Armando Zerolo, filósofo y ensayista, profesor de Filosofía Política y del Derecho en la Universidad San Pablo-CEU y colaborador en medios como El Español, acaba de publicar Contra la Tercera España. Una defensa de la polaridad.
Hablamos con él sobre por qué intentar eliminar el conflicto en la política conduce al autoritarismo, sobre si la democracia es capaz de protegerse a sí misma y sobré por qué hay que mantener la confianza en ella.
– ¿Por qué una defensa de la polaridad?
– No defiendo el conflicto, defiendo la polaridad, que no es lo mismo. Estrictamente hablando, defiendo la polémica. El conflicto siempre es violento y problemático, pero es inevitable. La naturaleza humana es frágil y, debido a la diferencia de intereses –que es lo que gestiona la política– siempre habrá conflictos.
Por eso afirmo que cualquier política que intente eliminar el conflicto generará más conflicto del que pretendía evitar. Esto ocurre con las neutralizaciones propias de los totalitarismos. Así que evitar el conflicto es un problema, pero el conflicto tampoco es la solución. No defiendo el conflicto ni una política conflictiva. Lo que defiendo es una política polémica.
– ¿Y por qué este libro ahora? ¿Por qué es necesario recordar esto?
– Porque detecto que algunos que critican la polarización –algo con lo que estoy de acuerdo– lo que hacen es “tirar el agua sucia con el bebé dentro”, porque buscan eliminar el carácter polémico de la política, y eso implica eliminar su razón de ser. Esto no es baladí, porque en la política este tipo de neutralizaciones son los nacionalismos, los totalitarismos, los identitarismos. Y al final, queriendo quitarle las pulgas al perro, matas al perro y te quedas con las pulgas.
– Si el fin de la política no es ponernos a todos de acuerdo, ¿cuál es?
– Partiendo de mínimos, me gusta citar a Hobbes, que dice que el fin de la política es evitar la guerra civil. Yo creo que tiene toda la razón, y que hay un escepticismo de la política que es muy sano. Yo la fe la tengo en la religión. Yo creo en Dios. No creo en la política.
Pienso que la política es una actitud que permite que no nos matemos los unos a los otros, y eso es ya mucho. Y todos estos moralistas que buscan la unidad, la uniformidad, al final generan muchísima más tensión. De hecho, los grandes totalitarismos son moralistas. Es lo que comparten el fascismo y el comunismo, que son muy moralistas los dos porque desean una unidad moral. Es decir, les cuesta mucho convivir con la diferencia.
Por tanto, la segunda cuestión importante en la política es tolerar la diferencia. Yo creo que una de las grandes virtudes (muy denostada porque se entiende mal) es la tolerancia. Por la tolerancia llegamos al pluralismo, que es uno de nuestros valores constitucionales. Afirmar el pluralismo es afirmar la dignidad del otro en sí mismo, así que el valor más importante de la política es organizarse jurídicamente para que el pluralismo sea posible.
– Pero para una persona que tenga muy claro cómo debe uno vivir y regirse, ¿por qué va a ser la democracia el mejor sistema?
– Porque mi verdad absoluta eres tú. Tú eres mi verdad absoluta. Esto lo hemos aprendido desde que Dios se hizo carne. Esto lo aprendimos también con los totalitarismos, cuando Primo Levi se pregunta en Si esto es un hombre si detrás de ese número que tienen tatuados los presos en los campos de concentración hay un ser humano. Si pensamos que sí, entonces claro que existe la verdad absoluta, pero es que la verdad absoluta eres tú. Tú eres mi verdad absoluta. Tú eres lo único que yo no me puedo saltar. Y, de hecho, eso me puede hacer renunciar a muchas verdades relativas. Yo puedo renunciar a muchas cosas por ti.
– Entonces, ¿es la democracia el mejor sistema para preservar ese tú?
– La democracia es, sin duda alguna, el mejor sistema para preservar ese tú. Porque el fundamento de la democracia liberal es el pluralismo. Y el pluralismo esconde una verdad radical y absoluta, que es la libertad. Yo te quiero a ti, y porque te quiero a ti, quiero tu libertad. Por eso tu libertad, para mí, es un bien absoluto. Estoy dispuesto a hacer muchas cosas por defender tu libertad. No por defender la posibilidad de que nos pongamos de acuerdo, pero sí porque tú puedas defender tu libertad.
“La democracia se refuerza cuando es atacada desde dentro”
Recuerdo el brindis de John Henry Newman, que se convirtió de la High Church inglesa al catolicismo en una época en la que en Inglaterra ser católico era ser anti-inglés. Cuando le preguntaron si era más importante el Papa o la conciencia, él contestó que brindaría por el Papa, pero antes por la conciencia. Porque si él había llegado al Papa, era por la libertad de conciencia, y no al revés. Y creo que la democracia es el sistema político que mejor responde a esto.
