Rehabilitar la paternidad

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Voces de alerta contra la ausencia del padre en la familia
Ahora que falta el padre en muchas familias y que en general los padres pasan poco tiempo con los hijos, es cuando psicólogos y sociólogos están poniendo de relieve la importancia de la función paterna en la familia. Una paternidad bien entendida y asumida permitiría, entre otras cosas, un mejor reparto de tareas en el hogar, para facilitar la vida a las madres que distribuyen su tiempo entre la familia y la profesión. Rehabilitar la figura del padre pasa por reforzar la unidad familiar y la identidad del varón, como ponen de relieve diversos estudios recientes.

La causa principal de la ausencia paterna es el divorcio, que en la mayoría de los países occidentales sigue aumentando. La falta del padre supone para los niños perder protección física, recursos económicos y un modelo masculino para los hijos varones, además de la compañía y el afecto.

A la ausencia del padre se atribuyen problemas sociales como el aumento de la delincuencia y del consumo de drogas entre los jóvenes, o muchos casos de fracaso escolar. Es lo que sostiene un informe de la Universidad de Newcastle, publicado el año pasado. Afirma que en Gran Bretaña (el país europeo donde hay más familias monoparentales), el abandono de las responsabilidades paternas ha sido el cambio principal que ha experimentado la familia en los últimos 40 años. El informe dice que ese cambio es la causa más importante -más que otros factores sociales- del aumento de la delincuencia juvenil: la pobreza o el desempleo eran más graves en los años 20 que en los 80, pero el índice de criminalidad actual es más elevado. Por otra parte, en muchos casos, la pobreza o la disminución de la renta familiar procede del divorcio (cfr. The Sun Herald, 28-IX-97).

Una enérgica señal de alarma por la crisis de la paternidad fue en Estados Unidos el libro Fatherless America, del director del Institute for American Values de Nueva York, David Blankenhorn (ver servicio 132/95). Blankenhorn subrayó, con datos, la creciente falta del padre en las familias, a consecuencia de la proliferación de divorcios y de madres solteras.

Producto del divorcio

En Estados Unidos, la crisis de la paternidad es especialmente grave entre la población negra, que registra un índice de nacimientos extramatrimoniales muy alto: 68%. Blankenhorn no cree que sea una coincidencia que los jóvenes varones negros presenten las mayores tasas de delincuencia, población carcelaria y muerte violenta de todo el país. Pero, casi tres años después de publicar su libro, ha subrayado que el problema no es sólo de la población negra, sino general en la sociedad: la tasa de nacimientos fuera del matrimonio crece más rápido entre las mujeres blancas y, de éstas, especialmente en las mayores de 30 años que tienen estudios.

Blankenhorn no tiene duda de cuál es la causa, en el fondo: «El individualismo es el único y verdadero responsable de esta situación», declaraba en una entrevista a la revista canadiense L’Actualité (15-X-97). «El culto al ‘yo primero’, en virtud del cual cada uno da prioridad a sus necesidades individuales, entraña el rechazo de las responsabilidades y compromisos inherentes al matrimonio y a la familia».

Si el individualismo es un problema cultural, que afecta a todos, ¿por qué golpea más a la paternidad que a la maternidad? Blankenhorn piensa que se debe a que el varón tiene que aprender la función paterna casi por completo, a diferencia de la madre, que tiene una especial cercanía biológica y afectiva con los hijos.

Poner trabas al divorcio fácil

Para Blankenhorn, el divorcio impide o interrumpe ese aprendizaje masculino, en perjuicio de los hijos. Y, contra lo que algunos creen, dice que un segundo matrimonio no suele solucionar el problema. Aunque con una nueva unión, los niños pueden recuperar los recursos económicos perdidos, su situación psicológica es más difícil, porque tienen que dividir su lealtad entre dos padres. La presencia del padrastro en casa confirma como imposible la vuelta del padre. «Es verdad que hay padrastros extraordinarios que relevan a padres horribles -comenta Blankenhorn en la citada entrevista-. Pero en una sociedad donde casi uno de cada dos niños vive sin padre, ¿cómo encontrar un padrastro extraordinario para cada uno? Volver a casarse constituye una segunda oportunidad para los padres, no para los hijos».

