Isabel Sánchez: “El egocentrismo nos aboca a la soledad”

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Isabel Sánchez: “El egocentrismo nos aboca a la soledad”
Foto: Santi G. Barros

Isabel Sánchez (Murcia, 1969) lidera una “multinacional” y escribe con luces largas. Dirige con brillo y narra aventuras hondas con don de lenguas. La mujer con más power del Opus Dei desde 2010 sonríe como hilo conductor y tiene el tic de abrir horizontes y agitar cocoteros empoderados de raíz. Cualquiera diría que hace tres años y una pandemia, el cáncer hizo acto de presencia en su historia clínica.

Derecho. Filosofía. Teología. Letras. Gente. Mundo. Vida intensa sin fronteras en el gobierno de 50.000 mujeres de los cinco continentes. Y, en paralelo, una enfermedad grave. Justo después de que saliera a las librerías en 2020 su primer torpedo literario: Mujeres brújula en un mundo de retos. Aquel libro es como un surtidor de inspiraciones sobre el mundo conectado al petróleo natural de historias femeninas que hablan de igualdad y de audacia con sus propias vidas, y dando la mano a los hombres.

Ahora acaba de publicar Cuidarnos (Espasa), un ensayo terapéutico que invita a reventar la polarización con una revolución de preocupación sincera por el bienestar de los demás, empezando por los que tenemos más cerca. No vaya a ser que, queriendo darle la vuelta al mundo, a los enfoques y a los planteamientos que nos deshumanizan, nos desconectemos entre nosotros por el camino y nos convirtamos en pura tasa de soledad. O no vaya a ser que, queriendo ser más que buenos y buenas, acabemos ensimismados detrás de un pestillo convirtiendo el yo en una celda.

¿Qué es ser útil y dejar poso? ¿Ser eficiente? ¿Cosechar resultados? ¿Conquistar retos? ¿Influir? ¿Redireccionar biografías? ¿Ganarse las alas? ¿Se puede ser útil y dejar poso sin cuidarnos? ¿Se puede ser feliz sin cuidarse? ¿Se puede vivir sin dejarse cuidar? ¿Cuántas vidas estériles que abominan del abrazo, de la caricia, del interés profundo de las personas que pasan a nuestro lado? ¿Hay alguna luminaria más potente que la que redime el corazón hasta aprender a querer-cuidar-servir con alegría contagiosa?

Una mujer inspiradora con respuestas vibrantes. Sabiduría deportiva para ahogar el individualismo refractario en abundancia de alternativas que saben a primavera. Después de las torrijas, huele a gioia pasquale de asfalto, grafiti, colomba y fe. Nel bel mezzo della strada Serrano (Madrid), parliamo bene.

— Este libro arranca en su cabeza un viernes santo de 2021. La historia de una peluca le encendió la mecha. Estas páginas no nacen de un programa premeditado para influir hablando de temas que pueden mejorar la sociedad, sino de una experiencia que vive en primera persona y le hace pensar en voz alta.

— Este libro nace, como todo en la vida, por una mezcla de factores que confluyen: la invitación de una editorial a escribir un nuevo libro con tema abierto, el sentir el pulso de la sociedad en la que vivo, que nos aboca cada vez más al descarte de la vida humana sin invertir adecuadamente en su cuidado; la llegada de una enfermedad, que me sitúa en la categoría de persona “altamente vulnerable” y encontrarme, sin previa preparación, con un padre dependiente que me convierte en cuidadora y me solidariza con los millones de personas que se encuentran en esta misma posición desafiante.

Cuidarnos no nace de modo premeditado, pero sí quiere ser una propuesta de diálogo con el mundo en el que vivo y de cuyo devenir me siento protagonista.

“Sólo reconociéndonos interdependientes podemos llegar a ser sanamente independientes”

— Contra el auge del individualismo, la polarización, las burbujas de interés en las colmenas de la aldea global, usted escribe que cuidarnos puede ser nuestra “marca personal como humanos”.

