Echar una mano en las aulas

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Una escuela en la que no se imparten clases durante cuatro días a la semana es el sueño dorado de cualquier estudiante holgazán. Pero ojo, que no es sueño: una investigación efectuada por el Banco Mundial: Great Teachers. How to Raise Student Learning in Latin America and the Caribbean (1), ha encontrado centros educacionales así, lo que explicaría por qué la región —incluidos algunos países pertenecientes a la OCDE— continúa a la zaga en esta materia.

Los investigadores Barbara Bruns y Javier Luque, especialistas para temas de educación en el BM y en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), respectivamente, y varios colaboradores, observaron unas 15.000 clases en 3.000 escuelas de México, Jamaica, Perú, Brasil, Honduras y Colombia, con el objetivo —entre otros— de constatar cuánto tiempo del proceso lectivo se pierde en las escuelas. El patrón de comparación fue el Índice Stalling, que establece que no menos del 85% del tiempo de clase debe emplearse en la instrucción.

Los resultados fueron sinceramente mejorables. Los que más se acercaron a esa marca fueron Colombia (65%), Brasil y Honduras (ambas con 64%), si bien en este último país los expertos llegaron a encontrar colegios que dedicaban si acaso el 20 por ciento del tiempo a la impartición de contenidos. “Es como ir a una escuela en la que no hay instrucción durante cuatro días a la semana”, apuntan.

Los maestros latinoamericanos ingresan entre un 10 y un 50 por ciento menos de lo que ganan otros trabajadores profesionales de su nivel

La mayor parte del tiempo lo dedican los docentes a llamar la atención por cuestiones de disciplina, a repartir papeles y a conversar con otros maestros a la puerta del aula, cuando no se ausentan físicamente, lo que suele afectar a entre el 6 y el 11% del tiempo de clase.

Futuros profesores… que no han pisado una escuela

Mas no solo del inadecuado empleo del tiempo depende el bajo rendimiento escolar. Habría otras causas, como la escasa utilización de las nuevas tecnologías, ese “apego a la tiza y el pizarrón” que muestran no pocos maestros, quienes no hacen uso de los medios a su disposición para desarrollar iniciativas innovadoras en clase.

A ello se sumaría el alto índice de alumnos repetidores, lo que provoca que en un mismo espacio confluyan estudiantes de diferentes edades y niveles de aprendizaje; la falta de una participación activa de los educandos durante el desarrollo de la clase, y la insuficiente preparación de los docentes para enfrentarse a las aulas.

Según los investigadores, a excepción de Cuba, donde los estudiantes de magisterio se vinculan a las escuelas durante la mayor parte de su período de cinco años de formación (5.600 horas en ese lapso), en el resto de los países del área latinoamericana y caribeña dicho entrenamiento previo es dejado a la voluntad de cada institución formativa, con lo que algunos futuros maestros pisan las aulas solo en el último año de la carrera. O solo cuando se gradúan.

El tiempo de clase efectivamente dedicado a la enseñanza oscila entre el 20% y el 65%, según los colegios y países

En la parte de abajo

Los niveles de alfabetización y educación general en América Latina y el Caribe se han incrementado ostensiblemente desde los años 60. En estas décadas, la población en edad escolar beneficiada por la mayor cobertura educativa se ha duplicado, y en algunos países, como Paraguay, Honduras y Nicaragua, incluso se ha quintuplicado. Y los profesores, que apenas contabilizaban 1.3 millones, han llegado a ser 7.4 millones.

Los buenos dividendos económicos cosechados, en mayor medida, por la exportación de materias primas, han desbordado la copa y, de paso, mojado las partidas nacionales destinadas a la educación, que constituyen hoy, según datos de la UNESCO, entre un 4 y un 5% de los PIBs nacionales, cifra bastante cercana a la que dedican los miembros de la OCDE. Aunque más dinero no es necesariamente sinónimo de mejor sistema educativo, tal como no se es rico por dormir en los portales de una oficina bancaria.

Así llueven paradojas como la de Brasil, la mayor economía regional, que dispone incluso de una Agencia Espacial y es capaz de colocar satélites en la órbita terrestre, pero que no estará muy satisfecho con los resultados obtenidos por sus estudiantes de 15 años en comprensión lectora, matemáticas y ciencias durante el último test PISA. Hay un esfuerzo gubernamental, cierto, para levantar el nivel, pero choca con cierta indiferencia, históricamente inoculada en amplias capas sociales, hacia la necesidad de estudiar “demasiado”.

Jóvenes graduados universitarios de alta puntuación se comprometen a dedicarse por dos años a la enseñanza en una escuela pública urbana o rural

Otro botón de muestra es México, cuyo gobierno destina el 6,2% del PIB a educación, lo que no ha logrado evitar que los resultados de sus estudiantes en el examen de la OCDE también vayan a parar al sótano (el último lugar entre los miembros de la organización). Pero aun si duplicara los recursos monetarios, poco cambiaría si no se modificaran las oxidadas estructuras de un sistema educativo que es el paraíso de la corrupción. Esto ha permitido que por casualidad se descubran nóminas salariales de 1.440 maestros de 102 años “en activo”, todos nacidos el 12.12.1912, que cobran puntualmente mes tras mes..

