Hay que armarse de serenidad para conversar con ciertos interlocutores. Con terroristas, por ejemplo. Pero el periodista José María Gil Garre lo ha hecho. En las redes sociales, el nuevo campo donde los radicales presentan batalla, ha ido al encuentro de varios de ellos para entender sus móviles, desentrañar su psicología…
“Los nombres que utilizan son los de sus perfiles —explica a Aceprensa—. Están ‘El Andalusí’, ‘Tariq’, en fin, varias decenas. Son personas con vínculos con nuestras sociedades y culturas, que se radicalizan, se incorporan a estructuras yihadistas, y aprovechan el conflicto para desplegar conductas criminológicamente relacionadas con la psicopatía. Alguien que es capaz de cortarle el cuello a una persona hasta desangrarla, o de dispararles en la nuca a dos niños de 14 años, no encajaría en ninguno de los prototipos de conducta vinculados a los escenarios de conflicto; únicamente a los más salvajes”.
Para Chema, quien dirige el Departamento de Estudios sobre Terrorismo en el Instituto de Seguridad Global, (1) la magnitud de la violencia del Estado Islámico (EI) no implica que este haya desplazado a Al Qaeda del “hit parade” del terrorismo internacional.
—La realidad es que Al Qaeda no dejó de representar el peligro global que ha representado siempre. Es cierto que aparece un nuevo actor en el yihadismo internacional, pero el más internacional sigue siendo Al Qaeda. De hecho, los dos hermanos que atentaron en París estaban pagados, entrenados y adoctrinados por esta. Además, aunque tendemos a separarla del EI como si fueran fenómenos diferentes, no dejan de ser la misma cosa: la misma doctrina, la misma ideología, una estrategia común y a veces tácticas similares.
“Los Estados no han definido una estrategia global en Internet para contraprogramar esta ideología, que campa en las redes sociales”
—Aunque compiten entre ellas también…
—La competición se establece más en los niveles de liderazgo, pero en realidad estamos hablando de lo mismo. Recordemos que el autodenominado EI, antes de llamarse así, se llamó ‘Estado Islámico en Iraq y Siria’, y antes, ‘Al Qaeda en Iraq’. De modo que hablamos de la evolución de un nombre. El EI sería una franquicia que se ha igualado o ha superado a la Al Qaeda central.
A cada amenaza, una respuesta adecuada
—Volvamos a los yihadistas. Ud. señala que los que han cometido las mayores crueldades son ‘no desprogramables’, irrecuperables como ciudadanos pacíficos. ¿Pueden las sociedades democráticas lidiar eficazmente con sujetos así?
—Algunos de estos individuos, capaces de decapitar a otros seres humanos, de cosificar a otra persona hasta ese extremo, a mí me parecen absolutamente imposibles de desprogramar. Desde el punto de vista criminológico, estamos ante sujetos que caerían en la órbita de la sociopatía o la psicopatía. Pienso que son difícilmente reintegrables a la sociedad.
—Puede llegar el día, sin embargo, en que, en virtud de la ley, el individuo no desprogramado salga en libertad, y vuelva a atentar en Francia, en España o donde pueda…
—Debe construirse una respuesta jurídico penal, formulada sobre la base de valoraciones científicas que, desde la psicología y la psiquiatría criminalista, nos digan si ese individuo puede ser asumible o no por la sociedad en un momento determinado. Si el ámbito científico y académico nos dijera que es difícilmente desprogramable, tendría que elaborarse una respuesta jurídico-penal ad hoc que contemplara esas conductas como realmente singulares, y que se adecue al peligro que estas suponen.
—Existe la percepción de que el desprecio por la propia vida, que —a diferencia de otros tipos de terrorista— exhiben los yihadistas, es su rasgo más problemático. ¿Coinciden en esto los estudiosos del fenómeno?
—Sí. Es una característica del proceder de esos sujetos que los singulariza con respeto a otros fenómenos terroristas. El hecho de que deseen morir matando supone un salto cualitativo que nos enfrenta a un peligro mucho mayor que otros. Cuando un individuo es capaz de acudir a una plaza pública a degollar a otras personas, y hacerlo hasta que llegue la policía y lo abata, es que tiene una determinación criminal cuyo límite normal, que sería la propia vida, no existe. No tiene freno moral ninguno. Que uno de estos se determine a matar es un peligro que se multiplica exponencialmente. Lo hemos visto en París, pero también en Toulouse, en el caso de Mohammed Meraz; y en Londres, con Michael Abdebolajo, que arrolló a un soldado y lo degolló después. A un individuo dispuesto a matar de esa manera, es posible que las fuerzas de seguridad puedan abatirlo, pero esa posibilidad no es un freno para él.
“Desde el punto de vista criminológico, estamos ante sujetos que caerían en la órbita de la sociopatía o la psicopatía”
—La “cohorte de huríes” le estaría esperando, en su imaginario…
—Ese argumentario tiene mayor relevancia para nosotros, por curiosidad o morbo, que la que puede entrañar para un yihadista. Creo que no tiene ningún peso específico, y que pesa más el conjunto de la ideología manipulada.
La urgencia de una contraprogramación ideológica
—Me llama la atención que usted se confiesa pesimista en cuanto a la resolución del terrorismo yihadista. ¿Por qué?
