Benedicto XVI: «Europa apostata de sí misma, antes que de Dios»

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Cincuenta años después de la firma del Tratado de Roma, que fue el germen de la Unión Europea, Europa da la impresión de que «estuviera perdiendo de hecho la confianza en su porvenir». Así lo señaló Benedicto XVI el 24 de marzo en el discurso que dirigió a los participantes en un congreso con motivo de la efemérides, organizado por la Comisión de Episcopados de la Comunidad Europea. Opinión fundamentada en el invierno demográfico que vive el continente, en el que «hay que constatar por desgracia que Europa parece que ha emprendido un camino que podría llevarla al fin de su historia».

Tras glosar los logros obtenidos en estos 50 años de Unión Europea -sobre todo «la reconciliación de los dos ‘pulmones’, Oriente y Occidente» y la integración económica y política-, expresó su preocupación ante la crisis de valores que aqueja a Europa. El Papa recordó que «no se puede pensar en edificar una auténtica ‘casa común’ descuidando la identidad propia de los pueblos de nuestro continente», que está «constituida por un conjunto de valores universales, que el cristianismo ha contribuido a forjar, desempeñando de este modo un papel no sólo histórico, sino de fundamento para Europa».

Tras reclamar a Europa que siga siendo «fermento de civilización», se preguntó cómo sin esos valores «podría el Viejo Continente seguir desempeñando la función de levadura para todo el mundo». Denunció de ese modo «esta singular forma de apostasía de sí misma, antes aún que de Dios», que consiste en el rechazo de «que haya valores universales y absolutos» e ignore «un elemento esencial de la identidad europea, como es el cristianismo, en el que una amplia mayoría de ellos [los ciudadanos] sigue identificándose». Porque, denuncia Benedicto XVI, «se va difundiendo la convicción de que la ‘ponderación de los bienes’ es el único camino para el discernimiento moral y que el bien común es sinónimo de compromiso»; compromiso o consenso que «se transforma en un mal común cuando implica acuerdos dañinos para la naturaleza del ser humano».

El Papa fue categórico al criticar la construcción de una comunidad «sin respetar la auténtica dignidad del ser humano, olvidando que cada persona está creada a imagen de Dios». Pidió que se evite la actitud pragmática según la cual se «justifica sistemáticamente el compromiso sobre los valores humanos esenciales» como «un presunto mal menor», lo que está lejos de ser «equilibrado y realista» como se dice, ya que «niega esa dimensión de valores e ideales, que es inherente a la naturaleza humana».

En ese pragmatismo, señala el Papa, «se introducen tendencias laicistas o relativistas», negando «a los cristianos el derecho mismo a intervenir como cristianos en el debate público o, al menos, se descalifica su contribución con la acusación de que buscan defender injustificados privilegios». Pero, si la Unión Europea «quiere garantizar adecuadamente el Estado de derecho y promover eficazmente los valores humanos, tiene que reconocer con claridad la existencia cierta de una naturaleza humana estable y permanente, fuente de derechos comunes para todos los individuos, incluidos los de aquellos que los niegan». Por ello «hay que salvaguardar el derecho a la objeción de conciencia, cada vez que los derechos humanos fundamentales sean violados».

Finalmente, el Santo Padre alentó a los cristianos a «promover valientemente esta verdad sobre el hombre». Sin incurrir en el cansancio o el desaliento, el cristiano tiene «la tarea de contribuir a la construcción, con la ayuda de Dios, de una nueva Europa, realista pero no cínica, rica de ideales y libre de ilusiones ingenuas, inspirada en la perenne y vivificante verdad del Evangelio». Exhortó a participar «de manera activa en el debate público europeo» acompañándolo de «una acción cultural eficaz».

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