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Unos copian, otros piden derechos de autor

publicado
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Aunque en teoría las nuevas tecnologías son un buen aliado para la enseñanza, la realidad es que con ellas los alumnos copian más. En Estados Unidos, los profesores están hartos. Por culpa de Internet, dicen, en los últimos años ha habido un «aumento drástico» de casos de plagio. Antes, el estudiante que quería copiar un trabajo tenía que hacerlo a mano; muchos desistían y el que no cejaba en el empeño, por lo menos aprendía algo. El problema es que ahora cualquier estudiante puede bajarse de la Red, con sólo un «clic», cantidades ingentes de conocimientos listos para copiar y pegar.

Para prevenir esto, algunas universidades de Estados Unidos -como las de Maryland, Georgetown o California- han contratado los servicios de Turnitin (www.turnitin.com), una empresa californiana que comprueba y certifica la originalidad de los trabajos estudiantiles. Los alumnos que presentan un trabajo han de enviarlo antes a Turnitin y, a cambio, reciben un «certificado de autenticidad». Cada trabajo queda almacenado para garantizar que ningún otro estudiante lo volverá a utilizar.

En el Reino Unido y en Canadá, cuyos sistemas educativos también se basan en la entrega continua de trabajos, diversas instituciones utilizan los servicios de Turnitin u otros similares como My Drop Box o WCopyfind. La Universidad McGill (Montreal) cuenta con un prestigioso programa para combatir el plagio, «Academic Integrity». Entre otros recursos, ofrece una guía con trucos para que hasta el profesor menos avisado identifique sin problemas un plagio.

Los profesores están encantados con este tipo de prevenciones. Pero los alumnos no están dispuestos a que termine, de buenas a primeras, una práctica de tanta tradición. En los últimos meses diversas organizaciones de estudiantes han denunciado algo sorprendente: la violación de sus derechos de propiedad intelectual. La argumentación es sencilla, pero irrefutable: alguien distinto de mí se está enriqueciendo con el fruto de mi trabajo.

La profesora Rebecca Ingalls, de la Universidad de Tampa (Florida), ha puesto el dedo en la llaga. Tras estudiar el caso de Turnitin -que presta sus servicios a 6.000 instituciones académicas de 90 países-, concluye: «Estos estudiantes entregan sus trabajos a una empresa que hace dinero a su costa, sin compensación económica alguna». Por su parte, los responsables de Turnitin alegan que su objetivo es «proteger los intereses de los estudiantes honrados».

Pero los estudiantes honrados también tienen sus quejas: ¿para qué vamos a currarnos, se preguntan, un trabajo original que nadie se va a leer? «Muchas veces los estudiantes no quieren perder cuatro horas haciendo un trabajo que cuenta muy poco para la nota global, o que saben que no va a ser leído en su totalidad», declaraba Rachel Koechel -estudiante de segundo de carrera- a «Los Angeles Times» (17-06-2006).

Juan Meseguer Velasco

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