La Universidad de Navarra confiere siete doctorados «honoris causa»

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En estos tiempos competitivos y pragmáticos, hay quien concibe la enseñanza universitaria como una estricta formación profesional que lleve a una buena colocación. Otros proponen un objetivo menos individualista, pero más ambicioso. Es el caso de Mons. Álvaro del Portillo, Gran Canciller de la Universidad de Navarra, quien ha querido confirmar que esta Universidad «se siente comprometida -como fue deseo de su Fundador- a impartir una educación completa de las personalidades jóvenes, que incluye, como dimensión ineludible, la formación cristiana de su sensibilidad social». El Prelado del Opus Dei explicó que así se procura que los universitarios «aspiren voluntariamente a convertir su vida en una tarea de servicio a los demás, y, en particular, a los más necesitados». Mons. Álvaro del Portillo expresó esta aspiración durante el acto en el que confirió el doctorado honoris causa por la Universidad de Navarra a siete profesores universitarios de Alemania, España, Italia y Polonia, el pasado 29 de enero.

Entre los nombrados, Jorge Carreras ha sido catedrático de Derecho Procesal en Granada, Navarra y Barcelona; Francesco Cossiga, ex presidente de la República italiana, también fue profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Sassari; Rafael Frühbeck de Burgos es director titular de la Orquesta Sinfónica de Viena; Robert Spaemann, catedrático de Filosofía de la Universidad Ludwig-Maximilians de Múnich; Manuel Elices, catedrático de Ciencia de Materiales de la Universidad Politécnica de Madrid; Leo Scheffczyk es profesor emérito de la Facultad de Teología Católica de Múnich; y Tadeusz Styczen, polaco, profesor extraordinario de la Cátedra de Ética en la Universidad de Lublin.

Mons. Álvaro del Portillo dijo que el momento actual plantea una tarea histórica de la que no puede desentenderse la institución universitaria: «Por singular providencia de Dios, en estos años finales del siglo XX hemos asistido al derrumbamiento de gran parte de los regímenes totalitarios que creó el materialismo teórico». Pero persisten lacerantes problemas sociales y humanos, en cuyo origen «se encuentra ese individualismo egoísta que procede del materialismo práctico, no menos desconocedor de la verdadera dignidad de la persona humana».

La Universidad debe ayudar a superar ese egoísmo que degrada la vida social. «No se trata sólo -advirtió- de fomentar nobles sentimientos de misericordia y de compasión». La ciencia debe ponerse a contribución de la solidaridad. «Es preciso ahondar en los fundamentos teóricos y prácticos de la justicia y de la caridad cristianas, para que las soluciones que se vayan encontrando, a través del estudio y de la investigación, contribuyan -en el respeto a la libertad de todos- a configurar unas actitudes de pensamiento y unas virtudes personales que sean fundamento para un futuro más humano».

Mons. Del Portillo alentó a los profesores presentes a que dedicasen «sus mejores afanes a una educación personalizada, y a una investigación seriamente comprometida con el descubrimiento de las causas que intervienen en los fenómenos sociales y culturales. Porque sólo si se llega a sus raíces antropológicas y religiosas, es posible comprender con hondura la crisis actual, y encontrar vías para que las presentes transformaciones desemboquen en una civilización armónica y fecunda, a la que aspiran todos los hombres de buena voluntad». Con su ejemplo y sus palabras, «los profesores sabrán transmitir a los alumnos las convicciones necesarias para combatir gozosamente el egoísmo particular y embarcarse en la aventura de entusiasmar nuevamente a un mundo cansado».

Hasta ahora la Universidad de Navarra ha investido 25 doctores honoris causa. La anterior investidura se celebró en 1989. Mons. Del Portillo subrayó en su discurso que «para todos los que formamos parte de la Universidad de Navarra, tiene un profundo significado que quien fundó esta Universidad y la presidió durante su vida en la tierra, el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, haya sido propuesto por Su Santidad Juan Pablo II como luminoso ejemplo del pueblo cristiano»

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