Compromisos éticos y sociales de la Universidad del siglo XXI

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Henry Rosovsky, el reformador de Harvard
Compromisos éticos y sociales de la Universidad del siglo XXI Henry Rosovsky, catedrático de Economía y ex decano de la Facultad de Artes y Ciencias de la Universidad Harvard, es el hombre que en los años 70 lideró, desde su institución, lo que entonces se llamó «la revolución humanista del currículum». El objetivo estaba claro: depurar la enseñanza universitaria de su tinte excesivamente tecnocrático y especializado, para colorearla con una formación más generalista, que asumiera la integridad de la persona humana. Los planteamientos que entonces puso sobre el tapete adquieren hoy renovada actualidad, cuando muchos países relegan las humanidades al olvido.

El currículum que planeó Rosovsky en Harvard era ambicioso. Su idea era -y sigue siendo- que cualquier universitario, antes de elegir una especialidad, necesita una serie de conocimientos y destrezas: pensar y escribir con claridad; poder criticar obras de arte y literatura; comprender los problemas actuales con sus antecedentes históricos; dominar conceptos y técnicas básicos de las ciencias sociales; conocer los principales métodos matemáticos y los fundamentos de la física. Y también ha de ser capaz de reflexionar ante las numerosas alternativas éticas que se le presentarán en la vida.

La reforma llegó a coronarse con éxito en Harvard a mediados de los años 80 y ha sido imitada por muchas universidades norteamericanas que buscan adaptar la educación superior a las necesidades de la sociedad contemporánea. El profesor Henry Rosovsky es doctor honoris causa por universidades de todo el mundo y autor de numerosas publicaciones de carácter económico. Sobre el tema que nos ocupa, cabe destacar su obra The University: An Owner Manual (1990). Fue invitado a Madrid por el Club de Debate de la Universidad Complutense para dar una conferencia sobre los condicionamientos y el futuro de la Universidad. Y pudimos hablar con él del reto de la educación superior para el próximo siglo.

Por qué Harvard es número uno

– Harvard es conocida como una de las mejores instituciones educativas dentro y fuera de Estados Unidos. ¿Dónde está la clave de su éxito?

– El nivel de una universidad lo configuran muchos factores, pero creo que el único determinante es la calidad del profesorado. En Harvard, la universidad más antigua de Estados Unidos, se nos conoce precisamente por esto, y este prestigio es el que atrae a los mejores estudiantes, los mayores fondos para la investigación y, ¡por supuesto!, el apoyo de nuestros antiguos alumnos, fuente importantísima de financiación, que reconocen en su triunfo profesional una deuda con la universidad. Harvard trabaja en la selección del profesorado con una exigencia poco común en Estados Unidos. Cuando queda vacante una plaza de profesor titular, la búsqueda del sustituto no se limita al abanico de posibilidades que ofrece nuestra universidad, ni siquiera nuestro país, se busca al mejor profesional allí donde se encuentre, en China, en Australia, o en cualquier parte del mundo.

– Parece ser que la Universidad Harvard ha recibido este año el mayor número de solicitudes de admisión de su historia y, sin embargo, es también el año en que ha aceptado menos alumnos. El alto importe de la matrícula, ¿es un obstáculo para el acceso?

– Harvard es una de las universidades de elite en Estados Unidos que puede permitirse el «lujo» de financiar los estudios a algunos de sus alumnos. Sólo admite al 10% de los candidatos, pero jamás pregunta por sus condiciones económicas antes de admitirlo, porque lo que se valora es su mérito personal. Sólo después se estudia su situación económica y, si necesita ayuda, Harvard le apoya.

Cinco programas de investigación

– Estamos en un momento de grandes cambios sociales. ¿Qué aspectos de la sociedad actual ha de tener en cuenta la universidad para ser capaz de responder a las necesidades del siglo XXI?

