Planificación familiar y salud reproductiva

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Contrapunto

Indonesia es un país emblemático en cuanto al modo de poner freno a la natalidad en el Tercer Mundo. Desde principios de los años setenta el control de la natalidad se promueve a través de una organización capilar, con la movilización permanente de las autoridades locales y bajo la tutela del Consejo Nacional de Planificación Familiar, cuyo presidente tiene rango de ministro.

En principio, la ley reconoce a las parejas el derecho a tener los hijos que quieran. No se trata de imponer el hijo único como en China. Pero, como reconoce un consejero del ministro en un reportaje de Le Monde, «se ejerce una presión de la colectividad, sutil pero firme. Es preciso que la gente entienda que ‘lo pequeño es bueno’».

Para ejercer esa presión, el Consejo dispone de 33.000 agentes locales en todo el país, que se ocupan de animar una red de unos 500.000 voluntarios. Los «voluntarios» son generalmente las mujeres de los funcionarios y de los ciudadanos importantes, para quienes estas tareas son un deber cívico. Su misión es el seguimiento de las parejas en edad de concebir, para aconsejarles y motivarles sobre los métodos anticonceptivos. Se trata de que las madres acudan a una consulta mensual para controlar el peso de sus hijos y reaprovisionarse de anticonceptivos. Las utilizadoras fieles tienen su recompensa: prioridad en el dispensario, facilidades para obtener semillas híbridas, un crédito de la cooperativa municipal.

Esta red de planificación familiar implica también a las autoridades locales -incluido el ejército y la policía-, que se reúnen habitualmente con los agentes del planning, los voluntarios y los médicos para ver si se está cumpliendo el programa propuesto. Y las cifras muestran resultados notables: en veinticinco años el crecimiento demográfico ha bajado del 2,5% al 1,6% anual, y el número medio de hijos por mujer (2,8 en la actualidad) es la mitad que antes. Ahora el objetivo de las autoridades es bajar el índice de fecundidad a dos hijos por familia en el año 2005, para estabilizar la población en el año 2035.

Cabría esperar que con una organización tan capilar y un seguimiento tan minucioso de la natalidad la salud reproductiva estaría garantizada. Al menos, la difusión de anticonceptivos suele invocarse como algo exigido para salvaguardar la salud reproductiva. Sin embargo, las autoridades reconocen que Indonesia tiene una tasa de mortalidad materna alarmante: 360 mujeres fallecidas por causas relacionadas con el embarazo y el parto por cada cien mil nacidos vivos (en comparación, en España son 7). El dato es revelador de los criterios que han guiado la planificación familiar. Según advierte uno de los doctores citados en el reportaje, «las autoridades han puesto demasiado exclusivamente el acento en la reducción de la fecundidad y no lo suficiente en la reducción de la mortalidad».

En este aspecto, Indonesia está rezagada en relación con países vecinos de nivel económico comparable, como Filipinas. A Filipinas se le reprocha con frecuencia su retraso en la planificación familiar, que se atribuye a su tradición católica. Pero la comparación entre Indonesia y Filipinas da algunas pistas sobre el estado de la salud reproductiva. En Filipinas la tasa de fecundidad es de 3,9 hijos por mujer, frente a 2,8 hijos en Indonesia. Pero la tasa de mortalidad materna es 100 en Filipinas frente a 360 en Indonesia; en esta diferencia influirá el hecho de que los partos atendidos por personal especializado son el 55% en Filipinas y sólo el 32% en Indonesia. La extensión de la planificación familiar tampoco ha evitado que la mortalidad infantil sea alta: 56 niños fallecidos por cada mil nacidos en Indonesia frente a 42 en Filipinas.

Y es que la garantía de la salud de madres e hijos exige algo más que anticonceptivos.

Ignacio Aréchaga

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