Para frenar la proliferación de niños sin padre, Blankenhorn propone no dar tantas facilidades para divorciarse. En concreto, considera imprescindible recuperar la noción de «falta» en los procesos de divorcio. No le parece adecuado que en cuarenta Estados de EE.UU. sea posible obtener el divorcio con la simple petición de una parte, sin alegar falta del otro cónyuge. En esto coincide con una tendencia que empieza a extenderse en su país: algunos Estados preparan leyes para dificultar el divorcio cuando hay hijos por medio; en Luisiana se ha aprobado un tipo de contrato matrimonial opcional que restringe los casos en que la pareja puede separarse (ver servicios 46/96 y 98/97).

Los padres de fin de semana

Como en tres de cada cuatro divorcios se concede la custodia de los hijos a la madre, muchos hombres divorciados ejercen su paternidad sólo en vacaciones o los fines de semana. Un sondeo realizado el año pasado en Quebec revela cierta perplejidad en la opinión pública con respecto a esta situación. El 71% de los encuestados consideraba que el padre ausente del hogar puede ser un verdadero padre; a la vez, prácticamente el mismo porcentaje afirmaba que, sin el padre en casa, el niño tendrá más problemas en su vida (cfr. L’Actualité, 15-X-97).

En ese mismo sondeo, los quebequenses señalaron algunas causas de la ausencia del padre en la familia: «el divorcio es demasiado fácil» (67%), la «irresponsabilidad de los varones» (67%) y «la falta de apoyo de la sociedad hacia las familias jóvenes» (59%) fueron las más repetidas. Alrededor del 55% de los encuestados están a favor de que las leyes de divorcio sean más estrictas, y el 60% son partidarios, en general, de que el Estado favorezca la unidad familiar.

El Estado, padre sustituto

Si faltan padres tras el divorcio, otros muchos acaban faltando porque no llegó a haber matrimonio. En Quebec el índice de parejas de hecho es el más elevado del continente americano: sólo un tercio de las parejas están casadas. La mitad de los niños nacidos en 1975 han visto separarse a sus padres; una cuarta parte de los menores de 18 años no vive con los dos padres; de los menores de 10 a 14 años, el 17% viven en una familia monoparental y el 11%, en una familia recompuesta tras un divorcio.

En la única encuesta sobre la figura del padre realizada hasta ahora en esta provincia canadiense, la directora, Nathalie Dyke, encuentra diferencias nada desdeñables entre las parejas de origen francófono y las parejas de origen haitiano o vietnamita. Dyke se sorprende de que «entre los quebequenses de cepa, no hay ética, ni reglas morales; viven en pareja con el objetivo de realizarse». En cambio, los padres vietnamitas o haitianos ven en la familia una cierta obligación social y tienen voluntad de perpetuar su cultura.

Por su parte, el sociólogo Germain Dulac, de la Universdad McGill (Canadá), habla no de moral, sino de dinero. El Estado, dice, para el que los subsidios a las familias monoparentales empiezan a resultar una carga pesada, está interesado en que los padres se responsabilicen del mantenimiento de los hijos.

Referencia masculina

La atención hacia la paternidad se ha extendido también por Europa. A finales de mayo, en vísperas de una conferencia nacional sobre la familia, se publicó en Francia un informe sobre «La vida diaria de las familias» que pone de relieve el interés por rehabilitar en este país la figura del padre. Allí se afirma que «es necesario ayudar a los progenitores, particularmente al padre, a asegurar su función paterna y la autoridad que les corresponde».

El informe, dirigido por la ex secretaria de Estado Michèle André, contiene sugerencias sobre la paternidad, la vida profesional, la atención de los niños, la vivienda… Pero también presenta ideas más generales que Stéphane Durand-Souffland interpreta como una manera de reinventar la familia clásica (cfr. Le Figaro, 28-V-98). «Demasiados niños no tienen un referente masculino positivo, demasiados padres delegan y dejan hacer a las madres. Ahora, los hombres deben recuperar su puesto», advierte el informe de Michèle André.

La ausencia del padre se nota más entre los niños que entre las niñas. «Hacia los ocho años -comenta la socióloga Evelyne Sullerot- los niños tienden a saltarse las normas de lo permitido, a romper los límites, en ausencia de una autoridad de referencia. También se ha comprobado la alta frecuencia de hogares sin padre entre los jóvenes toxicómanos».

La ministra francesa de Justicia, Elisabeth Guigou, ha comentado: «Es imprescindible consolidar, para los niños, la filiación: hay demasiados niños que pierden el contacto con su padre, en particular porque, casi siempre, la custodia -en caso de divorcio- se confía a la madre. En el 80% de los casos, los niños de cuya custodia se encarga la madre, ya no ven a sus padres».

