Cómo organizar la libre elección de escuela

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Desde hace unos quince años, en Estados Unidos «han surgido nuevas formas de elección de escuela que han cambiado radicalmente el panorama de la enseñanza», escriben los coordinadores de un volumen publicado por la Brookings Institution, centro de estudios con sede en Washington. Las iniciativas más destacadas son las «charter schools» (escuelas públicas pero autónomas, con ideario propio), nacidas en Minnesota en 1991, y los modernos programas de cheque escolar, de los que el primero es el aprobado un año antes en Milwaukee (Wisconsin).

Estas fórmulas amplían la libertad de las familias, en particular de muchas que antes no tenían más opción que el colegio público que tuvieran asignado por razón de domicilio. Pero también suscitan cuestiones de equidad y distribución de recursos. El libro mencionado trata precisamente de afrontarlas, como indica el título mismo: «Getting Choice Right: Ensuring Equity and Efficiency in Education Policy».

La obra es fruto de los trabajos realizados por una comisión creada por la Brookings Institution en 2001. Reúne diez estudios elaborados por una docena de especialistas. Los coordinadores son Tom Loveless (Brookings Institution) y Julian Betts (economista de la Universidad de San Diego).

Elegir escuela es lo que siempre han hecho las familias con dinero, y extender esa posibilidad a las demás es extender la libertad. Ahora bien, advierte Betts, la elección de escuela puede dar lugar a una situación muy equitativa o a una fuerte desigualdad, según cómo esté planteado el sistema. Si el planteamiento es bueno, la elección de escuela puede ayudar a las familias modestas. El libro propone ideas para promover a la vez libertad de elección y equidad.

Un obstáculo a la equidad es el desigual acceso a la información. Las familias mejor enteradas de la oferta educativa, que pueden sacar más partido a la libertad de elección, suelen ser las de más recursos. Por eso, uno de los estudios del volumen insiste en hacer más accesible y comprensible la información sobre la calidad de las escuelas, y que todas las incluidas en el sistema de libre elección, sean públicas o privadas, estén sujetas a los mismos criterios de evaluación, de modo que los padres puedan comparar. Otro autor añade que es de suma importancia ofrecer transporte escolar gratuito a quien lo necesite para que las familias modestas puedan elegir en la práctica. Por una razón análoga, también resulta necesario concentrar los recursos destinados a cheques escolares en las familias de menor renta. Pero el principio de todo es que haya una oferta suficiente de colegios elegibles, lo que requiere aumentar la financiación de las «charter schools» y de los sistemas de cheque.

Otro aspecto de la igualdad es la integración social en las escuelas. Un capítulo del libro analiza los motivos por que los padres se deciden por un colegio, si tienen posibilidad de escoger. En primer lugar figura la calidad académica; pero las encuestas revelan que también influye la clase social, lo cual puede favorecer que los alumnos con más recursos se concentren en los mejores colegios y los menos favorecidos estén en los de peor calidad. Betts sugiere algunas fórmulas para corregir esta tendencia. Una es ofrecer recompensas a las escuelas que alcancen determinadas metas de diversidad en el alumnado. Otra es usar un mecanismo más complejo, similar al mercado de «derechos de emisión» de gases contaminantes. Se fijarían unas cuotas de alumnos de minorías o clase modesta según la presencia que tengan en el distrito; los centros que se quedaran por debajo tendrían que admitir un número mayor o «comprar» derechos adicionales a los que sobrepasaran la cuota.

Con estos procedimientos, la distribución de los recursos dependería de las preferencias de las familias y a la vez sería más equitativa. Se facilitaría que a las escuelas buenas pudiera acudir cualquier alumno, con independencia de su clase social, y también se ayudaría a los colegios en desventaja, que recibirían asignaciones adicionales para mejorar la calidad.

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