— Así es. La pandemia nos dejó ver con claridad que la realidad sobrevive gracias a pequeñas y continuas acciones de cuidado. El hombre es el único ser en el mundo que recibe largos y continuos cuidados, necesita de los cuidados de otros para afianzarse, encuentra el sentido más profundo de su existencia amando y cuidando a otros, y es despedido de esta vida y recordado con cuidado.

También es el único ser capaz de crear instrumentos que lo aniquilen por completo; por eso está llamado a cuidarse de sí mismo –de un mal uso de su libertad–, a cuidar de los demás y del hábitat que lo acoge. Nos va la vida en aprender a cuidarnos.

— Afrontando realidades como el autonomismo galopante o la mala prensa del paternalismo, nos dice que todos “somos custodios de los demás”. 

— Esta custodia no consiste en una actitud “paternalista”. Tener la capacidad de desarrollar la vida de otra persona humana, de hacer florecer sus talentos y habilidades, de sanar sus heridas y aliviar sus penas para permitir que siga adelante, es la mejor inversión que podemos hacer de nuestra autonomía. La autonomía no tiene un fin en sí misma: nos autocuidamos y permitimos que los demás nos cuiden para llegar a ser autónomos y, entonces, cuidar a otros. Este es el ciclo de la interdependencia. Sólo reconociéndonos interdependientes podemos llegar a ser sanamente independientes.

— Inmersa de lleno en todo el debate internacional sobre las brújulas, los faros y los bandazos del feminismo, ¿cómo se cuida a la mujer?

— De muchas maneras, pero una concreta es no dejándola sola ante el panorama de cuidar a familiares vulnerables y dependientes. Cuidarnos –cada uno a sí mismo, unos a otros y al planeta en que vivimos– es tarea de todos.

Un modo de cuidarnos mutuamente es avanzar en la armonización de la vida familiar y la laboral. Es una necesidad imperiosa. Visibilizar, retribuir adecuadamente y dignificar a los cuidadores –en su gran mayoría mujeres– es otro modo urgente de cuidarlos.

A la mujer dependiente y vulnerable, como al hombre, se la puede cuidar aún mejor si se le reconoce el aporte que desde su fragilidad hace a la familia y a la sociedad: nos da a todos la oportunidad de ser generosos, compasivos, misericordiosos, humildes y magnánimos.

— ¿Qué significa ser vulnerables trascendiendo lo políticamente correcto?

— Significa ser realistas y honestos, para reconocernos con nuestros límites, aceptarlos y saber mostrarlos con prudencia. Esa honestidad lleva a no plantearnos autoexigencias de perfección inalcanzable, pero también a no pactar con aspectos que podemos mejorar o amortiguar para facilitar la convivencia y el trabajo con otras personas.

Ser vulnerables trascendiendo lo políticamente correcto significa también aprender a lidiar con las imperfecciones de los demás, muchas veces adaptándonos a otros gustos, a otros modos de ser y a otras maneras de concebir la vida. Y significa aprender el arte de pedir ayuda cuando sea necesario y dejarse cuidar con sencillez.

— Si todos somos vulnerables, pero el mundo no está hecho para las personas frágiles, ¿cómo conviven nuestra naturaleza y el escenario de nuestras vidas?

— Querer construir un mundo exclusivo “para fuertes” no hace más que acentuar nuestras fragilidades. Basta sopesar las cifras de suicidios y de enfermedades mentales que aquejan a los países que consideramos más desarrollados para hacerse cargo de la dimensión de esta realidad.

Somos los hombres y mujeres de cada generación los que construimos eso que llamamos mundo, y puesto que la autonomía y la vulnerabilidad forman la marca de nuestra humanidad, más nos vale prestar atención a qué sociedad proyectamos, a qué leyes aprobamos.

Muchas de las páginas de este libro son una llamada a reflexionar sobre si estamos sabiendo cuidar realmente de la vida humana, desde su inicio hasta su fin.