¿Cómo evitar la ausencia del padre de familia? Evelyne Sullerot propone, en primer lugar y para los casos de divorcio, que se revise la ley de manera que la custodia de los hijos sea conjunta. Sugiere también que ninguna madre pueda registrar el nacimiento de un hijo sin dar la identidad del padre. Y, en el caso de los nacimientos extramatrimoniales (600.000 al año), que la autoridad sobre los hijos sea compartida por padre y madre. En la actualidad, la madre tiene la patria potestad, mientras que el padre, incluso cuando paga una pensión, no tiene autoridad legal sobre los hijos.

Recuperar la identidad del varón

Aun en el caso de que bajaran los índices de divorcios, todavía no se habría ganado toda la batalla de la paternidad. ¿Qué pasa con los padres que se conforman con una idea pobre de su función familiar? Eso es lo que aborda, con un enfoque antropológico, el quinto informe Cisf sobre la familia en Italia, dirigido por Pierpaolo Donati. La cuestión es la diferencia de género y de los papeles masculino y femenino en la familia y la sociedad.

La tesis del informe es que las mujeres hoy comparten un modelo bien definido y firme, aunque aún tengan que superar algunas barreras sociales. En cambio, el hombre ha perdido parte de su identidad y se está conformando con una imagen más o menos caricaturesca de la paternidad: «Los padres teorizan mucho sobre su figura y su función, pero en la práctica están ausentes todo el día por el trabajo y las ocupaciones profesionales». Entonces, el padre hace de madre y deja que la madre haga de padre. «La madre se lleva toda la parte dura, hard, del papel familiar; el padre toda la parte soft, agradable, divertida. Estos padres, tan simpáticos con sus hijos, no lo son tanto con sus mujeres, a las que dejan la responsabilidad educativa».

Así, «muchos padres consideran su misión simplemente como antítesis de la de la mujer, es decir, piensan en una función equilibradora, no propiamente educativa. Se apuntan a lo más cómodo: el padre es bueno, la madre es ‘mala’; ella regaña y grita, él deja hacer». Y este padre proclamará luego: «Yo relajo a los niños, después de que han pasado el día entero con su madre» (Calvi Parisetti-Lucchini, citado en Studi Cattolici, marzo 1998).

Para recuperar esa identidad masculina, la propuesta del informe italiano es repensar el género desde una perspectiva relacional: es decir, no uno a partir del otro, sino ambos en la óptica de su ser en relación el uno con el otro.

Se trata de redescubrir qué significa ser hombre y ser mujer, huyendo de estereotipos culturales, pero sin caer en el igualitarismo superficial que piensa superar las diferencias simplemente por no tenerlas en cuenta. Pues la dialéctica entre los sexos difundida por el feminismo radical y el igualitarismo simplista han acabado por diluir la figura paterna que ahora la sociedad echa de menos.

José María GarridoTrabajo y paternidad

¿Son compatibles trabajo y paternidad? Simone de Beauvoir pensaba que lo realmente incompatible era trabajo y maternidad. Sin embargo, Evelyne Sullerot, en un revelador y polémico estudio (Quels pères, quels fils; ver servicio 80/93), demuestra que la sociedad padece un gran déficit de paternidad. ¿Qué relación existe entre trabajo, paternidad y maternidad?

Uno de los mayores descubrimientos antropológicos realizados en el siglo XX es que tanto el hombre como la mujer han de contribuir conjuntamente a la construcción familiar y cultural del mundo. Este hallazgo se ha realizado al constatar que históricamente se dividieron los roles sociales entre masculinos y femeninos. El hombre se ocupó de la esfera pública, mientras que el peso del espacio privado recayó casi exclusivamente sobre la mujer. Los resultados son patentes: ambos ámbitos resultan perjudicados por estar incompletos. La esfera externa adolece de competitividad y economicismo, haciéndose inhabitable e inhumana: en ella faltan los recursos de la feminidad, de su preocupación prioritaria sobre las personas. Por otra parte, en la familia los hijos se ven privados de la presencia de un modelo paterno, que les integre equilibradamente en las estructuras emocionales y sociales. El padre es la figura que ayuda a descubrir su identidad a los hijos varones y afirma la feminidad de las hijas.