– Pero ¿es capaz la democracia de defenderse cuando tiene problemas, de expulsar el veneno por sí misma?
– Sin duda. Existe el tópico de que “Hitler llegó democráticamente al poder“. Es decir, se suele decir que la democracia no tiene anticuerpos para protegerse de los ataques que se producen desde dentro. Pero hay que tener en cuenta que los argumentos en política deben ser históricos. La democracia ha dado saltos democráticos –es decir, avances en la defensa de la libertad– precisamente cuando ha sido atacada desde dentro, no desde fuera. Ahí están los ejemplos: la guerra civil norteamericana, la Revolución francesa –que fue, en realidad, una guerra civil–, la Guerra Civil española, todo el proceso posterior de transición, la Segunda Guerra Mundial –que fue una guerra civil europea–, y después, la propuesta democrática que supuso la Unión Europea.
Lo que vemos es que la democracia se refuerza cuando es atacada desde dentro. Y una vez que está constituida, tiene recursos para defenderse, claro que sí. Tiene la objetividad de la ley, los tribunales, las normas, y, sobre todo, a la gente, que se defiende. El tópico de que Hitler llegó democráticamente al poder no es verdad. Hitler dio un golpe de Estado y alteró una ley sin legitimidad democrática. Pero que la democracia sea vulnerable a un golpe de Estado no quiere decir que no sirva. Quiere decir que lo que no sirve son los golpes de Estado. Entonces, lo que habrá que hacer es evitarlos.
– ¿Y cómo se puede evitar democráticamente un golpe de Estado?
– Solo ha habido una forma desde tiempos de César: con la policía y el ejército, es decir, con la fuerza, con la violencia legítima, el monopolio de la fuerza en manos del Estado, como decía Kelsen. Ahora bien, eso presupone que de facto se está dando un golpe de Estado. Y aquí está la clave. Porque si ya se está produciendo un golpe de Estado, entonces seguir cumpliendo las normas, mientras otros usan las normas para cargarse el sistema, sería absurdo.
Así que solo hay dos opciones: o bien refutas la premisa, –la de que se está dando un golpe de Estado–, o, si aceptas el diagnóstico, entonces la respuesta democrática ya no tiene sentido. Y yo creo que no se está dando un golpe de Estado. No hay una fuerza perfectamente organizada socavando la legitimidad del Estado democrático. Y no, la ideología woke no se está cargando los fundamentos de la democracia. Ni Von der Leyen es hija del demonio. Aunque no te guste. El diagnóstico es erróneo. Creo que esa es la clave.
Y sí: es jugando con las reglas de la democracia como realmente nos protegemos frente a estas derivas. No renunciar a las reglas es la única manera de defender lo que tenemos.
– ¿Y cuáles son los mecanismos entonces?
– Pues mira, vamos con un ejemplo, que siempre es más claro. Se dice que la democracia ahora mismo está en peligro por los casos de corrupción. Y es verdad que estos escándalos hacen mucho daño al prestigio y a la credibilidad de la democracia.
Pero, en un sistema que calificamos como corrupto, ¿crees que se llevaría ante los jueces a un ministro, a un secretario general, a otro secretario general, a la mujer del presidente, al hermano del presidente y a todo un partido?
La UCO ha entrado en la sede del partido que gobierna. Y esto yo no me lo imagino en Venezuela, no me lo imagino en Cuba, ni en Corea del Norte, ni en China. Somos demasiado críticos con nuestro sistema. El sistema funciona. No sé qué tipo de ignorancia tenemos o qué tipo de sistema ideal deseamos, que le exigimos aún más.
– ¿Quién gana cuando dejamos de creer en la democracia?
– Pues mira, yo creo que no gana nadie. Y quien pierde es la libertad. Porque lo que suele pasar es que aparece un pescador en aguas revueltas, que casi siempre es un líder autoritario.
“La experiencia muestra que, cuando se dan pasos en contra de la democracia, desandar el camino es muy difícil”
Lo estamos viendo, por desgracia, en muchas democracias que dábamos por asentadas, como puede ser el caso de Estados Unidos. Allí, alimentando un descontento muy parcial, muy particular y muy mal explicado, se consigue ganar con márgenes mínimos. Trump, por ejemplo, no arrasó en ninguno de los estados en los que ganó. Y eso que tenía enfrente la peor combinación posible: una persona muy mayor y una sustituta bastante inepta. Y aun así ganó por muy poquito. Pero ganó. Entonces, cuando se cultiva el descontento, el resentimiento, el malestar… siempre acaba apareciendo un pequeño líder autoritario.
