Elecciones europeas: ya tenemos los datos, queda mucho de análisis

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Tengo que reconocer que, aunque la actualidad funciona como adrenalina en mi cerebro y hay temporadas –últimamente muchas– que vivo conectada a una emisora como a una bombona de oxígeno, cada vez valoro más el lujo de trabajar en un medio cuyo objetivo, antes que dar noticias, es analizar.

Y lo agradezco sobre todo en días como estos, de resaca electoral. Días en los que algunos profesionales, a los que admiro y hacen un imprescindible trabajo, terminado el recuento y cerrado el titular, pasan al tema siguiente. En el caso de España, además, últimamente, no faltan “temas siguientes”. Hace unas horas que se cerraron las urnas y ya ha dimitido la líder de uno de los partidos que gobierna el país y se ha constituido –con lío y sorpresas– la mesa del Parlamento de Cataluña.

Lo dicho: a por lo siguiente.

Por eso es un lujo pasar un rato de la mañana postelectoral analizando todos los interrogantes que han dejado estas elecciones y seleccionando qué cuestiones –al margen de los datos– pueden interesar a un lector que, parafraseando a Conan Doyle, ya tiene los datos, pero agradece algo más de contexto para extraer sus propias conclusiones.

Y en esa mesa de redacción mañanera –que en realidad empezó ayer por la noche con largas y amigables discusiones por WhatsApp– han salido muchas cuestiones.

Por ejemplo, qué es exactamente esa ultraderecha que sentencian algunos medios que ha crecido o si hay una única ultraderecha o son muchas ultraderechas. O a lo mejor ni son tan ultras o ni tan siquiera son derechas. Porque quizás no es tanto lo que comparten los partidos de Giorgia Meloni, Santiago Abascal, Viktor Orbán o Alice Weidel. O quizás lo poco que comparten –y para eso hay que leer los programas y revisar los discursos– sí tiene mucha fuerza y realmente han convertido el Parlamento Europeo en un órgano mucho más conservador. Y, si es así, y para eso hay que escrutar los escaños, cabe preguntarse qué ha pasado. Por qué, por ejemplo, dos de los países más defensores de los cordones sanitarios –Alemania y Austria– han sido precisamente los que más han experimentado el ascenso de los extremismos.

Y habría que estudiar, diseccionando la demografía de las papeletas, si ha tenido algo que ver en el ascenso de la ultraderecha el voto femenino. Un voto que, tradicionalmente, nunca ha ido a esas formaciones, pero que quizás ha levantado el veto al ver que, precisamente, algunos de esos partidos –es el caso de Italia, Alemania o Francia–, están liderados por mujeres.

Al otro lado del tablero político, a la izquierda, habría también mucho que analizar. Por ejemplo, qué ha hecho la izquierda en Suecia, Dinamarca y Finlandia para no seguir la tendencia del resto de Europa.

O evaluar si la deriva wokista de algunas formaciones progresistas, les ha podido restar votos. Con otras palabras, si en una Europa amenazada por la guerra pesa más la seguridad que los derechos identitarios de las minorías. El éxito electoral de la alemana Sahra Wagenknecht, etiquetada por algunos como rojiparda, iría en esa línea.

O por qué en una Europa concienciada –o eso nos venden– con el cambio climático, los Verdes solo convencen en Dinamarca.

Y puestos a buscar causas y consecuencias, habría que preguntarse por qué sorprende tanto que, en un continente de 447 millones de personas donde hay –¡ojo!– 400 millones de usuarios de Youtube, 255 millones de Facebook, 250 millones de Instagram y 150 millones de usuarios en TikTok, hayan conseguido representación parlamentaria figuras como Alvise en España o Fidias Panayiotou en Chipre.

Son todo claves que escapan al titular simplista o a los estrechos márgenes de un relato político o editorial construido de antemano.

Y son también, estas elecciones, material gourmet para un periodismo de análisis que quiere tomarse sus tiempos para aportar contexto, matiz y proyección.

Aunque, para eso, haya que dejar de lado la dimisión de Yolanda Díaz… Al menos, de momento.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

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