Las actividades extraescolares, un estímulo que no agote al niño

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Judo, flauta, danza, ajedrez, tenis… Las actividades extraescolares ocupan cada vez más tiempo en las vidas de los niños. Con el comienzo del curso, muchos padres tienen que elegir en qué actividades inscriben a sus hijos. Pero algunas voces advierten también del peligro del exceso de actividades, si van en detrimento de la vida familiar y si no permiten que los niños desarrollen su imaginación para llenar el tiempo libre.

Las familias ven cada vez más las actividades extraescolares como el complemento indispensable para una buena educación. En unos casos, se trata de completar algunas facetas de la enseñanza escolar; en otros, el objetivo es estimular el desarrollo del niño y favorecer su relación con otros, a través de aficiones o prácticas deportivas que le den habilidades y moldeen su carácter. También es un modo de llenar su tiempo libre, para que no lo pierda viendo la televisión o con videojuegos. En algunos casos, puede ser un modo de tener a los hijos «aparcados» hasta que los padres vuelvan del trabajo. Pero es más frecuente que los padres tengan que invertir no solo dinero sino también tiempo, convertidos en taxistas para llevar a la niña de la natación al ballet.

El peligro es que se pierda de vista el sentido lúdico de estas actividades, hasta el punto de que el ocio del niño se transforme en otro tiempo que se debe rentabilizar. Algunos expertos advierten el peligro de que los niños no sepan ya divertirse solos. «El hiperactivismo extraescolar parte de una buena intención: el deseo de dar el máximo de oportunidades al niño», reconoce Smaïn Hadjadj, psicólogo («La Croix», 8-09-04). Pero los padres no saben a veces que es necesario dejar su sitio al vacío, dar al niño el espacio donde su imaginación no está gestionada por los adultos, y en el que dependerá solo de él la capacidad de inventarse cosas».

En EE.UU. también hay voces que señalan el peligro de que los niños resulten desbordados por tantas actividades y que esto vaya en detrimento del tiempo pasado con los padres. Alvin Rosenberg, psicólogo y autor del libro «Niños agotados», advierte que en los últimos veinte años el constante aumento del tiempo dedicado a las actividades extraescolares va unido a un paralelo descenso del tiempo pasado con la familia. «Ser buenos padres ya no consiste en hablar con los hijos sino en pagarles una multitud de cursos extraescolares», lamenta Barbara Carlson, que ha fundado la asociación Putting Family First, dedicada a defender la prioridad del tiempo familiar.

Rosenberg advierte que el exceso de actividades puede provocar paradójicamente un déficit de creatividad en los niños: «Ya no saben divertirse solos y se aburren al cabo de un cuarto de hora si no se organiza nada para ellos».

El hecho de que las Universidades seleccionen a sus estudiantes no solo por sus notas sino también por sus experiencias extraescolares ha contribuido también a que los padres piensen que es obligado que su hijo participe en diversas actividades y logre premios. Conscientes de este riesgo, algunas universidades de élite como MIT han reducido la importancia de las «actividades» en el proceso de solicitud de plaza.

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