– ¿Y se puede desandar ese camino?
– La experiencia dice que es muy difícil. La gente, por ejemplo, no entiende por qué Guaidó no está en el gobierno de Venezuela, cuando tenía toda la legitimidad democrática, el apoyo internacional, el apoyo interno, etc.
Eso muestra que hay algo que se nos ha olvidado: el poder. Se nos ha olvidado mirar al poder de frente. Ese es el gran olvido político: cuando no se limita al poder, cuando se confía demasiado en él, el poder muestra su cara, muestra su brutalidad. Y eso es lo que está volviendo a pasar.
En política, la confianza no se puede poner en una única persona que acumule todo el poder. De hecho, el liberalismo nació para eso: para meter palos en las ruedas del poder, para limitarlo, para que no esté arriba sin control.
– Uno de esos palos en la rueda es la propia oposición. Y tú dices que un síntoma de madurez democrática es la relación entre gobierno y oposición. ¿Por qué?
– Mira, a mí una de las cosas que más miedo me daban de la política estadounidense con Trump no era el propio Trump –que me parece una amenaza para la democracia–, sino la reacción del Partido Demócrata. Y ya vemos que su candidato a alcalde en Nueva York es una persona mucho más extrema de lo que solía ser. Frente a una política extremista, la reacción no es moderada: la reacción es parecida. Toda actitud reactiva, en el fondo, es imitativa.
No nos damos cuenta de que la democracia es una genialidad, y lo es desde su origen. Fíjate en el ejemplo del proceso de integración europea. La Unión Europea nace de la genialidad de decir: no vamos a poner a hablar a los vencedores, a los que comparten una misma identidad moral, sino a los dos contendientes que peor se llevan: Francia y Alemania. Y a partir de eso empezamos a construir.
¿Y sobre qué les ponemos a hablar? No sobre aquello en lo que están de acuerdo –por ejemplo, la paz–, sino sobre el acero y el carbón. Es decir, sobre aquello por lo que llevan 50 años peleándose. Y les vamos a poner a hablar en Bruselas, en el escenario más representativo del conflicto político. Es una genialidad, porque dicen: vamos a juntar a los peores, hablando de lo peor, en el peor sitio. Y de ahí va a surgir Europa.
O piensa en el Parlamento inglés: la distancia que hay entre una grada y la otra es el doble de una espada. Es maravilloso, porque va de juntar a los que discuten, pero evitando que se maten entre ellos.
Todos los ejemplos de intensidad democrática, de creación democrática, se basan siempre en que los contrarios se junten. Y no para que lleguen a un acuerdo, sino para que no se maten. Pero no matándose serán capaces de generar un proceso que será constructivo. Esto está en la base de los liberales doctrinarios de 1830. Ellos ya lo intuyeron y por eso dijeron que la oposición forma parte del gobierno.
– ¿Entonces no es necesario compartir unos mínimos para que funcione la democracia?
– Te diría que la pregunta política es exactamente la contraria: ¿qué hacemos cuando no compartimos los mínimos? Porque cuando hablamos de política hay que hablar de alternativas, no de ideales.
Solo hay dos opciones históricas. Una: la dictadura. Es la opción más frecuente. Pero hay otra opción, que es la improbable, pero que ha sucedido a veces en la historia: la democracia. Por eso pongo el ejemplo de la Revolución Francesa. Fue una quiebra social absolutamente desconocida en la historia. Pero de esa ruptura –es decir, cuando no se compartían los mínimos–, surgió una democracia.
O sea, que el hecho de no compartir los mínimos no significa que la democracia no sea posible. De hecho, esta es la única tesis de mi libro: que la democracia es posible en momentos de polarización. Y no solo es posible, sino que es la mejor de las opciones.
En España partimos con unas ventajas de las que no somos conscientes. Somos una sociedad muy homogénea. Además, existe una cultura del encuentro, de la convivencia, de la familia, de la fiesta, del tiempo libre, del trabajo, del esfuerzo, del futuro, de la memoria, de la tradición, que no se da en muchos otros países. Con lo cual, en España no solo es que se den los mínimos: es que somos una sociedad de máximos. Pero no nos damos cuenta y no damos las gracias. Que, por cierto, toda crítica tiene que tener la forma del agradecimiento. Si no, es destructiva.
Para contestar a tu pregunta, yo creo que, en términos políticos, el mínimo democrático es la nación: una mínima conciencia de pertenencia a un territorio, a una cultura y a una tradición.