– La universidad necesita estar atenta a los cambios que se están produciendo: crece de modo vertiginoso el volumen de información y la transmisión de la cultura; los jóvenes viven de un modo cada vez más internacional; hay crisis en las instituciones políticas y sociales (las escuelas de educación primaria y secundaria de mi país, la ONU…); los recursos son escasos, aumenta la competencia por adquirirlos y se estanca el crecimiento económico de los países; aumenta el paro, se recortan presupuestos estatales… La universidad ya no es una torre de marfil, debe preocuparse continuamente por resolver los problemas de la sociedad en la que vive, por ser fuente de comprensión de un mundo cada vez más global. Me pregunto si realmente nos estamos preparando para esta misión, que muchos han bautizado ya con el nombre de «beca de compromiso» del académico con su sociedad.

– ¿Cómo afronta la universidad de Harvard este compromiso?

– Dice Tolstoi en su libro Ana Karenina que todas las familias felices se parecen; sin embargo, en las desgracias cada una es diferente. Lo mismo podemos decir de la universidad. Harvard ha puesto en marcha cinco programas de investigación para resolver los problemas de la sociedad estadounidense. Primero, varios estudios sobre ecología que centran su atención en el impacto que está produciendo China -el país más poblado del mundo y en pleno desarrollo industrial- en el medio ambiente mundial; segundo, el análisis del sistema educativo infantil, un sector tremendamente olvidado en Estados Unidos; tercero, el estudio interdisciplinar de la mente y el cerebro, de las relaciones entre el funcionamiento del cerebro y el comportamiento humano; cuarto, la política de sanidad pública, en crisis social y financiera desde hace tiempo; y quinto, un programa sobre la ética en el mundo profesional.

– La investigación siempre es cara. ¿Qué hace la universidad de Harvard para financiarla?

– Como dice Ortega y Gasset en su libro Misión de la Universidad, la institución tiene tres facetas fundamentales: transmitir cultura, formar profesionales y desarrollar la investigación científica. La universidad está para dar respuestas a la sociedad y para eso tiene que contar con los medios necesarios. Hay tres campos en la investigación: el humanístico, el científico-social y el científico puro. El primero no es caro, el segundo tiene un coste intermedio, y el científico requiere mucho dinero. Por eso Harvard necesita, igual que cualquier otra universidad, la ayuda del Gobierno.

Ética y humanidades

– Hacía usted referencia antes a la ética profesional. Son muchos los países que viven actualmente casos de corrupción política y empresarial. ¿Qué pueden hacer las universidades para afrontar este problema?

– En general, hay un deterioro del nivel ético profesional en todos los niveles de la sociedad. Por ejemplo, en mi país, se critica duramente el comportamiento ético de muchos abogados y juristas. Y esto también está afectando a la educación. Actualmente en Estados Unidos asistimos a un proceso de apertura de la Universidad, un 40% de la población accede a estudios superiores. Esto tiene consecuencias tanto positivas como negativas. Por un lado, la masificación de la universidad puede ser señal de que la persona es valorada por sus méritos y no se la discrimina por razón de los recursos económicos, la raza o el sexo, lo cual es positivo. En cambio, al crecer tanto el número de estudiantes falla el contacto entre profesores y alumnos, así como el contacto de los profesores entre sí, pues los profesores se separan cada vez más en dos gremios, el los «profesores universitarios» y el de los «investigadores especializados». La formación se centra cada vez más en la especialización, y se tiende a olvidar el estudio de los códigos de conducta por los que debe regirse toda profesión liberal. Deberíamos analizar esta situación que califico de negativa. El estudio de la ética es muy importante en la Universidad porque los valores morales que el estudiante aprende en las aulas son los que después influyen en su comportamiento profesional.

– Harvard, además de estar situada en el centro neurálgico del capitalismo, es conocida por el prestigio de sus estudios en economía. Usted ha sido siempre un gran defensor de las humanidades… ¿Se considera un abanderado en la defensa de unas enseñanzas tan marginadas en la sociedad actual?

