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Repensar la diversidad familiar

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En un contexto donde prima la experiencia subjetiva frente a consideraciones de otro tipo, las ofertas “a la carta” pueden resultar más atractivas que los menús cerrados. De ahí la dificultad actual para entender el matrimonio como una institución con unos rasgos fijos, orientados a unas metas sociales.

El triunfo de lo subjetivo frente a lo institucional se lleva bien con el ideal de la diversidad, uno de los mantras que se han usado para equiparar todas las formas de convivencia. Si no hay una mejor forma de familia en el espacio público, es más fácil legitimar la variedad de modelos familiares.

Aquí conviene deshacer dos equívocos. El primero es presuponer que el nuevo ideal de la diversidad familiar garantiza automáticamente el pluralismo de estilos de vida y de visiones sobre la familia. Difícilmente puede haber variedad si a los partidarios del matrimonio entre hombre y mujer se les pinta como “homófobos” o se les censura.

El segundo es dar por hecho que la diversidad familiar es neutral. Cuando una sociedad decide equiparar todas las formas de convivencia está tomando partido por una visión de la familia y, en consecuencia, orientará el derecho y la política social en esa dirección. No hay un espacio público neutral: siempre hay una mejor forma de familia que compite en recursos, protección y estima social con el resto de alternativas.

Por eso, abstenerse en el debate sobre el concepto de familia tampoco es neutral. El respeto hacia quienes piensan de forma diferente “no debe inhibirnos de defender la institución más humanizadora de la historia”, afirma Jonathan Sacks, ex rabino jefe del Reino Unido. “La familia formada por hombre, mujer e hijos no es una opción de estilo de vida entre muchos. Es el medio mejor que hemos descubierto para educar a las futuras generaciones y para que los niños crezcan dentro de una matriz de estabilidad y de amor”.

Palabra talismán

Mientras que la visión de la familia como institución social está cayendo en desuso, la idea de la diversidad familiar sigue aumentando su prestigio hasta el punto de haberse convertido en una “palabra talismán”, como denomina Alfonso López Quintás a aquellos términos que se cargan de propiedades mágicas.

Lo peligroso de estos términos –explica en su libro La palabra manipulada– es que, a fuerza de no cuestionarlos, de no reflexionar sobre ellos, consiguen escapar a todo escrutinio: están en boca de todos, pero pocos se detienen a estudiarlos con atención. La repetición acrítica de las palabras talismán y de las ideas asociadas a ellas cristalizan en creencias intocables.

Para quitar a estas palabras “su peculiar embrujo”, López Quintás propone detenerse ante ellas y examinar sus distintos sentidos. A quienes dan por supuesto el valor de estos términos hay que exigirles el mismo esfuerzo de reflexión crítica y preguntarles, con “insistencia socrática”, qué quieren decir con ellas.

No hay un espacio público neutral: siempre hay una mejor forma de familia que compite en recursos, protección y estima social con el resto de alternativas

De modo que, cada vez que alguien diga que una determinada medida política contribuye a la diversidad, hay que preguntarse si realmente supone un beneficio para todos los afectados y para la sociedad. Es lo que hace Nathan Hitchens, coautor de You’ve Been Framed. En vez de asumir que el matrimonio entre personas del mismo sexo es bueno para la diversidad, se coloca en la perspectiva de los hijos y da la vuelta al argumento: “Los adoptados por esas parejas se quedarán sin la oportunidad de relacionarse con un padre y una madre. Por eso, el matrimonio tradicional respeta mejor la diversidad”.

Quienes niegan la idea de una mejor forma de familia hablan mucho de diversidad, pero luego la ahogan en el igualitarismo jurídico: el mismo trato para realidades diferentes. Más consecuente es el planteamiento de Carlos Martínez de Aguirre, catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Zaragoza: “Cuando estamos hablando de modelos de familia estamos hablando de modelos diferentes entre sí, y por tanto no intercambiables, ni social ni jurídicamente. La diversidad estructural y funcional habría de traducirse en diversidad jurídica, determinando en primer lugar qué modelos precisan de una específica regulación (puede que no todos: solo aquellos que tengan una mínima funcionalidad social), y diseñando después un cauce propio para cada uno de tales modelos, que se adecue a sus rasgos característicos y sea proporcionado con su funcionalidad social”.

Con este enfoque del Derecho de familia, basado en “la atención a la diferente funcionalidad social y consistencia jurídica de cada uno de los modelos”, Martínez de Aguirre logra conciliar el reconocimiento de la diversidad con la protección especial a la familia conyugal.

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