“Querer construir un mundo exclusivo ‘para fuertes’ no hace más que acentuar nuestras fragilidades”

— Propone “hacer del mundo un hogar”, sin esconder que vivimos “en un mundo doliente”. ¿Cómo? ¿Quiénes?

— Todos los humanos estamos llamados a hacer del mundo un hogar. Todos podemos y debemos ser casa, acogida y reparación para nuestros iguales.

En esta tarea particular, la familia juega un papel fundamental: en sí misma, como comunidad regida por la ley de la gratuidad y del amor, donde la vida humana se concibe como innegociable, o formando redes con otras familias y siendo interlocutoras válidas ante los Estados.

Foto: Santi G. Barros

— Expone muchos datos detrás de sus reflexiones. Uno de ellos: 300 millones de personas con depresión pululan en medio de nuestro siglo, inmersos en un contexto de “utopía del felicismo”. ¿Por qué cuidar es más real y más sanador que abandonarnos mutuamente, como si viviéramos sin red, y por qué cuidar puede hacernos más felices que buscar la felicidad?

— El egocentrismo puede tener alguna recompensa inmediata –evita complicaciones en la vida, por ejemplo–, pero nos aboca a la soledad. Esa soledad, como nos advierte sistemáticamente la comunidad científica, puede aumentar hasta un 30% el riesgo de mortalidad y eleva la posibilidad de padecer enfermedades cardiovasculares, ictus, demencia y problemas de salud mental.

Por otra parte, estudios sobre la felicidad como el de Robert Waldinger, profesor de Psiquiatría en la Harvard Medical School, respaldan que las buenas relaciones nos mantienen más felices y más saludables.

Aunque sólo fuera por evidencia científica, deberíamos convencernos de la necesidad de aprender a abrirnos a los otros, a convivir, a construir juntos y a ayudarnos mutuamente a llevar las cargas que la vida nos impone.

“Saber cuidar y servir son cualidades en alza, requeridas para todo líder”

— ¿Por qué todos queremos ser queridos y estar bien cuidados a escala personal, pero querer y cuidar bien no vende a nivel social? ¿No debería ser esta la responsabilidad social corporativa más auténtica?

Estoy completamente de acuerdo con esa tesis. Cuidar a las personas es la inversión más valiosa y rentable que podemos hacer. En este sentido, nos vendría muy bien a todos interiorizar “credos”, como el de la empresa Familiados, cuyo propósito es, precisamente, generar empleos en este sector para satisfacer las múltiples demandas de cuidados. Sus fundadores están convencidos de lo siguiente: cuidar es una de las labores clave que se realizan en la sociedad, y esa labor nos compete a todos. Las personas que hacen de esta ocupación su profesión son miembros fundamentales de nuestra sociedad y deben ser cuidadas, reconocidas y retribuidas como tales. Es posible, necesario y asequible contar con un modelo de cuidados mejor, más inclusivo, menos intrusivo, más flexible, con mayor confianza y más humanidad. Los cuidados de calidad deben estar al alcance de todas las personas. 

— ¿La mirada femenina –¿cuál?– puede ser una revolución constructiva para humanizar nuestro siglo?

— La mirada que puede llevar a una revolución que humanice nuestro siglo y los futuros es una mirada atenta, empática, sosegada, cercana, compasiva, tierna y decidida a la vez. Es una mirada que busca hacerse cargo de oportunidades y necesidades en los otros para contribuir a desarrollar las primeras y a subsanar las segundas. Universalizar esta mirada puede ser una potente vía de humanización.

— Dice que el cuidado, a veces, se experimenta como “el motor más gratificante de nuestra vida”. Lo vemos en la historia de muchos hijos que asisten a sus padres, mayores o dependientes. O en la ilusión profesional, por ejemplo, de muchas enfermeras. ¿Cuidar y servir deberían ser insignias brillantes en los perfiles de LinkedIn?

