Cuando la política nos vuelve ansiosos

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Cuando la política nos vuelve ansiosos
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“Polarización” es un término muy usado para describir el clima político de los últimos años. Después de un largo periodo en que centroderecha y centroizquierda se alternaban “pacíficamente” en el Gobierno, han crecido los extremos y las mayorías son más cortas e inestables. Pero una mayor distancia entre posturas y una contienda ideológica más dura no son forzosamente peligrosas, y pueden contribuir a la vitalidad democrática. Los problemas vienen si el ambiente político crispado afecta a la salud mental y a las relaciones entre las personas. Que es lo que está pasando.

En un testimonio publicado en la revista GQ, la autora relata que sufrió dos crisis de nervios en 2016, el año en que el Reino Unido aprobó por referéndum abandonar la Unión Europea y en Estados Unidos fue elegido presidente Donald Trump por primera vez, acontecimientos que la afectaron mucho. “En ambas ocasiones, me desperté en mitad de la noche y miré webs de noticias y mis redes sociales con trepidación (…); en ambas ocasiones me entró un ataque agudo de ansiedad, que me hizo vomitar”.

Fueron episodios de “ansiedad política”. Este trastorno no ha entrado en el DSM, el conocido manual de diagnóstico de la Asociación Psiquiátrica de EE.UU. Pero ha llegado a las consultas de los terapeutas, señala Gladys Mondière, presidenta de la Federación Francesa de Psicólogos (Le Monde, 28-05-2025). No es simplemente el típico disgusto con el Gobierno, la actuación de los partidos o el ejemplo de los líderes políticos, que se ventila en conversaciones y tertulias, quizás acaloradas. Es un miedo difuso relacionado con la gobernanza del país, el futuro político y la evolución de la opinión pública.

Quienes sufren de ansiedad política presentan síntomas como trastornos del sueño, rumiación, pensamientos intrusivos, consulta compulsiva de noticias y redes sociales, cambios bruscos de humor, episodios de depresión o conflictividad en las relaciones sociales. En palabras de Stéphanie Bertholon, psicóloga del Centro de Tratamiento del Estrés y la Ansiedad (Lyon), las personas con ese síndrome “anticipan negativamente los acontecimientos, dramatizan las situaciones y no alcanzan a percibir las posibles soluciones” (Slate, 11-10-2021). Así, es frecuente que acaben siendo dominadas por un sentimiento de frustración, impotencia y bloqueo. “Tengo miedo de lo que nos deparará el futuro, pero me siento totalmente impotente –decía un paciente al principio de la campaña para las elecciones presidenciales francesas de 2022–. Votar no sirve para nada” (ibid.).

La consulta insistente de noticias y comentarios en los medios digitales y las redes sociales es un síntoma común de la ansiedad política

El psicólogo norteamericano Steven Stosny fue uno de los primeros en abordar la ansiedad por motivos políticos en un artículo de 2016 sobre lo que llamó “trastorno de estrés electoral”. Desde entonces se han multiplicado las investigaciones sobre este síndrome en Estados Unidos. La Asociación Psicológica Americana (APA) le presta particular atención cuando se acercan las elecciones. En su última encuesta anual sobre el estrés (2024) señala que la proporción de personas que dicen sufrir ansiedad ante los comicios presidenciales y legislativos ha ido subiendo del 52% en 2016 al 69% ocho años más tarde. El malestar era compartido, con porcentajes parecidos, por personas de las distintas tendencias políticas (demócratas, republicanos e independientes).

Kevin B. Smith, profesor de la Universidad de Nebraska-Lincoln, concluye: “Hay un número considerable y creciente de pruebas de que la política tiene efectos perjudiciales para la salud”. Lo muestra, dice, la coincidencia entre investigadores que emplean datos y enfoques distintos.

¿Un trastorno nuevo?

A la vista de tales afirmaciones, cable plantearse una duda: ¿realmente la ansiedad política es una afección nueva y distinta? ¿No se estará “inventando” un trastorno poniendo nombre a algo que no es más que un caso de ansiedad como cualquier otro, aunque con un desencadenante particular? Al fin y al cabo, el estrés puede tener distintos orígenes –una muerte inesperada, una ruptura conyugal, una prolongada sobrecarga de trabajo…–, y no por eso se define un tipo patológico propio para cada uno.

En un artículo publicado en Politics and the Life Sciences, el mencionado Smith y su coautor, Aaron Weinschenk, señalan, a ese propósito, que quienes dicen padecer ansiedad política no son simplemente personas con elevados niveles generales de estrés. También otros autores creen que la ansiedad de raíz política es un trastorno específico. Según Shevaun D. Neupert, profesora de Psicología en la Universidad Estatal de Carolina del Norte, la índole colectiva de la política hace de ella un caso aparte; en efecto, a menudo implica conflictos entre grupos, lo que puede tener repercusiones en la vida social del paciente, observa la profesora Brett Ford (Universidad de Toronto).

