«Si durante el rodaje pensase en qué debo hacer para que la película funcione, estaría perdido»

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Nicolas Philibert, director de «Ser y tener»


— ¿A qué factores atribuye la gran aceptación de «Ser y tener»?

— Para entender los motivos del éxito, hay que analizarlos a posteriori. Ahora me doy cuenta de que la escuela interesa a millones de personas, porque todos hemos ido a la escuela, o tenemos hijos. Hay un interés general por la educación. Es un tema que refleja una inquietud en la sociedad. Yo creía que este fenómeno sólo tenía lugar en Francia, pero me he dado cuenta de que también es así en Alemania, en Inglaterra y en otros países que he visitado. En un clima de violencia como el actual, de repente aparece una película que supone una ruptura con la imagen de violencia, droga y clases masificadas que refleja la educación moderna. Ser y tener muestra una escuela tranquilizadora, con tiempo para arreglar todos esos problemas, para aprender a respetar, a hablar los unos con los otros, etc. Esto tranquiliza al espectador y da ganas de ir a ver la película.

Las personas que han visto la película se dan cuenta de que el documental no tiene por qué ser algo didáctico, serio, aburrido… sino que puede ser como la ficción, con una narración y una historia ligada a emociones.

Además, ha sido muy importante el boca a boca. Los espectadores tienen ganas de hablar de la película y de compartirla con sus compañeros y familias.

— ¿Cómo se prepara un documental como éste?

— No me documenté, no pasé mucho tiempo leyendo libros sobre pedagogía. Cuanto menos sé del tema, mejor me va, porque no me interesa el documental didáctico, pedagógico, eso corresponde a la televisión. Pasé muchísimo tiempo eligiendo la escuela, contacté con más de 300 colegios, visité unos ciento. Estuve cinco meses contactando con clases y profesores. Por lo tanto, hubo una especie de preparación. En este sentido, sí que he pasado mucho tiempo preparando la película. Cuando digo que no preparé nada me refiero a que, al llegar a la escuela para empezar el rodaje, no sabía lo que iba a hacer.

— Trabajar con niños tan pequeños debió de suponer una gran dificultad. ¿Cómo logró esa naturalidad de los pequeños?

— No hay recetas mágicas. Yo traté de no hacer diferencias entre los niños y los adultos. Para mí se trataba de trece personas distintas, trece seres humanos. No creo que haya un método concreto. Hay niños más espontáneos y los hay más tímidos. Es fundamental crear un clima de confianza para que todo sea natural.

Lo importante es hacer entender a los que estamos filmando, sean niños o adultos, que no les vamos a filmar a escondidas, a cualquier precio. Esto no es un «Gran Hermano», no hay una cámara escondida durante las 24 horas. Hay que respetar que los niños aceptan la cámara en unos momentos y en otros no, porque pasan por alguna dificultad o por otras razones.

— ¿No actuaban los niños al ver una cámara?

— No se trataba de hacernos invisibles, sino de que nos aceptasen. Es diferente. Yo estaba presente, y si, por ejemplo, Axel está tratando de hacer un ejercicio, estoy a su lado, estoy con él, atento. Es como cuando alguien va a hacer algo difícil y le dices: «¡Ánimo, estoy contigo!».

— El profesor que vemos en la película, Georges López, es extraordinario en lo personal y en lo profesional. Debe de haber sido muy difícil encontrar a un maestro tan ideal.

— La elección del profesor no ha sido algo alejado de la realidad, y no se puede separar del conjunto. He elegido una escuela con su profesor, sus alumnos y su pueblo. Me pareció que López podía convertirse en un personaje fuerte. Pensé desde el primer momento que tenía una personalidad muy compleja. Es alguien bastante abierto y atento con los niños, y por otro lado es muy misterioso.

— ¿Por qué la cinta indaga tan poco en la intimidad de López, cuando sí lo hace con algunos alumnos?

— Efectivamente. No sabemos nada de su vida, si vive solo, si está casado… El cine necesita de esas sombras, de esos agujeros. Esto es lo que diferencia el cine de la televisión. La televisión es transparente y todo lo muestra. Sin embargo, el cine juega siempre con lo que se enseña y lo que no, lo que aparece en el plano y lo que está fuera de plano. Si mi película respondiese anticipadamente a todo lo que se pregunta el espectador, no le dejaría sitio para que piense por sí mismo.

— ¿Cómo entiende Nicolas Philibert el documental?

— Enseñar cómo un niño aprende a leer puede ser algo muy cinematográfico, pero a partir de ahí no sé lo que voy a hacer. Todo se va a ir haciendo a medida que vaya desarrollándose la película. Esta es la riqueza que para mí tiene el documental. Hay una gran libertad y también una gran fragilidad, porque no tienes un guión, un plan de trabajo. Todo se va a inventar día a día. Esta fragilidad es la que me empuja a dar lo mejor de mí mismo.

Jaime Arsuaga

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