– Antes de nada me gustaría explicar el funcionamiento del sistema de enseñanza en Estados Unidos, que cuenta con más de 3.500 centros de educación superior. En las universidades de elite norteamericanas, los primeros cuatro años se desarrollan en los colleges: allí el estudiante recibe una formación generalista donde las humanidades juegan un papel muy importante. Después eligen su especialidad: Medicina, Derecho… En Europa no ocurre lo mismo. En España, por ejemplo, la formación generalista se imparte durante el bachillerato. Estados Unidos es, por lo tanto, el único país que sigue manteniendo una formación generalista durante los primeros años universitarios. Personalmente es cierto que me he preocupado por defender las humanidades, pero como le ocurre a todos los líderes, también me he encontrado con muchas personas que no estaban de acuerdo conmigo.

Su idea de persona «educada»

– Ciertamente, no todos tienen la misma idea de lo que es una persona instruida… ¿Cuál es la suya?

– Por un lado, la educación no es algo estático, cambia con las circunstancias, por eso siempre digo que los planes de estudios deberían cambiar cada veinte o venticinco años. Hoy, por ejemplo, tenemos que estar atentos a hechos como la incorporación de la mujer al sistema laboral, la aparición de nuevas disciplinas, la revolución tecnológica… Por otro lado, la educación supone el desarrollo total del individuo y esto implica que a la formación profesional debe sumarse la formación humanística. Considero que una persona está bien educada si es capaz de analizar críticamente su sociedad, si le interesan otras culturas y épocas, si está formada para tomar decisiones éticas y, por supuesto, si tiene conocimientos especializados, pues en la especialización se va a apoyar la futura estructura del empleo.

– Sin embargo, muchos estudiantes de hoy, por lo menos en España, tienden a ocuparse sólo de sus estudios, de su futuro profesional. ¿Cómo fomentar una actitud más crítica y participativa del universitario en la sociedad?

– La vida universitaria es el contexto perfecto. En Harvard, el campus es un lugar donde la gente vive en comunidad. El 65% de los estudiantes participa en labores sociales como dar clases en prisiones, ayudar a marginados, etc., a través de instituciones benéficas subvencionadas por la propia universidad. Otra gran parte de su tiempo lo dedican a actividades extracurriculares: orquestas de música clásica, obras de teatro, grupos de rock, redacción de periódicos… Todo esto forma parte de su educación general, de su vida en sociedad. Los universitarios lo saben, y son ellos mismos los que las promueven.

Por otro lado y sin limitar su acción, pienso que los estudiantes no deberían participar en actividades para las que no están cualificados, como el gobierno o la política de la universidad. Siempre debe existir una jerarquía.

La libertad para establecer programas

– En Estados Unidos la universidad funciona como un mercado de oferta y demanda. En España no ocurre lo mismo debido al sistema estatal. ¿Cree que en el futuro habrá una mayor diversificación de las universidades?

– ¡Ojalá! No veo ventajas en el control centralizado de la educación. Aunque en Estados Unidos hay una participación importante del sector público en la enseñanza superior, la mayor parte es privada, y ambos son de reconocido prestigio, pues la calidad no depende de esto. La diferencia con otros países es que, en Estados Unidos, cada universidad tiene libertad para elegir las materias que quiere enseñar. No hay un Ministerio de Educación como en España, ni un gobierno local que las imponga, y eso da lugar a una diversidad muy grande y muy positiva.

– Se dice que el desarrollo de las tecnologías de la comunicación va a provocar cambios revolucionarios en los canales de enseñanza. ¿Cree usted realmente que las universidades del siglo XXI serán un buzón de Internet al que accederá cada estudiante desde su casa?

– Por suerte tengo setenta años y, en cualquier caso, me libraré de esa revolución, si es que se produce. Las tecnologías influirán llamativamente en gran parte de los sectores de la enseñanza, pero no en todos. No podemos olvidar que la educación es algo más que letras y números, necesita del contacto físico y verbal con las personas, del trabajo en grupo, y eso jamás será posible a través de una fría pantalla de ordenador.

