Bolonia: ¿Qué modelo de Universidad queremos?

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La reforma universitaria en España que debe culminar dentro de un año con la adaptación al plan Bolonia ha despertado polémica y manifestaciones de estudiantes. Extractamos algunas opiniones que varios catedráticos han expresado recientemente en diarios nacionales.

Josep Joan Moreso, Rector de la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona), critica en El País (5-12-2008) la desinformación sobre lo que supone el proceso de Bolonia.

“Parte del miedo surge de la desinformación. Todos hemos de hacer un esfuerzo prolongado y persistente en explicar mejor las virtudes del proceso. De qué se trata y de qué no se trata. La idea de que esta reforma va a devaluar los títulos de grado es plenamente injustificada”.

“A ello suele añadirse que la diferencia específica la aportaran los masters, que van a tener precio de mercado. Pues bien, una de las primeras medidas que ha tomado el Gobierno español es el establecimiento de masters universitarios, orientados a la formación avanzada y a la investigación, que tienen también precios públicos, es decir, un coste subvencionado con los impuestos que pagamos todos los ciudadanos. Hasta ahora sólo había masters a precios privados”.

“Se repite también la idea de que Bolonia es equivalente a la mercantilización de la educación superior, a la privatización de la Universidad. Es también plenamente falso. No hay ningún país europeo que haya considerado abandonar su modelo de Universidad pública y autónoma, un modelo que forma parte del código genético de la Europa contemporánea. Tampoco es cierto que ahora las empresas condicionen los planes de estudio o la investigación. Las empresas saben que sus contribuciones económicas a las universidades redundan en su prestigio y acentúan su responsabilidad social, preservando la autonomía. Una mejor financiación habrá de venir, también, de una mayor implicación de los actores de nuestra economía”.

“No es tampoco verdad que la contribución de los estudiantes mediante el precio público de las matrículas represente ahora más en porcentaje que lo que representaba hace 15 años. Comencemos por aclarar que el precio público cubre solamente un 16% del coste total. Por otro lado, las matrículas se han incrementado en estos años un punto por encima del IPC, mientras la subvención de los Gobiernos autónomos se incrementaba en cantidades que se acercan a una media del 10% anual. Es decir, los estudiantes contribuyen proporcionalmente menos ahora que hace 15 años”.

Al servicio de la formación de profesionales

Francesc de Carreras, Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona escribe en La Vanguardia (4-12-2008) que lo importante es plantearse hacia dónde va el nuevo modelo de Universidad:

“Con el plan de Bolonia la universidad europea concluye solemnemente un ciclo y comienza otro. (…) Desde principios de siglo XIX la universidad había sido, o pretendido ser, el centro de enseñanza superior por excelencia. A partir de ahora, cuando menos en parte, ya no será así: la universidad será una mezcla de bachillerato especializado y de formación profesional, con algún pequeño reducto de universidad a la antigua usanza. No digo que esta perspectiva esté mal ni bien. Seguramente es una solución que resuelve algunos problemas sociales y económicos de la actualidad. Pero también plantea otros y, en todo caso, comporta importantes consecuencias culturales y sociales”.

En la Universidad española “en los últimos años, se ha ido creando un consenso implícito en que la universidad debe formar, antes que otra cosa y desde el principio, profesionales. Probablemente ello es debido a que, por una parte, de una universidad elitista hemos pasado a una universidad de masas, con necesidades distintas; por otra, la actual mentalidad de los jóvenes es muy pragmática y, desde el primer día, piden que se les enseñen cosas útiles para su rápida inserción en el mundo laboral. Las direcciones de las universidades, desde el ministerio hasta las consejerías autonómicas, los rectores y los decanos, incluso la mayoría de los profesores, también parecen estar en esta línea”.

Carreras enuncia dos dudas sobre esta nueva orientación: “La primera, si dará buenos resultados prácticos, es decir, si ayudará realmente, aunque resulte paradójico, a formar buenos profesionales. La segunda, si será capaz de incitar a la investigación, al aumento del conocimiento innovador, ahora que tanto se habla de su necesidad”.