—Porque, desde que irrumpe en los años 80, el fenómeno no ha ido a menos, sino a más. Si antes se circunscribía a los países en conflicto, hoy tenemos expresiones de esta ideología en todo el mundo. El EI tiene franquicias en el Magreb, en el Sahara… Hay yihadistas en Canadá, EE.UU., Latinoamérica, Alemania, Francia, el norte de Europa, Oriente Próximo, el Lejano Oriente…
Además, los Estados no han definido una estrategia global en Internet para contraprogramar esta ideología, que campa en las redes sociales. Los operadores informáticos no están siendo obligados a cerrar páginas de Internet y a actuar con severidad, con lo que se les está dejando un campo bastante amplio a los extremistas. Y se están multiplicando las modificaciones legislativas que afectan a todos, pero que no parece que afecten a estos sujetos, porque van a más.
No, no hallo elementos razonables para el optimismo. Los terroristas han conseguido desatar una conflagración global, que no tiene nada que ver formalmente con las que hemos conocido a lo largo de la historia, y nos tienen en jaque a todos.
A ciegas frente al terror
Creo que los Estados no deben ser hipócritas. El terrorismo no existe como figura en el derecho penal internacional. Si la comunidad internacional no se ha puesto de acuerdo en definir qué es el terrorismo, como delito perseguible de forma homogénea en todo el planeta; si no somos capaces de establecer siquiera una definición penal respecto a este tema, ¿qué ejercicio de responsabilidad estamos haciendo ante el fenómeno?
Nos vemos abocados, así, a ver cómo personas que viajaron a Siria a luchar como milicianos contra un dictador han acabado como terroristas. Al Assad puede ser un sátrapa, pero los cristianos no eran perseguidos. En Iraq nos cargamos a Saddam, ¿y qué dejamos después de 2003? Un disparate. Nos libramos de otro dictador en Libia, pero hoy hay 300 grupos terroristas allí y un Estado fallido, que además se convierte en un peligro inmenso para Europa, del que no se está diciendo nada, porque la situación en Siria e Iraq nos subyuga, pero el peligro potencial que nos puede llegar desde Libia es impresionante, máxime cuando Al Qaeda y el EI están presentes ahí.
“El hecho de que los yihadistas deseen morir matando supone un salto cualitativo que nos enfrenta a un peligro mucho mayor que otros”
Por otra parte, en los últimos diez años la comunidad internacional ha carecido de buenos análisis prospectivos, de una estrategia a largo plazo; se desconocía a los actores implicados en los conflictos y no se ha previsto que el yihadismo iba a engordar sus filas.
Tenemos que estudiar una estrategia global para la contraprogramación ideológica de estos individuos a través de las redes sociales, y también debemos ser conscientes de una cuestión: cuando se desprecia sistemáticamente el hecho religioso —el judaico, el cristiano, el islámico…—, se prescinde de actores positivos que serían protagonistas de la solución y se menosprecia un componente sustantivo de ese trasfondo. El hecho religioso debe ser visto como un elemento que ayude a resolver esta cuestión.
Recuperar los valores religiosos
—Se advierte en los medios y en los círculos políticos un énfasis en aclarar que el islam no tiene nada que ver con las acciones del EI o de Al Qaeda. Sin embargo, hay un número bastante considerable de terroristas que dicen ampararse en las enseñanzas islámicas. ¿A qué puede deberse?
—Reflexionemos un poco. Las milicias cristianas que han asesinado en masa a musulmanes en la República Centroafricana, ¿son cristianas? Los budistas que han entrado a aldeas musulmanas en Birmania y han despellejado a sus habitantes, ¿son budistas? Yo creo que no. Igual creo que los yihadistas, aunque sean miles, no representan al islam. Cuando hablas con ellos ves que no manejan ningún código ético ni hermenéutico correcto.
En el mundo cristiano y católico tenemos una referencia clara en la declaración Nostra aetate (del Concilio Vaticano II), en la que se establecen indicadores interesantes para el diálogo interreligioso. Debemos tomar en consideración las iniciativas que existen desde esos hechos religiosos para establecer mecanismos de encuentro y de confianza. Lo religioso ayudará a la solución del problema. Despreciarlo, prescindir de ello, nos ubicará en un ámbito de lucha estrictamente operativa, pero el problema de fondo no lo estaremos tratando integralmente.
—No pocos dicen que Europa se ha ido desarmando moralmente, al echar a un lado el componente judeocristiano de las raíces de su civilización, y que ello ha pavimentado el camino a estos radicalismos. ¿Qué opina usted?
—Creo que no, porque Europa también fue islámica en buena medida. Seguramente lo que tenemos que recuperar son los valores de las tres grandes religiones. Pero no podemos prescindir de siete siglos de historia (islámica) en España. Es absurdo, porque además, mientras nosotros ni siquiera reflexionamos sobre este elemento, ellos lo utilizan como un elemento de reivindicación. Pero durante siglos esa religión estuvo aquí y nunca se fue del todo.
No digo que la solución al problema terrorista sea religiosa, aunque debemos manejar esos arquetipos también. El terrorismo se combate con la ley, con las fuerzas de seguridad, la inteligencia, y con ejércitos allí donde se expresa bélicamente. Pero si queremos abordar una solución, debemos mirarlo en su complejidad y tener en cuenta todas las circunstancias y connotaciones. En esto, el hecho religioso debe ser una ayuda. No podemos prescindir de la fe de 1.300 millones de personas porque unas 40.000 se dediquen al terrorismo.
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(1) Think tank español, con sede en Londres, dedicado al análisis y la formación en temas de seguridad y defensa.