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La familia precaria

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Contrapunto

El modo más tradicional de vender un producto es decir que es nuevo. Hasta ahora la novedad anunciada consistía en garantizar mejoras, posibilidades o economías de las que el producto anterior carecía. Pero, en lo que se refiere a estilos de vida, el planteamiento actual es justificar cualquier cosa por el hecho de que es moderna y no tradicional, al margen de su calidad. Lo último que he oído es que alguien justificaba la clonación reproductiva por la razón de que «no hay por qué limitarse al modo tradicional de tener niños». Pero no hace falta ser un nostálgico para reconocer que «el modo tradicional de tener niños» es el más natural, barato y placentero que se ha inventado. Por lo menos, hacer el amor con el cónyuge resulta más estimulante que lanzarse a un ménage à trois con una probeta y un técnico de laboratorio.

Es cierto que la procreación asistida puede ayudar a algunas parejas que sufren un problema de infertilidad. Pero al menos ahí se reconoce que existe una patología. En cambio, cuando hoy se habla de formas de familia cualquier patología se disfraza de diferencia, tan aceptable y normal como la que más. Así, un tribunal de Sevilla acaba de conceder a un transexual la tutela de la hija de 11 años de su pareja fallecida. Aun sin entrar a considerar la prudencia del tribunal, lo curioso ha sido el empeño de algunos comentaristas en alabar el significado «progresista» de la sentencia frente a la idea de la «familia tradicional». Y el propio Alfredo (digo, Eva) ha declarado: «Si es que soy una madre muy normal». Hombre, normal, normal… digamos transnormal.

Con esa idea sentimental de que con tal de que un niño se sepa querido el ambiente familiar da lo mismo, algunos medios han destacado lo mucho que Eva quiere a la niña, que, por cierto, «acude cada día a un colegio de monjas, primorosamente aseada por su madre». Vamos, si la lleva como los chorros del oro, ¿no es señal de que su educación es modélica? Pero no, es que ya no hay modelos. El discurso políticamente correcto enfatiza que no hay familia ideal, que sólo hay «formas de familia», todas tan legítimas y funcionales, siempre que uno no se empeñe en mantener la familia tradicional. Y no es que cuando hablan de familia tradicional entiendan la de los tiempos de nuestros tatarabuelos; se refieren sencillamente a la formada por padre y madre, casados y con niños. Frente a la normalidad de estas parejas de siempre, las familias monoparentales, las parejas de hecho o las uniones homosexuales parecen tener hoy un plus de modernidad, y a veces hasta un derecho a gozar de las ventajas sin asumir compromisos. En cualquier caso, al hablar de la situación de la familia se da por hecho que lo que antes eran patologías o desgracias ahora son sólo cambios, inevitables en la sociedad moderna.

A esta idea responde el titular con que un diario madrileño presenta un informe publicado por Eurostat sobre «estilos de vida»: «España es una de las sociedades más tradicionales de la Unión Europea». ¿Por qué? Porque los españoles son entre los europeos los que menos viven solos, más se casan, menos se divorcian, menos viven en pareja de hecho y tienen menos hijos fuera del matrimonio (y cabría añadir que también dentro del matrimonio). O sea que, para avanzar en modernidad, hay que ganar en soledad, rupturas y falta de compromiso. Pero, por supuesto, siempre que las separaciones sean «civilizadas» y no dramones, porque ya desde el principio nadie se hace muchas ilusiones.

También hoy día hemos dejado de hacernos ilusiones con el trabajo. Ese empleo tradicional con contrato fijo y a tiempo completo, estabilidad laboral y horas extraordinarias pagadas, con lealtad entre la empresa y el trabajador, es cosa de otros tiempos.

La relación laboral postmoderna admite variadas formas, aunque la que más se lleva entre los jóvenes es el contrato temporal, con sueldo rígido y jornada sin tope, con abismos salariales entre los contratos basura y los contratos blindados, y con un despido fácil y sin dramas. Pero no lo llamemos empleo precario, para no herir la autoestima de los que lo sufren y sobre todo de los que lo ofrecen. Después de todo, ¿qué es un empleo ideal? Lo bueno de estos nuevos estilos de vida -ya sean familiares o laborales- es que no necesitan demostrar que mejoran la vida de nadie.

Ignacio Aréchaga

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