Los padres se lavan las manos

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The Human Life Review (vol. XXII [1996], n. 2) publica un artículo de Brad Stetson -director del David Institute, organización dedicada al estudio de temas sociales-, quien ve en la crisis de la paternidad en Estados Unidos una consecuencia del movimiento pro-choice.

Hoy existe acuerdo general en que en este país hay una crisis de la paternidad. Ya se trate de padres irresponsables, padres ausentes u hombres que nunca han aceptado la paternidad de sus hijos, muchos norteamericanos han decidido unilateralmente que su conducta sexual no les crea ningún deber moral hacia la descendencia que de ella resulte.

Últimamente ha habido un alud de detallados estudios sociológicos sobre las consecuencias personal y socialmente destructivas de esta tendencia. Sin embargo, sólo unos pocos han planteado la evidente pero políticamente incorrecta posibilidad de que la decadencia de la paternidad en nuestro país esté significativamente relacionada con el ethos social implantado en las tres últimas décadas para apoyar el movimiento pro-choice. Si atendemos a los efectos psicológicos que tiene en los hombres nuestra saturación cultural con el principio de la choice, no es difícil comprender por qué los hombres se están haciendo pro-choice con respecto a la paternidad.

El principio «mi cuerpo es mío y hago con él lo que quiero» (…), según el cual los actos personales y corporales -como el acto sexual- sólo comprometen moralmente si uno quiere, no se ha limitado sólo al tema del aborto. Insistentemente repetido durante años, ha llegado a instalarse en la conciencia de la gente como una piedra de toque universal para determinar cuáles son los personales deberes morales. Así, las mujeres deciden si se convierten en madres o, más exactamente, si dan a luz el hijo que han concebido: deciden si se convierten en madres en el sentido social de la palabra. Pero los hombres no deciden ser padres. De hecho, las mujeres, optando por abortar o no, deciden por los hombres si éstos se convierten en padres y si estarán legalmente obligados a pagar, durante casi dos décadas, una sustancial cantidad de dinero para la manutención del hijo.

(…) ¿Por qué -puede pensar un hombre- tengo que ser yo responsable, cuando ella habría podido abortar? Si ella decide ser madre, me parece muy bien; pero ella no tiene por qué condicionar mi futuro económico y social decidiendo por mí si voy a ser padre.

(…) Pero, además de fomentar la crisis de la paternidad, la cultura pro-choice ha contribuido también a que los padres se desentiendan de sus hijos, puesto que sus hijos no son socialmente sus hijos a menos que la mujer lo quiera. De ahí que algunos hombres estén mal preparados psicológicamente para participar en la crianza de sus hijos una vez que han nacido, pues no permiten que se desarrolle en sí mismos el sentido paterno, evidentemente para no sufrir la pena de perder un hijo por aborto después de haberse encariñado con él.

(…) Es comprensible que un hombre se muestre indeciso para emprender el camino de la paternidad, existencialmente tan profundo, si no está seguro de que su hijo va a nacer, ni poder para asegurarlo.

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