La juventud iberoamericana, entre el desencanto y la esperanza

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Durante la reciente Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno en El Salvador, los jóvenes fueron objeto de una declaración de buenas intenciones que no se sabe cómo repercutirá sobre sus problemas reales. Un informe presentado por la CEPAL evalúa la situación de las nuevas generaciones de la zona.

El estudio que han publicado conjuntamente la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y la Organización Iberoamericana de la Juventud (OIJ), no sólo en el nombre tiene reminiscencias cortazarianas: «Juventud y cohesión social en Iberoamérica: un modelo para armar». También en el estilo, marcadamente propenso al neologismo léxico y gramatical, el texto recuerda aquel «glíglico» inventado por el autor de Rayuela. Frases como «cuanto más difusos los canales consagrados de integración social, más se borra la frontera que separa lo legal de lo ilegal y más difusa también la adhesión a un orden simbólico instituido», resultan desconcertantes en su sintaxis sin cópulas y en el esoterismo de los términos (¿qué es un «orden simbólico instituido»? ¿La ley? ¿Los valores morales? Y éstos: ¿son sólo simbólicos?).

Lo bueno y lo malo de ser jóvenes

Según el informe, al saldo positivo de la juventud pueden sumarse muchas circunstancias: más años de educación en promedio que los adultos, con la ganancia consecuente en el acceso a las tecnologías, a la comunicación, a la información y al conocimiento; disposición a desplazarse en busca de mejores oportunidades; mejor salud; mayor capacidad para adaptarse y aprovechar los cambios culturales y de modelos de organización; y fuerza creadora para producir formas nuevas de participación que incidan en el sistema desde la base.

El contrapunto de esas ventajas es que los jóvenes son víctimas de más desempleo y peores sueldos en relación a su nivel educativo; registran un mayor índice de muerte por causas externas a pesar de que enferman poco; van a la cabeza en el uso de drogas y alcohol; y se exponen al tráfico de personas y a otras precariedades de la experiencia migratoria.

Juventud y pobreza

El informe señala la relación que existe entre la iniciación temprana en la actividad sexual y el riesgo de pobreza, y da la alarma sobre las altas cifras de la maternidad adolescente que «pone un signo de interrogación sobre la titularidad efectiva de los derechos reproductivos entre las más jóvenes». No deja de ser contradictorio que a continuación se refiera a la necesidad de «mejorar las condiciones de acceso de los adolescentes a servicios gratuitos de protección de una sexualidad activa sin riesgos y con prevención del embarazo». ¿Vale la pena, entonces, promover una sexualidad activa ejercida por quienes dudosamente tienen capacidad de asumir sus derechos reproductivos?

A pesar del problema que describe, el documento señala que «la mortalidad por embarazo, parto y puerperio es mucho menor y su incidencia se correlaciona con el nivel de desarrollo de los países». Por otra parte, América Latina y el Caribe están por debajo de la media mundial de fecundidad total, pero superan con mucho el promedio de la fecundidad temprana, que sólo es mayor en África. La brecha entre América y Europa se percibe al comprobar que los valores de esta tasa son casi seis veces los de Portugal y más de ocho veces los de España.

Al hablar de la situación económica de los jóvenes menos favorecidos, el informe distingue entre los pobres y los que todavía están más abajo, los indigentes. De acuerdo a los datos de la CEPAL entre 1990 y 2006 se redujo el número absoluto de jóvenes indigentes en más de cuatro millones. Sin embargo, en el último año la juventud aportó un millón más de pobres, lo que «implica que el aumento en ingreso de los indigentes no les bastó para salir también de la condición de pobreza».

Las diferencias entre países varían desde un 13,1% de pobres en Chile, hasta un 66,3% en Honduras. En el rango de edades, la población más afectada es la comprendida entre los 15 y los 19 años. Las mujeres se llevan también la peor parte en la distribución de la pobreza, aunque la comparación por sexos ofrece contrastes menores que los determinados por la oposición entre lo rural y lo urbano o por factores étnicos o vinculados al nivel de instrucción.

Importancia de la familia

Según las encuestas de opinión, dice el estudio, la importancia que los jóvenes de entre 18 y 29 de edad siguen atribuyendo a las familias es notoria, aunque en cambio parecen cada vez más ajenos a otros factores tradicionales del sentido de pertenencia: la patria, la política y la religión. La composición familiar es también clave en el desempeño social a que pueden aspirar las nuevas generaciones: «la relación entre juventud y familia es parte medular de las perspectivas de cohesión social de los jóvenes, y en este nivel cobran especial importancia los roles de género, ya que quedan marcados sobre la base de su distribución inicial y capilar, que se da en el núcleo familiar».

Se echa sin embargo de menos en este informe un enfoque propiamente ético, capaz de profundizar en el tema de los valores. Según este juicio, no deja de resultar inquietante la excesivamente economicista definición de lo que es ser joven: «Ser joven es estar en las mejores condiciones para disfrutar de los productos, servicios y aventuras que ofrecen los mercados globalizados».

Las formas conocidas de liderazgo político tampoco parecen despertar en los jóvenes especial entusiasmo. Aunque el informe los describe como nacidos en «el imaginario de la democracia», el 42% se muestra indiferente al tipo de régimen y en algunas circunstancias apoyaría un gobierno autoritario. En Brasil, Ecuador, Paraguay y Perú, más del 80% se siente insatisfecho con la democracia.

La participación de los jóvenes en organizaciones políticas y sindicales en la región es inferior al 10%, y en comparación con los adultos están 13 puntos por debajo del promedio en ejercicio del voto. Este desencanto de los canales de representación regulares podría favorecer formas políticas alternativas: «grupos de encuentro, foros sociales, iniciativas comunitarias, movimientos locales juveniles, voluntariado juvenil, tribus urbanas y alianzas entre jóvenes, ecologistas e indigenistas, entre otras».

Por lo que respecta a la adscripción religiosa, el 86% de los jóvenes iberoamericanos se declara identificado con alguna confesión, principalmente la católica (68%), y la evangélica y protestante (18%), aunque esta proporción es inferior si se compara con la de los adultos, y sólo el 43% dice ser practicante.

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