María Fernández de CórdovaEl rito de admisión en las mejores universidades

Cada vez más en Estados Unidos lo importante no es ir a la Universidad sino a una buena universidad. Este año las más afamadas han recibido el mayor número de solicitudes de admisión de su historia. Puede ser que las dificultades del mercado laboral estén llevando a pensar a los estudiantes que necesitan títulos prestigiosos para asegurar su futuro. El problema es que sólo una elite consigue ser admitida donde quiere. Pues las tasas de admisión en las 25 universidades mejor consideradas van de poco más del 10% (en Harvard y Princeton) hasta el 68%; y la mayoría -quince de esas universidades- admiten a menos del 40% de los candidatos. Con este tipo de selección, no es extraño que el porcentaje de estudiantes que terminan la carrera no sea inferior al 85% en la mayoría de estas universidades (en Harvard, el 97%).

Según la encuesta anual que realiza la revista U.S. News and World Report entre 2.700 presidentes, decanos y responsables de admisiones, Harvard es -por sexto año consecutivo- la número uno entre 229 universidades nacionales más conocidas. El año pasado recibió 18.190 solicitudes, de las que aceptó 1.985.

Para acceder a las mejores universidades ya no basta tener buenas notas en la enseñanza secundaria. Es tal la competitividad que ha empezado a difundirse un nuevo sistema de entrenamiento para llevar a buen puerto la estrategia de admisión. Muchos estudiantes acuden a los servicios de un profesor-preparador para avalorar su currículum. Además, los preparadores suelen ser ex empleados de alguna universidad prestigiosa que, junto a sus conocimientos, hacen valer los contactos que mantienen aún en su antigua empresa. Así que pagar mil dólares al año al preparador no es nada si con ello se logra ingresar en alguno de los colleges más prestigiosos del mundo.

Para entrar en una buena universidad también hay que poder pagarla o encontrar la ayuda financiera indispensable. En las más prestigiosas universidades privadas el coste anual (manutención y enseñanza) ronda los 25.000 dólares. Se comprende que este precio no esté al alcance de la mayoría de las familias, a no ser que sean ayudadas. En Harvard, la renta familiar media de los alumnos que reciben alguna ayuda era de 60.000 dólares en 1995 (Wall Street Journal, 10-II-95).

Nadie pone en duda que las buenas Universidades norteamericanas son caras. Lo que se discute es si la enseñanza superior estadounidense ha ido a mejor o a peor. En 1987, el profesor Allan Bloom hizo un severo diagnóstico en The Closing of the American Mind. A su juicio, el declive de la formación humanística ante la búsqueda de la especialización profesional, así como el relativismo cultural que anula la jerarquía del saber, habían estropeado de forma grave la institución.

Otros, como D. D’Souza en Iliberal Education, han criticado la introducción de políticas de «acción afirmativa» en el campus, porque, a pesar del deseo de favorecer a las minorías, no han mejorado ni la armonía entre las razas ni el nivel académico. Igualmente, otros denuncian la amenaza que el pensamiento «políticamente correcto» supone para la libertad de expresión en la universidad.

También una investigación reciente de la National Association of Scholars (NAS), realizada entre cincuenta grandes universidades, les reprocha que ya no exijan a los estudiantes una cultura general basada en elementos esenciales del conocimiento (cfr. New York Times, 20-III-96). Hoy los alumnos pueden lograr el diploma a través de una infinidad de posibles asignaturas, sin recibir así lo que la NAS considera una cultura fundamental. Comparando los programas universitarios de hace años y los de hoy, resulta que la duración de la escolaridad ha pasado de 204 días en 1914 a 156 en 1993, y el número de créditos exigidos para la licenciatura en 1993 era un tercio de lo que se exigía en 1964.

Sin dejar de reconocer estos datos, la Asociación Americana para la Enseñanza Superior ha replicado que la acumulación de conocimientos tiene hoy menos importancia que hace años, y que lo esencial consiste en aprender a comunicar, a evaluar, a criticar y a resolver problemas.

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