En otro artículo publicado en La Vanguardia (11-12-2008), el mismo Francesc Carreras se refiere a la competencia futura entre universidades a la hora de impartir el máster. Carreras no cree que los estudiantes tengan razón cuando alegan que las actuales reformas se encaminan a privatizar la universidad pública. “¡Ojalá aumentaran las ayudas de las empresas a estas universidades! Aunque en tales casos el riesgo de estar al servicio de intereses privados sería real, no es forzosa su incompatibilidad con la función pública de la universidad ni necesariamente deben condicionar la libertad docente e investigadora. Las mejores universidades públicas del mundo reciben cuantiosas ayudas privadas y ello no hace disminuir su calidad, sino todo lo contrario”.

En cambio, le preocupa que las universidades públicas sean menos competitivas que las privadas a la hora de impartir el master, que será lo más decisivo para la calificación en el mercado laboral. Carreras achaca esta desventaja de las universidades públicas a tres factores: mala financiación, gobierno corporativo y gestión burocratizada.

Recuerda que “las matrículas que pagan los estudiantes sólo alcanzan a financiar el 15 por ciento de su coste, el resto se paga con los impuestos que sufragan los ciudadanos. En este sentido, el estudiante universitario es un privilegiado: tres horas de inglés a la semana en una academia privada son más costosas que todo un curso en la universidad”.

“A su vez, el sistema de gobierno de estas universidades, al degradar conceptos tan respetables como democracia y autonomía, al crear una inexistente entelequia como es la ‘comunidad universitaria’, tiene un a naturaleza simplemente corporativa, es decir, es una mera representación de intereses particulares: mandan los profesores, que, en general, se preocupan de gobernar en provecho propio en lugar de atender a los intereses generales. Un ejemplo de ello está en la reforma actual de los nuevos planes de estudio de grado, aprobados sin apenas discusión de fondo sobre el contenido de las materias que enseñar y repartiéndose los profesores las asignaturas que impartir mediante un oscuro trueque de inconfesables intereses”.

“Por último, la gestión en la universidad se ha complicado enormemente y su administración es un pesado fardo caro y poco eficaz. Todas las universidades son autónomas pero dependen también de su comunidad y del Estado; demasiadas administraciones, porque, además, tanto la comunidad como el Estado tienen muy diversos organismos que participan en la administración universitaria”.

En consecuencia, concluye Carreras, “si el actual movimiento de estudiantes es un movimiento socialmente de izquierdas, no debería enfrentarse al plan de Bolonia, sino esforzarse en poner en cuestión la actual organización, corporativa y burocrática, de las universidades públicas”.

Adaptación ortopédica

César Nombela, Catedrático de Microbiología de la Universidad Complutense, critica en ABC (2-12-2008) cómo se está realizando el proceso de adaptación.

“Si algo destaca de este proceso en España es la confusión. Así lo ilustran las reacciones que suscita; desde la visión apocalíptica de que supone el fin de una Universidad que, vendida al mercado, ya no merecerá tal nombre, hasta la valoración de Bolonia como el milagro que nos llevará a tener instituciones de enseñanza superior propias del siglo XXI (¿a qué siglo pertenecerán nuestras actuales universidades?)”.

“Entre nosotros el proceso se ha planteado de forma burocrática, como una especie de adaptación ortopédica a algo superior, que las instancias dirigentes tendrían que imponer a profesores y estudiantes”.

“Las capacidades y la creatividad académica de los primeros, y el esfuerzo de los segundos se ha de encauzar por nuevos derroteros, para lograr nada menos que la «modernización», palabra que se reitera a manera de latiguillo en todos los documentos del proceso. Difícil sería construir nada sin unas universidades modernas, de ahí la desvinculación de Bolonia de algunas universidades de alto nivel. (…) “Hace falta convertir Bolonia en la oportunidad para las reformas que necesitamos, que van mucho más allá de la duración de las carreras y planes de estudio”.

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