El miedo prevaleció sobre el enojo en las elecciones argentinas

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El miedo prevaleció sobre el enojo en las elecciones argentinas
Sergio Massa (foto: PetraPiedra / Shutterstock)

Buenos Aires.— El largo y ríspido proceso electoral de Argentina y la irrupción de un líder de extrema derecha, Javier Milei, se encontraron el día de las elecciones generales con otra sorpresa: el triunfo del candidato peronista, Sergio Massa, actual ministro de Economía del país.

El domingo 22 de octubre, el escrutinio provisorio arrojó resultados inesperados. Fue una jornada electoral pacífica y con índices de participación del 77,6%, de los más bajos desde la restauración de la democracia que celebra 40 años en 2023. Massa, candidato de Unión por la Patria, la coalición oficialista, obtuvo el 36,68% de los votos y Milei, candidato del espacio libertario Libertad Avanza, el 29,98%. En tercer lugar, con el 23,83%, quedó Patricia Bullrich, de Juntos por el Cambio, el partido político de Mauricio Macri, presidente entre 2015 y 2019. Habrá, como se preveía, balotaje. Lo que no se pronosticaba era que se impusiera el candidato oficialista, y menos por esa diferencia. En Argentina es necesario obtener el 40% de los votos y una diferencia de diez puntos respecto del segundo para ganar en primera vuelta.

Todos los analistas se preguntan cómo es posible que haya salido primero quien está a cargo de la cartera de Economía en la desprestigiada gestión del presidente Alberto Fernández, con una inflación anual del 140%, una pobreza del 40% y el valor del dólar libre a unos 1.000 pesos, por las sucesivas devaluaciones de la moneda. Los principales medios de comunicación y las encuestas, al contrario, habían sembrado la posibilidad de que Milei ganara en primera vuelta, idea que el controvertido líder libertario había alimentado en el cierre de la campaña.

De sorpresa en sorpresa, el microclima generado por los equipos de campaña, los encuestadores y el mainstream de los medios de comunicación instaló la idea del “fenómeno” Milei como una ola de votos liberales que desterrarían del escenario político al populismo representado por el kirchnerismo, como identifican los medios en Argentina al ciclo de gobiernos de una facción de centro izquierda del peronismo que abarca el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007), los dos gobiernos de su mujer, Cristina Kirchner (2007-2015), y el actual de Alberto Fernández, en el que ella es vicepresidenta.

Un antecedente de este cambio abrupto en las expectativas se dio en las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) del 13 de agosto. Al revés que en las elecciones generales, los encuestadores habían subestimado el desempeño de Milei en las PASO, en las que fue el candidato más votado, con el 31,60% de los votos. Los investigadores sociales relevaron en la población una “bronca” con la dirigencia política por la situación social y frustración con las dos expresiones políticas que gobernaron en los últimos años: el kirchnerismo y el macrismo.

Una “rock star” contra “la casta”

Aunque su imagen venía creciendo desde hace dos años el nuevo referente de la derecha política ocupó decididamente, desde las PASO, el centro de la escena. Su aspecto de rock star –pelo largo, campera negra–, su apelación a la libertad, sus vehementes críticas a la “casta política” y su rechazo del progresismo cultural le sumaron pronto la adhesión de los jóvenes y también de los de clase baja, que sienten que el Estado sólo estuvo presente en los gobiernos kirchneristas para controlar el acceso al dólar, gravar con impuestos los empleos informales o impedir la circulación de los repartidores (que proliferaron durante la pandemia). Su estilo agresivo, intolerante con la crítica, lo llevó a formular agravios a los contrincantes, sobrepasando el límite de la civilidad.

Milei se presentó como un experto en crecimiento de la economía y propuso un drástico ajuste fiscal a partir de la reducción de ministerios y la privatización de empresas estatales. Su propuesta más audaz fue la dolarización de la economía argentina y el cierre del Banco Central. A través de abundantes apariciones en los medios, incluidos dos debates presidenciales televisados, se conocieron sus propuestas de privatización de áreas estatales sensibles para los argentinos: el arancelamiento de la salud pública con subsidio a los pacientes en lugar de a los hospitales, el reemplazo de la educación pública por un sistema de vouchers para los alumnos, o la privatización del Instituto Oficial de Investigación Científica (CONICET), a pesar de que en 2023 fue reconocido por el ranking Scimago como la mejor institución gubernamental de ciencia de Latinoamérica (la salud y la educación pública tienen gran prestigio en la región, como lo prueba la cantidad de extranjeros que estudian o se atienden médicamente en el país).