Familia con padre y cultura con madre

Hoy se tiende a construir una familia con padre y una cultura con madre, siendo el hombre trabajador y padre, y la mujer madre y trabajadora. Porque, ahora que abundan las familias monoparentales, se descubre que los hijos necesitan un padre y una madre, que mantengan entre sí una comunicación estable. Y también se ha constatado que las estructuras laborales y sociales están esperando el «genio» de la mujer, para hacerlas habitables, para que se acomoden a las necesidades personales en cada etapa de la vida, para que cada persona pueda dar, en cada circunstancia, lo mejor de sí misma. Es decir, el mundo del trabajo reclama la presencia de la mujer-madre, para que el mundo laboral esté en función de la persona y de la familia, y no al revés.

Ciertamente, hombre y mujer tienen recursos distintos. Ya Buytendijk se esforzó en describir sus diferencias. Julián Marías añade que éstas son relacionales. Y, aunque, según John Gray, parezca que provienen de distintos planetas (Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus), de su estudio se concluye que son dos modos recíprocos y complementarios de encarnar la misma naturaleza. Por eso, también sus diferencias son imprescindibles en todas las esferas. Y, porque sus peculiaridades son relacionales, complementarias y recíprocas, cada uno se apoya en el otro, cada uno encuentra su posibilidad en el otro.

La maternidad tiene, entre otras, una nítida función: la de proveer a la sociedad de nuevos vástagos. Ese cometido que se hace en el seno de la familia, con la cooperación de un padre, recae en gran parte sobre la mujer. Frente a ella, el hombre y la sociedad están en deuda, porque aporta más en algo que es un bien para todos. Ella soporta casi todo el peso físico y de dedicación a los hijos pequeños. Pero el padre también es necesario, pues es el único que puede hacer posible la maternidad familiar y social. Si el hombre-trabajador fuera verdaderamente padre, la madre-trabajadora podría ser felizmente una realidad. Eso requiere que el hombre no olvide que es padre, cuando trabaja. Sin embargo, este nuevo modo, creativo y fecundo, de enfocar la vida y el trabajo es un reto para nuestra sociedad.

Con frecuencia, a las mujeres se les ponen demasiadas trabas en el campo laboral para que puedan llevar a cabo su doble función social, porque se condiciona su trabajo a su posible maternidad, porque no existe la necesaria flexibilidad para hacer compatible trabajo y familia, porque no hay suficientes servicios sociales que ayuden a la crianza de los niños pequeños, porque no se facilitan reciclajes para reincorporarse al trabajo, tras hacer sacado adelante a una familia numerosa.

Se buscan padres

La maternidad agredida busca a hombres que hayan descubierto su paternidad. Paternidad que comparte las cargas del hogar y la atención de los hijos. Paternidad que apoya los planes profesionales de la madre de sus hijos. Paternidad que provee para que en su campo laboral haya otras mujeres que puedan ejercer su maternidad. Aunque suene a nuevo, la paternidad se puede ejercer cuando y mientras se trabaja, porque su primer cometido consiste en hacer posible la maternidad.

Ser un buen trabajador no es dedicar a la empresa veinte horas al día. Las empresas, para salir adelante, necesitan el impulso de personas sanas, equilibradas y felices. Y ninguna persona, ni hombre ni mujer, tiene salud física y psíquica, si no se sabe amado sin condiciones por sus personas más allegadas, si no se preocupa de ellas haciendo de su bien el fin de su existencia.

Los y las yuppies desarraigados son el gran peligro de las comunidades, pues siembran a su alrededor las neurosis, los cansancios, los sin sentidos. Un hombre, una mujer, como a veces parece que se pide, casados con su trabajo, que sólo se mueven por el afán de ganar más dinero, son seres extraños, infelices, casi inhumanos, incapaces de contribuir con su trabajo al bien de los demás, porque son incapaces de amar.

Traer hijos al mundo es una función de primerísima importancia social que aporta a la mujer muchos valores que después ella ha de dar, a través de su trabajo profesional, a toda la sociedad. O se favorece la maternidad, ejemplo universal del amor incondicionado, o se conduce a todo un país a la soledad de sus miembros, a la tristeza de no saberse incondicionalmente queridos. Pues bien, la maternidad será salvada en la medida en que haya hombres que descubran modos acertados de vivir la paternidad.

Blanca Castilla y Cortázarde la Real Academia de Doctores

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