En fin, Ford sostiene que la política es un estresante polifacético y complejo, que puede desencadenar una variedad de emociones: inquietud, ira, desesperanza, tristeza, frustración, indignación… E influye en la salud mental en virtud de rasgos específicos: por una parte, “las decisiones políticas pueden tener unas consecuencias muy concretas en la vida de la gente” (con respecto, por ejemplo, al empleo, la vivienda, la atención sanitaria…); por otra, “la política despierta en muchas personas convicciones morales a las que están firmemente adheridas” (Le Monde, 28-05-2025).

Política estresante

Si se acepta lo anterior, todavía surge una pregunta más: ¿qué ha pasado para que la política actual provoque tanta ansiedad?

La política siempre ha sido más o menos bronca. Pero los autores que observan más ansiedad política en los tiempos recientes aluden a la sucesión de hechos conflictivos, como las guerras en Ucrania y en Gaza, que han suscitado pasiones en el extranjero; la disolución de la Asamblea Nacional en Francia y las subsiguientes elecciones anticipadas; el movimiento independentista catalán y la repetición de elecciones, en España. Y en estos y otros países, los populismos, junto con el ascenso de partidos de uno y otro extremo del espectro ideológico, han tensionado la política.

Estados Unidos, dice Arthur C. Evans, director ejecutivo de la APA, lleva casi un decenio con un “ambiente político muy cargado”. Hay una oposición muy fuerte entre partidarios y detractores de Donald Trump. La campaña electoral de 2016 fue dura, tras las elecciones siguientes se produjo el asalto al Capitolio, y en el verano pasado hubo un intento de asesinar al candidato Trump durante un mitin.

Ambiente informativo ansiógeno

De todas formas, es general la creencia de que la coyuntura estresante no está constituida solo por los hechos, sino en especial por la cadencia y la forma en que llegan a conocimiento de la gente. Según Ford, el actual ambiente informativo es “ansiógeno”.

Resulta significativo que la insistente consulta de noticias y comentarios en los medios digitales y las redes sociales sea un síntoma común de la ansiedad política. También esto abona la idea de que es un trastorno reciente y específico. “El entorno informativo ha cambiado”, observa Smith. La actualidad política “no es algo que nos llega por la mañana con el periódico y por la noche con el telediario vespertino: ahora es continua, a todas horas”.

Eso tiene notable poder estresante, porque “la información llega a borbotones –dice Ford–, y las redes sociales están concebidas para captar nuestra atención”. Una consecuencia, según Bertholon, es que “el público no es siempre capaz de ver las cosas con perspectiva o de someter a crítica una información”.

No es extraño que los terapeutas recomienden a sus pacientes con ansiedad política una dieta informativa. No se trata de ayunar, sino de limitar el tiempo que se dedica a las noticias, eliminar los avisos de las redes sociales o consultarlas solo a determinadas horas. Pero no menos importante es corregir la actitud con que uno se informa. Ford aconseja leer, no mirar las noticias, a fin de dar espacio a la reflexión: ¿esto es verídico?; ¿qué relevancia tiene? Es preciso “no conformarse con fragmentos de noticias: hay que procurar entender los acontecimientos más racionalmente”, anota por su parte Bertholon.

Y un peligro es que después del empacho llegue la aversión a las noticias. Para librarse del estrés, hay quienes se apartan de la política y dejan de informarse; pero eso es comprar la tranquilidad a costa de la responsabilidad cívica. El consejo de Bertholon es “actuar y aportar un granito de arena cuando sea posible”, y al mismo tiempo, “aceptar –como los estoicos– que a veces no se puede influir en el curso de los acontecimientos”.

Mayores distancias ideológicas

Los efectos de la ansiedad política en la salud mental, según Ford, no son por lo general muy duraderos, si bien hay casos más graves, en los que la recuperación es costosa. Pero, aun cuando no haya trastorno propiamente dicho, para numerosas personas la continua exposición a las (malas) noticias políticas es un estresante de baja intensidad que estalla, por ejemplo, cuando se aproximan unas elecciones. El resto del tiempo deja un fondo de preocupación, tristeza, irritación… que, si no justifica una sesión de terapia, tiene consecuencias en la vida social.

La “polarización” se lleva las culpas. El actual ambiente político crispado, áspero, incivil viene –se dice– de la creciente distancia entre los extremos, que hace más difíciles los acuerdos porque implica demandas maximalistas.

Es una percepción común. Un grupo de investigación de la Universidad de Murcia realiza anualmente una Encuesta Nacional de Polarización Política (ENPP). La última edición, de 2024, revela que el 82% de los electores (20 puntos más que en 2022) ve que en España hay más crispación política que tres años antes, cuando se hizo la encuesta por primera vez.

La peor polarización política no es la que lleva a la gente a discutir, sino la que la lleva a rechazar a los que no piensan igual y a apartarse de ellos

Ahora bien, como defiende Armando Zerolo en su libro Contra la tercera España, en política la disputa es lo normal, y que resulte dura y agria no es para asustarse. Hay polarización porque necesariamente hay polos, y el consenso no tiene por qué ser el final deseable del disenso. Que unos ganen y otros pierdan en política es lo lógico. Tampoco los equipos de fútbol salen al campo a empatar.

