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Internet es la gran universidad abierta

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Cientos de miles se inscriben en los cursos gratuitos, pero solo una pequeña parte los termina

Casi al mismo tiempo se han puesto en marcha dos grandes proyectos universitarios en Estados Unidos para ofrecer cursos gratuitos por Internet. A mediados de abril, las universidades de Princeton, Stanford, Michigan y Pensilvania anunciaron una alianza para ofrecer cursos gratuitos por Internet mediante Coursera, una web creada por la empresa del mismo nombre. A principios de mayo, Harvard y el MIT dieron a conocer un nuevo proyecto común, edX, para hacer lo mismo.

Estas iniciativas no se limitan a facilitar clases grabadas o materiales de estudio, como muchos otros sitios en la red, en especial el mayor de todos, Open Course Ware (OCW), promovido y mantenido por el MIT. Pretenden más bien dar verdaderos cursos, dirigidos por profesores, para completar en cierto número de semanas, con ejercicios y exámenes. Pero se siguen a distancia y la matrícula es gratuita. Lo que no dan es título oficial, ni créditos: solo un certificado de haber realizado el curso.

Coursera ya tiene programas activos. La empresa fue creada por los autores del sistema que aloja y gestiona los cursos, dos profesores de informática de Stanford llamados Daphne Koller y Andrew Ng. Las cuatro universidades que suministran los cursos han invertido en ella 16 millones de dólares.

Por su parte, edX comenzará la actividad el próximo otoño. Es el resultado de la incorporación de Harvard a un proyecto del MIT, MITx, que funciona desde marzo pasado, de momento con un solo curso sobre circuitos y electrónica. Las dos universidades vecinas van a partes iguales, tanto en la inversión (30 millones de dólares cada una) como en la gestión y el gobierno de edX. A diferencia de Coursera, edX no es una sociedad mercantil.

El curso más popular
Otras universidades, como la Carnegie Mellon, tienen programas semejantes. Pero el de mayor éxito hasta hoy no es de ninguna de ellas, sino de un profesor de Stanford, Sebastian Thrun, que logró 160.000 alumnos de casi todos los países para su curso gratuito de inteligencia artificial, impartido de octubre a diciembre del año pasado. Ahora ofrece seis cursos de otras materias en Udacity, la empresa que fundó junto con otros dos especialistas en robótica.

Como se ve, las universidades están poniendo dinero para desarrollar los cursos gratuitos. Pero esperan recuperar al menos parte de la inversión. Pueden vender sus cursos a otras universidades que quieran adoptarlos o cobrar por alojar en sus sistemas cursos ajenos. También confían en que la enseñanza gratuita les aumente la fama y les reporte más donativos o matrículas.

Que Coursera sea una empresa no significa necesariamente que Stanford y sus socios pretendan obtener beneficios. Lo mismo hay que decir de Udacity, financiada con una inversión de un fondo de capital-riesgo y dinero del propio Thrun. En ambos casos se buscaba, más que rentabilidad, la mayor flexibilidad que permite una sociedad mercantil, en comparación con una organización sin fin de lucro. Pero una empresa, si los cursos atraen un gran número de alumnos, puede acabar obteniendo ingresos como los medios de comunicación en Internet o las redes sociales: cobrando a compañías que quieran buscar entre los estudiantes profesionales a los que contratar o clientes a los que ofrecer productos.

Motiva menos a los alumnos
En todo caso, el presente entusiasmo por la enseñanza gratuita en la web se justifica por el enorme potencial de difusión y la creciente calidad de los cursos. Pero estas iniciativas tienen también sus límites. Son especialmente adecuadas para los idiomas y las materias técnicas, pero no tanto para las humanidades. ¿Cómo evaluar a tantos alumnos sin poder dedicar un profesor ni siquiera para cada millar? En edX, la corrección de ejercicios será automática en los cursos de ingeniería; para los de humanidades experimentarán programas que leen lenguaje natural y recurrirán a voluntarios. En Coursera, los compañeros corrigen y califican, con la supervisión final de los profesores.

La experiencia enseña también que la enseñanza a distancia motiva menos a los alumnos. La tasa de abandono es muy alta, advierte Anka Mulder, presidenta del OCW Consortium (cfr. The New York Times, 18-03-2012). Por ejemplo, en el curso de circuitos y electrónica de MITx, que comenzó en marzo pasado, se inscribieron 120.000 estudiantes y a los exámenes parciales llegaron 10.000. Las universidades por Internet propiamente dichas, que no son gratuitas y confieren grados, logran resultados mucho mejores; pero no admiten un número ilimitado de alumnos.

Por otro lado, los cursos en Internet aportan sobre todo flexibilidad, con mayores posibilidades de personalizar el aprendizaje. A cambio, según la opinión general, algo se pierde sin el contacto directo con los profesores, y el estudiante tiene que ser más autodidacta. La web hace la información universalmente accesible, pero eso solo es el primer paso para estudiar. Como advierte la propia Mulder, los recursos educativos abiertos no valen para todo. “No son la educación: son solo contenidos. Se convierten en aprendizaje cuando hay buena enseñanza”. La cuestión entonces es cuán buena puede ser la enseñanza gratuita por Internet.

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