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Las consecuencias no deseadas de la píldora

publicado
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Contrapunto

Hoy los promotores del control de natalidad pueden quizá sentirse satisfechos, a la vista de la difusión de sus ideas en Occidente. Sin embargo, Helen Brook, pionera de la contracepción en Gran Bretaña, fallecida el pasado 3 de octubre a los 89 años, no estaba muy contenta. Pensaba no que los anticonceptivos se usaran poco, sino que habían tenido demasiado éxito. Lo recuerda la nota necrológica publicada en el Daily Telegraph (7-X-97).

A su muerte, Brook ha dejado 18 centros de planificación familiar a los que acuden cerca de 70.000 mujeres al año. Ella fundó los Brook Advisory Centres en 1964, donde por primera vez en Gran Bretaña se facilitó información -confidencial- sobre anticonceptivos a jóvenes solteras. Este era el público al que se dirigieron siempre las atenciones de Brook, que ya cuando trabajaba para la Asociación de Planificación Familiar (desde 1949) se conmovía al ver muchachas pobres que, con vergüenza y sentido de culpa, tenían que entregar sus bebés en adopción. Así que se propuso ayudar a las jóvenes para que no tuvieran hijos no deseados.

En seguida llegó la píldora y, en 1967, la legalización del aborto. Ese mismo año, los centros Brook empezaron a admitir a chicas menores de 16 años. Y llegaron, cada vez en mayor número, no sólo pobres, sino jóvenes acomodadas que querían contracepción por otros motivos: eran los inicios de la «revolución sexual».

Pero Helen Brook no pretendía semejante terremoto en las costumbres. Siempre subrayó que ella quería promover no la permisividad sexual, sino la educación sexual, y lo que de hecho ha sucedido fue para ella una frustración que nubló sus últimos años. Cuando llegó la píldora, dijo, «fue como si de pronto la gente hubiera perdido la razón. Daba miedo. A veces me sentía como si yo hubiera contribuido a abrir la caja de Pandora». Es el mismo sentimiento que ha manifestado otra promotora de la planificación familiar en Francia, la socióloga Evelyne Sullerot, en su último libro, Le grand remue-ménage (cfr. servicio 87/97).

Otro motivo de decepción para Brook era el aborto. No lo admitía más que en circunstancias extremas, y le parecía «horrible» que fuera usado como contracepción. «Sin embargo -comenta el Telegraph-, pese a los mejores esfuerzos de los centros Brook, en Gran Bretaña se realizan 170.000 abortos legales al año». También alarmaba a Brook la proliferación de hogares sin padre: «Si tuviera que empezar de nuevo -dijo en 1991-, trabajaría en favor de las familias con padre y madre».

Helen Brook se encontró, pues, con un panorama moral no deseado, para el que no tenía método de prevención. Pero su sinceridad no debe hacer olvidar que la caja de Pandora estaba a la vista. Lo que ella no supo anticipar fue augurado por Pablo VI en la encíclica Humanae vitae, publicada en 1968. Ahí podía haber confrontado Brook sus buenas intenciones con las consecuencias previsibles de su empeño. El Papa advirtió que, con los métodos de regulación artificial de la natalidad, se abriría el camino «a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad»; el hombre podría acabar por «perder el respeto a la mujer» y llegar «a considerarla como simple instrumento de goce egoísta» (Humanae vitae, n. 17).

Pablo VI supo ver esa evolución escrita en los objetivos de quienes, aun no queriendo el permisivismo, promovían la contracepción. Al final de su vida, Helen Brook aclaraba que ella nunca compartió las metas del feminismo radical: simplemente buscaba la igualdad de la mujer. «Siempre he querido -afirmaba- hacer posible que las mujeres sean tan libres como los hombres, que ellas puedan elegir cuando llega la unión sexual». Pero esa «libertad» masculina es la que desean los que sólo buscan la fiesta del sexo, sin las cargas y compromisos que comporta. Por eso, al final, tal vez la principal igualdad de la mujer que hayan conseguido los centros Brook y otros semejantes consista en haber hecho a sus asesoradas tan irresponsables como ciertos hombres.

Rafael Serrano

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