Los TFA: una diferencia positiva

Eliminar el quiste de la corrupción, o el de la excesiva burocracia que ahoga los sistemas educativos, es una tarea que no estará lista mañana mismo. Mientras tanto, poco a poco se van abriendo espacio y consolidándose programas no gubernamentales de menor formato que buscan una mayor implicación del profesor en el aula, un entrenamiento más adecuado y sostenido del docente, y un mayor involucramiento del estudiante en el proceso educativo.

Una de las fuentes de las que han bebido los que no se conforman con el actual estado de cosas es la iniciativa norteamericana Teach for America (TFA, Enseña por EE.UU.), que convoca a jóvenes graduados universitarios de alta puntuación, de cualquier carrera, para que por dos años se dediquen a la enseñanza en una escuela pública urbana o rural. El propósito: contribuir a atenuar las diferencias internas en el sistema educativo norteamericano y ofrecer a los destinatarios del programa mayores oportunidades de desarrollo profesional.

Los chicos del TFA son ya unos 32.000 y proceden de unas 850 universidades. El soplo de aire fresco que llevan a cada escuela, el entusiasmo por hacer cosas, su destreza en el uso de las nuevas tecnologías, además de su menor diferencia de edad con la de sus educandos, constituyen tantos a su favor e influyen en que el 95% de los directores de colegios que han trabajado con ellos reconozcan que han marcado una “diferencia positiva”.

Apoyando al profesorado veterano

La dinámica de los TFA ha sido replicada y contextualizada en varios países latinoamericanos, y si al principio algunos de los veteranos han recelado de los jóvenes maestros, las noticias favorables son mayoría.

“Pensaban que éramos espías del Ministerio de Educación”, dice Mineko Matsumoto, miembro de Enseña por México (EXM). “Sin ser belicosos, buscamos la manera de ayudar a los profesores y directivos en las escuelas. Tratamos de complementar a los colegios en sus necesidades: tal vez unos no tenían personal suficiente, o no contaban con alguien propiamente adiestrado para impartir inglés. Es una colaboración”. La labor de estos jóvenes en EXM, que cuenta con 229 miembros seleccionados y sometidos a un riguroso entrenamiento para la docencia, ha supuesto un impacto positivo en centros escolares de 55 municipios de Nuevo León, Guanajuato, Chihuahua, Puebla y México DF.

Por su parte, un artículo de The Christian Science Monitor aporta algunos otros datos alentadores del programa, obtenidos bastante más al sur del país azteca. Según la citada publicación, en Chile, primer país latinoamericano en reproducir la experiencia del TFA (comenzó hace seis años), una investigación del BID ha hallado una “fuerte correlación” entre la llegada de Enseña por Chile a las aulas y el mejoramiento de los resultados en matemáticas, lengua, y habilidades como la motivación y el autocontrol.

Mientras, en Perú, los jóvenes docentes han ido granjeándose en cinco años la simpatía y el apoyo financiero de empresas mineras y del sector bancario, así como de fundaciones privadas. Los chicos han tomado en sus manos grupos de alumnos en los que la mitad eran repetidores, y han logrado reducir la cifra hasta el 10%, por lo que el Ministerio de Educación ha debido “quitarse el sombrero” ante los resultados.Tal vez, para quienes idealizan un monopolio estatal sobre la educación, no haya mejor disuasivo que estas experiencias. Que de aceptar la colaboración del otro, más que de anularlo, la sociedad saca mejores utilidades.

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(1) Bruns, Barbara, and Javier Luque. 2014. Great Teachers: How to Raise Student Learning in Latin America and the Caribbean (Advance Edition). Washington, DC: World Bank. 360 pags.

Quiénes son profesores en América Latina

Mujer, de estrato socioeconómico bajo, con alto nivel de educación formal, pero con insuficientes habilidades cognitivas. Tal sería el perfil de quienes asumen en América Latina la tarea de instruir y educar a niños, adolescentes y jóvenes.

Según la investigación del BM, en torno a un 75% del profesorado es de sexo femenino, una proporción que es incluso superada en Uruguay, Brasil y Chile (82%). Y es también un staff de edades maduras, de mayores de 40 años, si bien en algunos países centroamericanos el promedio se ubica en los 35 años.

En cuanto a su preparación, sobresale el hecho de que quienes aspiran a la carrera pedagógica suelen mostrar peor desempeño académico, en comparación con el de quienes se interesan por las ingenierías u otras carreras. Y son también quienes han obtenido una puntuación menor en el examen de matemáticas aplicado por la OCDE en 2012.

En el aspecto salarial, los maestros latinoamericanos y caribeños ingresan entre un 10 y un 50 por ciento menos de lo que ganan otros trabajadores profesionales de su nivel. La tendencia se ha mantenido en la primera década de los 2000, aunque habría que apuntar que los docentes trabajan significativamente menos horas que otros graduados universitarios, técnicos y empleados de oficina.

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