— En un mundo tan cambiante y complejo, invertir en las personas, que son las que no cambian y aportan talento y creatividad, pasa a ser un objetivo prioritario de organizaciones y empresas. Por lo tanto, quienes tengan habilidades para liderar, gestionar y cohesionar equipos, para descubrir y desarrollar talentos, y para favorecer el crecimiento integral de las personas en el seno de una organización, deberían estar en el punto de mira de muchos “cazatalentos”.

En mi opinión, sí: saber cuidar y servir son cualidades en alza, requeridas para todo líder.

“He tenido que aprender a conducir la vida con un nuevo juego de pedales. A veces tengo que pisar a fondo el de la autonomía y otras, el de la vulnerabilidad”

— Comenta que “la experiencia del gozo espiritual que se deriva de hacer el bien es la mejor de las cosas y la más placentera”. Si cuidar es un valor positivo, ¿des–cuidar es un vicio tóxico?

— Cuidar apuesta por cultivar la vida, aceptando la fatiga que eso conlleve. Descartar apuesta por desembarazarse de lo inútil y se permite categorizar como tales algunas vidas humanas. Sin duda, des–cuidar es un vicio tóxico, porque fácilmente deriva en relegar, descartar, y desemboca en la soledad y en la muerte.

— Cuidar, saber cuidarse, aprender a dejarse cuidar. ¿Qué ha madurado sobre este tridente mientras cocinaba este libro?

— La preocupación constante por cuidar a las personas ha subido en el ranking de mi jerarquía de valores. La necesidad de invertir tiempo en saber cuidarse es una lección aprendida. Dejarse cuidar ha sido motivo de enorme agradecimiento a todas las personas que se han ocupado de mí con gran generosidad, pero es una lección que debo seguir poniendo en práctica ahora que tengo la impresión de poder llevar de nuevo las riendas de mi vida. Por decirlo de algún modo, he tenido que aprender a conducir la vida con un nuevo juego de pedales, que a veces tiene que pisar a fondo el de la autonomía y otras, el de la vulnerabilidad.

— ¿Qué hace la mujer que está al frente del gobierno mundial del Opus Dei escribiendo libros sobre cuidados? ¿Es una estrategia comercial, una necesidad propia o una consecuencia de su carisma?

— ¡Ja, ja! Eso mismo me he preguntado yo: “Pero, con todo el trabajo que tienes, ¿para qué te metes en este lío?”. Resulta que este lío en forma de libro es, en el fondo, una expresión de mis ganas de vivir, de sentirme parte del mundo en el que vivo. Es una expresión de la responsabilidad que siento, como ciudadana, de moldear la sociedad del modo que entiendo que podría ser mejor, y es una respuesta de una mujer cristiana a la llamada del Papa Francisco a difundir una cultura del cuidado.

— ¿La mística sin calle es escapismo?

— Para un cristiano corriente, la mística sin calle puede ser escapismo. Para los cristianos de a pie, los dolores y los gozos, los sueños y las desilusiones de los transeúntes, son la sustancia más habitual de la oración. La calle es la orilla donde verter la gracia de los sacramentos para llevar la salvación de Cristo a nuestros contemporáneos, y es, también, el lugar donde encontrar a Dios, aprendiendo a verlo y servirlo en los que se cruzan contigo.

— Esta calle, a veces, margina o ningunea a Dios. ¿Tiene eso que ver con el escapismo de los cuidados, relegados un poco a la cuneta?

— Vivir sin reconocernos hijos de un mismo Padre –Dios– incide, sin duda, en un despego que lleva a la indiferencia. La buena noticia es que, aunque la calle se empeñe en marginar a Dios, Él no deja de hacerse el encontradizo a la vuelta de cualquier esquina, y lo hace muchas veces aprovechando los golpes que nos da la vida. Entonces, aparece como el mejor cuidador.

— Muchas gracias. Cuídese.

— Vamos todos a Cuidarnos

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