Algo más que un asunto privado

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Apoyar el matrimonio es necesario para la sociedad y no supone intolerancia alguna con las parejas de hecho, escribe Janet Daley (The Daily Telegraph, Londres, 20-I-98).

(…) El matrimonio no tiene que ver sólo con el presente (una atracción de este momento, un impulso efímero). El compromiso de unirse para toda la vida consiste, en parte, en que dos personas asumen responsabilidades mutuas, así como con respecto a los hijos que puedan tener. Pero el compromiso se extiende también a círculos concéntricos, más amplios, que se vinculan para formar una comunidad.

El matrimonio es una relación privada, pero no sólo privada, y no sólo entre dos personas: es una unión de familias, un compromiso que se adquiere no sólo con una persona en determinado momento, sino con una tropa de parientes políticos y relaciones adquiridas, en suma, con la historia de otra persona. Por eso siguen conmoviéndonos los solemnes rituales y arcaicas promesas de la ceremonia matrimonial: son un testimonio de que ese acto introduce a los esposos en algo más grande que sus propios impulsos o su deseo de convivir: los convierte en parte de un pasado colectivo y de un futuro común.

El matrimonio transforma un cúmulo de relaciones personales en una sociedad. (…) Un matrimonio determinado puede ser «bueno» o «malo» -o, más comúnmente, bueno en unos momentos y malo en otros-, pero el matrimonio mismo se eleva por encima de todo eso: es sencillamente esencial si queremos tener una comunidad estable, humana y civilizada.

Pero afirmar que el matrimonio es tan fundamental para la sociedad ¿no implica cierto desdén por los que no quieren o no pueden casarse? He aquí el núcleo del problema que tanto atormenta al gobierno y a la oposición. ¿Cómo apoyar el matrimonio sin parecer intolerantes con las uniones homosexuales y las parejas de hecho? Perdón, pero no entiendo el problema. (…) Soy una ardiente defensora del matrimonio y la familia. Lo que no me impide tener numerosos amigos homosexuales cuya forma de vivir excluye el matrimonio legal. Tampoco siento hostilidad alguna hacia las parejas que cohabitan.

Todo lo que pido es que ninguno de esos grupos exija que la sociedad como tal -o, lo que viene a ser lo mismo, el Estado- los trate como si su modo de vivir tuviera el mismo estatuto y la misma función que el matrimonio. Si cualquier relación entre dos personas cualesquiera es igual al matrimonio, esta palabra, y la institución que designa, se vuelve vacía (y moralmente inútil).

Naturalmente, nadie está obligado a suscribir las convenciones mayoritarias: esta es una sociedad libre. Puedes vivir como quieras y con quien quieras, mientras no violes la ley. Pero no puedes obligar al resto de la sociedad a renunciar a sus valores para adaptarse a tu inconformismo. (…)

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