Según eso, la “polarización ideológica” –la distancia creciente entre posturas políticas– no tiene por qué ser tan peligrosa y, en principio, es manejable mediante los procedimientos democráticos. La peor polarización política no es la que lleva a la gente a discutir, sino la que la lleva a rechazar a los que no piensan igual y a apartarse de ellos. Esa es la “polarización afectiva”, que desde hace años estudian autores como Shanto Iyengar (Stanford), Andres Reiljan (European University Institute) o los miembros del equipo que elabora las ENPP.

Polarización afectiva

En la última encuesta de la APA sobre el estrés, la mitad de los norteamericanos confiesan que la tensión por motivos políticos los retrae de las relaciones sociales, y casi el 30%, que no encuentran terreno común con personas de otras posiciones políticas. En 2020, la consultora Gartner halló en un sondeo a empleados que casi dos de cada cinco evitaban hablar de política con los compañeros de trabajo.

La polarización ideológica y la afectiva están desde luego relacionadas, pero no siempre coinciden en grado y en evolución: así, las ENPP muestran que de 2021 a 2024, en España la polarización ideológica ha disminuido dos décimas en la escala, mientras que la afectiva ha subido cuatro décimas. Además, la afectiva, a diferencia de la otra, no es simétrica. Por ejemplo, la ENPP de 2024 muestra que el rechazo de los votantes de Sumar a los de Vox es claramente mayor que el de estos a aquellos.

Quizás lo malo de la actual polarización política no es tanto que más gente haya emigrado a los polos, cuanto que los polos se han hecho burbujas

La creciente distancia emocional por motivos políticos entre grupos ideológicos tiene repercusiones sociales. Como nos juntamos más con los “nuestros” y menos con los “otros”, disminuye la probabilidad de amistad o enamoramiento con personas externas al propio grupo. Lo muestra un estudio de José Miguel Rojo –uno de los miembros del equipo de las ENPP– sobre la aceptación o rechazo a tener –o que un hijo o una hija tenga– una relación amorosa con alguien que vote a un partido distinto del propio. En general, la mayor aversión se da hacia los votantes de los extremos: a los de Vox, 22,4%; a los de Unidas Podemos (los datos son de 2022, antes de que se creara Sumar), 10,6%. También, las mayores concentraciones de encuestados en los extremos de afinidad y rechazo se dan en esos mismos partidos. Ambos datos confirman el paralelismo entre la polarización afectiva y la ideológica. Pero también en esto se da la asimetría peculiar de la afectiva: los votantes de derecha están más abiertos a relaciones de pareja con los de izquierda que viceversa.

Para Rojo, este tipo particular de polarización afectiva es indicio de que la adhesión a un partido ha ganado importancia como componente de la identidad personal y la visión de la vida, que es algo decisivo cuando se trata de elegir pareja. Un dato de la ENPP de 2024 parece corroborar esa idea. Se propuso a los encuestados cuatro formas –no excluyentes entre sí– de entender su identificación con un partido, y después se midió la relación de cada una con la polarización afectiva. La máxima polarización se corresponde con la opción “es un reflejo de mi identidad y forma de ser” –por encima de “es un reflejo de mi ideología y valores”–, y la mínima, con “es un medio para hacer valer mis intereses”. En tercer puesto queda la otra respuesta: “es un reflejo de mis características sociales, es el partido por el que votan las personas que son parecidas a mí”.

Salir de la burbuja

Concluye Rojo: “La polarización afectiva no solo tiene consecuencias sobre la democracia o las instituciones; también promueve la segregación social y hace que los individuos otorguen más importancia a las identidades políticas en situaciones no políticas. Esto es preocupante porque, cuanto menos contacto e intercambio relacional se produzca entre quienes pertenecen a grupos diferentes, más se exacerbarán los estereotipos, los recelos y las hostilidades”.

En cambio –escriben los autores, Rojo entre ellos, del capítulo de la ENPP sobre este tema–, “un partidismo más reflexivo e instrumental podría impulsar un clima político menos hostil”. ¿Es realista esperar tal cosa? Para Zerolo, ser de un partido o una ideología, como ser de un equipo de fútbol, no tiene mucho de racional; viene más bien de la tradición familiar, del ambiente social, de la biografía. Y por otro lado, el que vota, con despego afectivo, solo para “hacer valer sus intereses”, no es el elector ideal, ni el mejor ejemplo de compromiso cívico.

No cabe esperar que deje de haber polos. Quizás lo malo de la actual polarización política no es tanto que más gente haya emigrado a los polos, cuanto que los polos se han hecho burbujas. Como señala Bertholon a propósito de la sobreexposición a noticias y comentarios políticos, que favorece la ansiedad, “informarse es también escuchar contraargumentos y no limitarse a leer lo que va en la línea de nuestras creencias”. Análogamente, Zerolo sugiere practicar el fuego cruzado: “Escribe contra los tuyos y descubrirás que se parecen bastante a los otros. Da la razón a los otros en lo que creas que la tengan, y descubrirás que son como los tuyos”.

En fin, para aliviar la ansiedad y la hostilidad políticas, no hace falta que cambiemos de postura, sino solo que salgamos de nuestra burbuja.

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