un espíritu de libertad laica. La gente quizá ignora que la laicidad, el laico que actúa como laico, es una de las características de todas las actividades del Opus Dei, institución a la que no pertenezco.

La Universidad de Navarra es una universidad extremadamente libre, una de las más modernas de España, la primera que incluyó el periodismo y la escuela de formación de empresarios en el ámbito universitario. Cuenta, probablemente, con la principal Facultad de Derecho canónico que existe en Europa. Estoy muy interesado por ver de cerca esta universidad fundada por católicos pero abierta a todos.

Diego Contreras

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