El canciller austriaco se apoya en la Iglesia para contrarrestar el euroescepticismo ciudadano

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Wolfgang Schüssel, canciller de Austria, se encuentra en una posición incómoda en lo que respecta a su visión de futuro para Europa. Cuarenta y cinco años de «neutralidad» impuesta por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial -y rivales durante la guerra fría- han dejado una honda huella en el país que, durante siglos, fue uno de los principales baluartes de una cosmovisión universalista. El «aislamiento» ha quedado asociado a la consolidación del Estado del Bienestar, mientras que el ingreso en la Unión Europea, en 1995, se identifica con el declive del Estado social y las presiones migratorias.

Los austriacos encabezan hoy la lista de los euroescépticos, según el último Eurobarómetro. Sólo el 32% considera beneficiosa la pertenencia a la UE y apenas el 29% apoya nuevas ampliaciones al Este y al Sudeste del continente. Pese a que el paro en Austria es del 5,2%, ha cundido el temor a la competencia de la mano de obra extranjera. A cinco meses de las elecciones al Parlamento, Schüssel, democristiano, no quiere permitir que la oposición socialdemócrata utilice estas fobias como arma arrojadiza, y acaba de ampliar por tres años más el veto a la libre contratación de trabajadores de los países comunitarios del Este.

Esta concesión a los temores ciudadanos no impide al canciller manifestar un discurso abiertamente europeísta. De una u otra manera, es habitual que el escenario o el contexto hagan alguna referencia al cristianismo. La elección no es casual. Schüssel sabe que su mejor aliada para disipar los recelos hacia Europa es la Iglesia católica.

La última Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal austriaca lanzó un mensaje inequívoco al anunciar que la próxima sesión se celebrará el próximo mes de junio conjuntamente con los obispos de Hungría. El lugar escogido es Mariazell, centro de peregrinación mariana en territorio austriaco que tiene un significado muy especial para todos los católicos del centro y del sudeste europeos, y que -en un gesto también lleno de significado- visitará Benedicto XVI en 2007. Días antes de la Plenaria austro-húngara tendrá lugar un encuentro de católicos bosnios, croatas, eslovenos, húngaros, eslovacos, checos, polacos y, por su puesto, austriacos. Jóvenes de estas nacionalidades se darán también cita allí en agosto.

Estos ejemplos clarifican por qué Schüssel escogió un foro católico para anunciar su apoyo a una ampliación de la UE a los Balcanes. El canciller estuvo en el reciente Congreso de los Católicos alemanes, en Saarbrücken, al que también asistieron personalidades como Angela Merkel o el presidente alemán, Horst Köhler, ambos evangélicos. Schüssel, sin mencionar fechas, afirmó que «los Balcanes deben incorporarse a la Unión Europea» y defendió la vigencia de buena parte del proyecto de Constitución, que, en lo que respecta a derechos humanos, «está inspirada en el cristianismo». Pero esas raíces cristianas no son -o no deben ser- únicamente fuente de valores humanos. «La religión -dijo- no puede quedar constreñida a la moral, sino que debe ser un componente activo de la sociedad».

El discurso se traduce en más y mejor Europa. Pero tiene un lado incómodo si se pronuncia ante una audiencia alemana o austriaca: los costes. Schüssel abordó el asunto de frente y dijo, tajante, que Europa no es cara: «En los próximos años, costará medio euro por día a los ciudadanos. Eso no es demasiado». Además, defendió que se habiliten nuevas fuentes de financiación para las instituciones comunitarias y que éstas no se limiten a aportar contribuciones complementarias a las estatales.

Otro gesto que no pasó desapercibido es que el Gobierno austriaco eligiera un monasterio para que los ministros de Asuntos Exteriores debatieran sobre el proyecto de Constitución europea. El diario «Die Presse» (29-05-2006) pregunta al canciller si esa elección se hizo con algún propósito determinado. «Nada en la Presidencia del Consejo austriaca es casual», responde Schüssel. Y añade poco después: «No tenemos ningún motivo para suprimir las raíces cristianas en la construcción de Europa y en la educación».

En la visión europea del canciller, la religión «no puede quedar confinada a la sacristía», lo cual es complicado «en un mundo secularizado» que ha relegado a cada religión a la condición de «minoritaria».

La pregunta del islam es especialmente incómoda en Austria. Tres soldados de esta confesión han protagonizado un desplante a la bandera y han saltado las voces de alarma entre los instructores militares sobre los excesivos miramientos a las personas de esta confesión, que dificultan enormemente su plena integración en el Ejército. «Die Presse» pregunta a Schüssel con qué criterio puede Europa rechazar conceptos islámicos como la subordinación de la mujer y sí, en cambio, tener en cuenta a las Iglesias cristianas en asuntos como el aborto. La respuesta que da el canciller apunta abiertamente al criterio de universalidad: «En primer lugar, no existe el derecho fundamental al aborto… En segundo lugar, todas las religiones tienen derecho a la libertad de expresión, también el islam. Pero eso no significa que exista el derecho a que una minoría cambie el orden jurídico europeo». Más adelante añade que, en el diálogo con confesiones como el islam, no es posible partir de la premisa relativista de que «todo es igual, todo es genial y no hay ningún problema».

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