Bosnia: la guerra continúa ante un mundo impotente

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Distintos análisis resaltan que en Bosnia los combatientes se enzarzan cada vez más en la lucha, mientras la comunidad internacional se muestra falta de decisión e impotente. The Economist (20-XI-93) señala que la lógica de la guerra se impone y los tres bandos carecen de voluntad real de paz.

Anegados en sangre, los dirigentes de Bosnia no pueden, o no quieren, firmar la paz, y el mundo ya se está cansando de su irritante guerra o, habría que decir más bien, de su propia vacilación e impotencia.

(…) En el ejército bosnio, en su mayor parte musulmán, la moral es alta. Ha logrado arrebatar territorio a los croatas en Bosnia central. El presidente Alija Izetbegovic habla ahora de pasar de una guerra defensiva a la liberación de los territorios ocupados. Confía en que, mientras sus hombres continúan la lucha, la ONU se las arreglará de algún modo para alimentar a sus civiles, o a la mayoría de ellos.

Izetbegovic y sus colegas saben que también sus enemigos empiezan a sufrir de verdad. La nieve que ha caído sobre Bosnia también está helando a los pobres en Serbia y Croacia; mucha gente morirá este invierno en Belgrado y en Zagreb.

(…) Esta guerra ha venido acompañada desde el principio de una cantidad poco común de traición y doblez; ahora hay más aún. Se suponía que el objetivo de los serbios era derrotar a los musulmanes. Sin embargo, en Mostar, donde el cerco croata a los musulmanes es tan cruel como cualquier acción cometida por los serbios, éstos están vendiendo armas y municiones a los musulmanes, y hasta puede que estén apoyándoles con la artillería. A principios de noviembre los croatas abandonaron Vares, una plaza fuerte de Bosnia central, cuando los serbios incumplieron la promesa de intervenir si la ciudad era atacada por los musulmanes. La lógica serbia está clara: están ayudando a sus dos enemigos a destruirse el uno al otro.

(…) La ayuda de la ONU ha salvado muchas vidas. Pero puede no haber hecho más que prolongar la agonía. Algunos observadores empiezan a preguntarse hasta cuándo habría que continuar la ayuda, en caso de que los combatientes no llegasen a un acuerdo de paz. Lord Owen, el mediador europeo, dijo el 15 de noviembre: «No olvidemos que estamos alimentando a los combatientes, que estamos interfiriendo en la dinámica de la guerra».

Un artículo de William Shawcross (Washington Post, 30-XI-93) también plantea si la intervención humanitaria no está sirviendo para sostener la guerra. El autor recoge la opinión expresada por George Soros, el millonario norteamericano de origen húngaro que promueve programas de ayuda a Europa oriental, durante una reciente visita a Sarajevo.

(…) Soros terminó su visita a Sarajevo con una escueta declaración: «El fondo humanitario Soros, de 50 millones de dólares, para Bosnia está casi agotado, y debo decir que ha sido un fracaso». Más tarde explicó: «(…) La situación humanitaria es peor que cuando comenzamos». Pero el principal fallo, dijo, es político: «Sarajevo es un campo de concentración, y la ONU forma parte del sistema que lo mantiene».

Juntas, estas dos afirmaciones componen una terrible acusación: la ayuda humanitaria está siendo utilizada por los gobiernos para encubrir sus fallos políticos o su indolencia. Bosnia muestra, ciertamente, el poder terrorífico del nacionalismo étnico. Pero esto también muestra el fracaso de las instituciones internacionales, y el abuso y los límites de la ayuda humanitaria.

(…) Más tarde, George Soros reiteró su opinión de que las fuerzas de la ONU están sirviendo, de hecho, de guardias del campo de concentración serbio. «Dejan a los serbios decidir qué ayuda humanitaria hay que traer y permiten que el campo de concentración sobreviva con absolutamente lo mínimo. Lo único que justificaría la presencia de la ONU aquí sería que estuviese levantando el cerco».

Soros sostiene que las organizaciones humanitarias no deberían ser más que una parte de una acción de alcance general, no un sustituto de ésta, que es lo que han hecho de ellas en Bosnia.

Análogamente, Flora Lewis sostiene que las penalidades de la población civil forman parte del dispositivo de guerra (International Herald Tribune, 3-XII-93).

En lo más extremo de la tragedia, cuando ocurre lo peor, se esconde una farsa cruel.

Se llega a la farsa cuando la ONU tiene que suplicar y lisonjear, sobornar y consentir a los responsables de la guerra para que le dejen distribuir alimentos y medicinas, de vez en cuando, a los bosnios atrapados en medio de los combates.

Se llega a la farsa cuando los soldados-gangsters de los bandos opuestos bombardean a los civiles durante el día, y se citan por la noche en el puente que divide la parte musulmana y la serbia de Sarajevo, para hacer tratos de mercado negro con los que sostienen la guerra.

Se llega a la farsa cuando el tenaz mediador europeo David Owen, agotado su arsenal diplomático de incentivos y amenazas, recurre a su última amenaza: recomendar que la ONU se retire tras el invierno si no se ha alcanzado un acuerdo.

Los civiles, muchos de ellos forzados a vestir el uniforme militar, no son espectadores sino instrumentos y peones de los que hacen la guerra. Su sufrimiento no es una consecuencia desafortunada, un lamentable efecto secundario de la guerra, sino un arma que usar y manipular junto con los cañones.

En Bosnia no funciona nada -me dijo un occidental que participa en labores humanitarias-: ni industria, ni reconstrucción: sólo la guerra. El ejército y los grupos paramilitares que cumplen o no órdenes -¿quién sabe si los líderes siquiera intentan mantener las promesas que recitan en las reuniones internacionales?- son uno de los mejores canales para conseguir alimentos.

(…) El personal de la ONU confiesa que allí donde se le ha permitido construir carreteras para transportar la ayuda humanitaria, es porque las fuerzas combatientes las consideraban también útiles para sus operaciones militares, y pueden -y de hecho lo hacen- cortar las carreteras cuando quieran.

Pero, dice un empleado de la ONU, la posibilidad de marcharse tiene que considerarse sopesando costes y beneficios. Probablemente, la retirada ocasionaría un millón más de refugiados. Mantener a uno en Suecia cuesta 16.000 dólares al año, y la ayuda humanitaria a Bosnia es mucho más barata, unos 900 millones de dólares al año, sin contar el gasto que suponen las fuerzas de la ONU. Tan bajo ha llegado todo: hasta ser una cuestión de facturas.

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