Los ataques a Francisco, aprovechados por el peronismo

Hubo propuestas de Milei más controvertidas, como la libre portación de armas, la venta de órganos, y un mercado libre para la adopción de niños y niñas. Los partidarios provida se entusiasmaron con su idea de someter a un plebiscito el mantenimiento de la ley del aborto, conseguida por Alberto Fernández en medio de la pandemia. Según un sondeo de IPSOS de 2023 sólo el 28% de los argentinos está de acuerdo con el aborto legal en todos los casos que contempla la ley.

En cambio, otras ideas los pueden haber alarmado: llevando su lógica liberal al extremo, se manifestó personalmente a favor de la liberalización de la eutanasia, de las drogas y del “contrato” matrimonial. Una candidata muy mediática de La Libertad Avanza, Lilia Lemoine, llegó a proponer –a título personal– que los padres tengan derecho a renunciar a su paternidad si no querían tener el hijo.

Lo que primó en las elecciones, en perjuicio de Milei, fue el temor a un cambio que se fue revelando como extremo y falto de sustento

Los adversarios políticos de Milei señalaron la inspiración del anarcocapitalista Murray Rothbard como origen de estas ideas extremas. También fueron objeto de una campaña de desprestigio en medios y redes sociales, que adulteraba alguna de esas opiniones. Otras críticas recayeron sobre la inexperiencia del candidato en gestión, su falta de equipos técnicos y la ausencia de una estructura política que le permitiera eventualmente gobernar.

Por su parte, algunos católicos se entusiasmaron con la aparición de Milei, quien está en proceso de conversión al judaísmo; pero el candidato dio un paso en falso al enfrentarse abiertamente al Papa Francisco, cuestionado por algunos sectores de lo que en Argentina se denomina el “círculo rojo” (empresarios y dirigentes de influencia), pero muy querido por el pueblo. Llegó a decir que el Papa era un “imbécil”, “representante del maligno” y “comunista”. Su mentor, el viejo economista ultraliberal Alberto Benegas Lynch, le pidió que, de llegar a la presidencia, rompiera relaciones diplomáticas con el Vaticano.

La respuesta desde la Iglesia Católica la dieron los curas villeros, de gran influencia en los barrios más vulnerables de Buenos Aires, quienes organizaron una misa en desagravio al Papa, y el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, quien expresó su asombro por la mera idea de que Argentina pudiera romper con la Santa Sede. El propio Papa Francisco hizo alusiones al peligro que constituyen los salvadores mesiánicos en la política. Es probable que el peronismo haya capitalizado políticamente este enfrentamiento.

Massa, un político poco confiable

Del otro lado, Massa se mostró como quien se hizo cargo de la economía cuando el gobierno ya se estaba cayendo, y cerró un acuerdo con el FMI, a la vez que intentó desmarcarse del presidente, quien fue completamente prescindible en la campaña. El ministro implementó un plan de refuerzos en ingresos de trabajadores y jubilados, y de alivio fiscal para la clase media, medidas que complicaron más la situación fiscal del país, e intentó contener forzadamente la inflación –de 12,7 puntos en el último mes– y la cotización del dólar.

En todo caso, lo que primó en las elecciones fue el temor a un cambio que se fue revelando como extremo y falto de sustento. El kirchnerismo cultivó un estilo de confrontación con los opositores, los medios, la justicia y diversos sectores, a los que fue presentando como enemigos. También la estrategia de Milei ha incluido la construcción del enemigo –el Estado– y la división de la sociedad en dos bloques: las personas de bien y la casta política. Se ha presentado como quien puede erradicar del país el populismo, pero su estrategia puede verse como populista.

El próximo presidente se enfrentará con una crisis económica y de representatividad de la dirigencia política de proporciones semejantes a la de la gran crisis de 2001

El esfuerzo de Massa fue separarse del kirchnerismo. Cristina Kirchner no intervino en la campaña ni él la mencionó en el discurso posterior a las elecciones. De gran capacidad oratoria y habilidad política, tiene imagen de alguien poco confiable por lo cambiante en sus posiciones y alianzas, en general partidario de un sector más centrista dentro del peronismo. Sorteó escándalos por casos de corrupción de su espacio y sostuvo la idea de que en las elecciones se plebiscitaban los consensos democráticos sobre las instituciones, los derechos humanos, la justicia social. Durante toda la campaña prometió un gobierno de unidad nacional, que convocara a los mejores de cada extracción política.

Ante la segunda vuelta, el final se presenta abierto. Hay cambios de mentalidad que ya se produjeron: la prioridad de un plan estabilizador de la inflación y de la moneda, la necesidad de reducir el déficit fiscal y las regulaciones paralizantes de la economía, a la vez que la urgencia que impone al futuro presidente combatir la pobreza, echando a un lado la inoperante agenda progresista de los últimos gobiernos.

Cualquiera sea el resultado, el próximo presidente se enfrentará con una crisis económica y de representatividad de la dirigencia política de proporciones semejantes a la de la gran crisis argentina de 2001.

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