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Combatir el fanatismo con la verdad

publicado
DURACIÓN LECTURA: 3min.

Tanto Matthew d’Ancona como Lee McIntyre ofrecen en sus ensayos propuestas para paliar la influencia de la posverdad y consejos para formar juicios ponderados. Ambos creen que es necesario recuperar la objetividad y tener presentes los hechos, así como desbancar la indiferencia pública ante la mentira.

La sociedad de la información es demasiado porosa a las ideologías, por lo que es necesario el compromiso incondicional con la verdad, por encima de las preferencias políticas.

El objetivo, explican d’Ancona y McIntyre, no es convencer al mentiroso ni obligarle a retractarse. La finalidad de atestiguar la manipulación de los hechos o su fabricación, así como la de denunciar la simpleza de las teorías conspirativas es evitar que los embustes intoxiquen el discurso público o permeen en conciencias menos avisadas.

En este sentido, los que critican la posverdad parecen estar haciendo causa común contra lo que consideran su germen: el relativismo. Frente al mismo, todos de algún modo pretenden rehabilitar la verdad y recuerdan que el discurso público no debe consistir en una disputa erística sobre nuestros prejuicios, sino en buscar y descubrir entre todos la verdad.

Lee McIntyre, por ejemplo, acude a las lecciones de la psicología para ilustrar cómo funcionan los sesgos cognitivos y la manera más adecuada de luchar contra ellos. Es especialmente importante combatir nuestra tendencia a seleccionar aquello que confirma nuestra tesis, sorteando los que la refutan. Como enseñan los grandes pensadores de la historia, desde Sócrates hasta Popper, presentar objeciones y rebatir nuestros propios puntos de vista es la mejor forma de contrarrestar la fuerza de lo posverdadero.

Contra la desinformación

Por su parte, D’Ancona cree que se debe explotar más astutamente el atractivo emocional de la verdad y que el contrataque ha de tener en cuenta, además de la razón, la dimensión personal. “En un mundo de posverdad, no basta con una argumentación intelectual. En muchos contextos (puede que en la mayoría) es preciso comunicar los hechos de forma tal que se reconozcan los imperativos emocionales, además de los racionales (…) Más que nunca, la verdad requiere un sistema emocional de transmisión que apele a la experiencia, a la memoria y a la esperanza”, señala.

Como enseñan los grandes pensadores de la historia, desde Sócrates hasta Popper, presentar objeciones y rebatir nuestros propios puntos de vista es la mejor forma de contrarrestar la posverdad

En lo que todos coinciden es en la necesidad de combatir la desinformación. Internet favorece la inmediatez, lo que unido a la pérdida de confianza generalizada de los usuarios y a la desaparición de la diferencia entre noticias, hechos y opinión, deja a los ciudadanos al albur de la información indiscriminada. Si se pierde la batalla de la atención y la actitud del ciudadano en la red es pasiva, la posverdad gana terreno.

Aprender a diferenciar las fuentes fiables de las que no lo son es crucial en este momento. Algunos han llegado a proponer incluso un registro de páginas dudosas. Tanto las compañías tecnológicas como los poderes públicos están poniendo en marcha iniciativas que, aunque sea indirectamente, contribuyen a poner coto a las distorsiones de la verdad, pero son los usuarios los que han de tener criterios para detectar lo veraz y razonable en la avalancha informativa que cada día los inunda.

¿No es precisamente eso lo que hacen posible los medios que apuestan por el rigor, que contrastan las fuentes, validan los datos y analizan la información? “Quizá deberíamos comprar, después de todo, aquellas suscripciones de antaño al New York Times o al Washington Post, en vez de basarnos en diez artículos gratuitos al mes”, sugiere Lee McIntyre. ¿O es que no valoramos la verdad lo suficiente? 

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