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Las dificultades no bastan para poner en duda la validez del matrimonio

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No se puede poner en duda la validez del matrimonio por el hecho de que surjan dificultades, pues eso equivaldría a tener una visión idealizada de la vida humana. Fue esta una de las ideas que Juan Pablo II expuso el pasado 27 de enero, durante el tradicional discurso a los miembros de la Rota Romana en el inicio del año judicial.

El Papa dijo que la visión cristiana del hombre y del matrimonio se caracterizan por un sano realismo, que tiene presente la «necesidad del sacrificio, de la aceptación del dolor y de la lucha como realidades indispensables para ser fiel al deber». Por esta razón, añadió, carecería de sentido tratar las causas matrimoniales -que es una de las actividades principales del tribunal de la Rota- tomando como criterio una visión utópica. Juan Pablo II advirtió que es preciso evitar una concepción «demasiado idealizada de la relación entre los cónyuges, que lleve a interpretar como auténtica incapacidad para asumir las cargas del matrimonio lo que no es más que la normal fatiga en el camino de la pareja hacia la plena y recíproca integración sentimental».

Otra manifestación de ese realismo es que al valorar la capacidad o el acto del consentimiento matrimonial, requisito necesario para la celebración de un matrimonio válido, se trata de ser razonables, pues no se puede exigir al contrayente lo que no es posible pedir al común de las personas. «No se trata de un minimalismo pragmático y fácil, sino de una visión realista de la persona humana, como realidad que siempre está en crecimiento, llamada a realizar elecciones responsables con sus potencialidades iniciales, enriqueciéndolas cada vez más con su esfuerzo y la ayuda de la gracia».

Varios días antes, el 24 de enero, el Papa había abordado también otro tema delicado: la atención pastoral de los divorciados vueltos a casar. En el discurso que dirigió a los participantes en la sesión plenaria del Consejo Pontificio para la Familia, Juan Pablo II subrayó que, si bien esas personas no puedan participar en los sacramentos de la Penitencia y Eucaristía, eso no quiere decir que la Iglesia se olvide de ellas.

Aun recordando que «una nueva unión, tras el divorcio, constituye un desorden moral», causa de la prohibición de acercarse a los sacramentos, el Papa dijo que «no se debe cesar de esperar contra toda esperanza» que quienes se encuentran en tal situación «puedan obtener de Dios la salvación, si saben perseverar en la oración, en la penitencia y en el amor verdadero».

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