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La fiebre de las clases particulares se extiende en Estados Unidos

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Millones de niños estadounidenses no juegan por las tardes porque tienen cita con el tutor de matemáticas, o clase de técnicas de estudio, o inmersión en español, o mejora de la compresión lectora, o preparación de los exámenes nacionales. Los padres no soportan que sus hijos no triunfen, de ahí que las clases particulares se hayan convertido en un negocio floreciente en Estados Unidos.

Las clases particulares no son un concepto nuevo pero antes se ceñían a los dos extremos de la campana de Gauss: los peores estudiantes tenían tutores para sacar adelante el curso; los estudiantes más brillantes, para que el tutor les estimulara a llegar más lejos. Lo de ahora es diferente: la tutoría ha arraigado entre la clase media (y la inmediatamente superior), donde hay dinero y cerebro suficientes.

La horquilla de demanda se ha alargado: desde estudiantes de seis años que reciben clases de preparación para las tareas escolares que tendrán que hacer dos años después; pasando por estudiantes de secundaria que reciben clases para mejorar las matemáticas y la lectura, y así poder acceder a una buena «high school»; hasta estudiantes de bachillerato que se preparan para el SAT, el examen que hacen al final de la secundaria quienes quieren entrar en la universidad.

Hay precios para todos los gustos. A veces se contratan especialistas para mejorar puntos específicos o corregir trabajos de estudiantes de bachillerato o universitarios, por los que se ha llegado a pagar 500 dólares por hora. En la otra punta están las familias que contratan tutores de la India porque están disponibles por «e-mail» a medianoche y cuestan muchísimo menos que traer un profesor a casa.

Pero si las tutorías se han extendido tanto -Kaplan, la mayor empresa de tutores ha duplicado sus alumnos desde 1998- no es solo por el afán de los padres sino por la proliferación de exámenes nacionales. Según Eduventures, los colegios gastaron 879 millones de dólares el curso pasado en academias de preparación de esos exámenes, un 25,2% más que el curso anterior. La ley No Child Left Behind (ver Aceprensa 128/04) también ha contribuido, ya que el gobierno federal paga las clases particulares de cualquier alumno de una escuela calificada como «mala», con arreglo a los niveles mínimos que establece el gobierno. Por último, las propias familias, que gastan más de 4.000 millones de dólares al año en profesores particulares.

«The Wall Street Journal» (16-06-2006) introduce alguna reflexión sobre los padres. Se trata de una generación con mentalidad competitiva, ambiciosa y con gran ansiedad porque sus hijos «no se queden atrás». El diario cuenta la anécdota de una mujer que jugaba con su hijo en el parque -ella le lanzaba un balón y esperaba que su hijo le devolviera el pase- y se lamentaba de haber empezado demasiado tarde a enseñarle, pues eso le restaba opciones de jugar en el equipo del colegio. Miraba nerviosa a los demás chicos y decía: «Algunos de estos chicos son bastante buenos». Esos chicos tenían, como su hijo, unos cuatro años. Por supuesto, si todos ellos asistían a clases de baloncesto, su hijo «se quedaría atrás», remata el diario.

El miedo a la desventaja relativa provoca que los padres quieran que sus hijos saquen sobresalientes, no notables, y notas estratosféricas en el SAT. Un tutor de matemáticas recuerda que en una ocasión le dijo a unos padres que estaban malgastando el dinero porque con la capacidad de su hijo era suficiente con que le dedicaran quince minutos por las noches. La respuesta fue que seguirían contando con sus servicios: «Estoy siendo responsable ofreciéndole a mi hijo un tutor», replicó el padre.

Los educadores coinciden en que esa «responsabilidad paterna» tiene efectos negativos precisamente en la responsabilidad de los hijos. Es un aspecto más del perfil de los «padres helicóptero» (ver Aceprensa 37/06). Han llevado en volandas a sus hijos hasta la universidad y una vez allí, en lugar de formarse una mente universitaria, aplican las técnicas que han aprendido: preparar exámenes, superarlos, olvidarlos. Un profesor de la American University cuenta otro sucedido ilustrativo de la falta de responsabilidad: suspendió a una alumna un tanto apática; su madre llamó inmediatamente para encontrar una solución porque «mi hija no puede suspender»; el profesor se negó a darle opciones; entonces la madre preguntó cómo encontrar un tutor. El profesor le respondió: «Yo soy su tutor. Tengo un horario de tutorías y usted paga 40.000 dólares al año pero su hija todavía no ha venido a verme ni un solo día».

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