Niños entre algodones

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Los niños de generaciones anteriores crecieron jugando en la calle. Ahora, en los días de vacaciones las calles están vacías de niños y todo debe hacerse bajo control paterno. ¿Beneficia esto a los niños?, se pregunta Simon Knight en www. spiked-online.com (19 agosto 2005).

En sus entrevistas con gente de distintas generaciones, Simon Knight, director de Generation Youth Issues, comprueba enseguida la diferencia sobre el margen de libertad que se dejaba a los niños antes y ahora. Las personas mayores están perplejas ante el exceso de proteccionismo de los padres de hoy. Éstos, en cambio, se preguntan por qué los padres de antes eran tan descuidados con sus hijos.

A juicio de Knight, el hecho de que los padres sean ahora más proteccionistas no significa que quieran más a sus hijos que los padres de antes. «Lo que ocurre es que ha habido un reajuste en la manera en que los padres consideran a sus hijos, y en su relación con el vecindario. Hoy, el mundo entero parece ser visto bajo el prisma de la vulnerabilidad. (…) El riesgo y la seguridad se han convertido en los parámetros que deben guiar nuestra conducta, y a los que se espera que nos sometamos. Los padres que permiten desenvolverse a sus hijos con la misma libertad que los niños de antes, son considerados ahora como negligentes o incluso dañinos. ¡Hay que tener valor para que un padre reivindique su derecho a ser ‘negligente’!»

¿Qué consecuencias tiene en la sociedad la obsesión por la seguridad? Para el sociólogo Frank Furedi, cuyas tesis suscribe Knight, los primeros perjudicados son los propios niños. «Probablemente -dice- lo que más sufre por este régimen totalitario de la seguridad es el desarrollo de las capacidades de los niños. Jugar, imaginar e incluso meterse en problemas contribuye a ese sentido de la aventura que tanto ha ayudado a las sociedades a salir adelante. Una sociedad que pierde ese sentido de la aventura y de la ambición se pone en peligro, y ese es precisamente uno de los efectos posibles que se derivan de un ambiente donde socializar a los niños consiste, sobre todo, en inculcarles el miedo».

Como explica Knight, el efecto negativo que tiene el exceso de proteccionismo sobre los hijos trasciende el ámbito familiar y acaba repercutiendo en la comunidad. La obsesión por la seguridad «reduce el entorno espacial y social en que viven los niños. Y esto tiene como resultado que las relaciones sociales se debilitan. Desde siempre, confiar en que otros adultos -padres, jóvenes monitores, profesores y gente corriente del vecindario- van a tratar bien a nuestros hijos, es un modo de cohesionar la comunidad. No puede ser que ahora sospechemos de cualquier persona que quiera trabajar con niños, porque entonces el mensaje que estamos lanzando es «no te fíes de nadie»».

Respecto a las relaciones entre adultos y niños en la vida social, Knight evoca lo que le decía hace poco una de las personas mayores a las que había entrevistado: «Tus padres te advertían claramente que si algún vecino veía que hacías algo malo, podía llamarte la atención. No de forma brusca, pero sí con firmeza cuando se daba cuenta de que te estabas comportando de modo descarado. Pero también sabías que si tenías algún problema serio, esos mismos vecinos te iban a ayudar».

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