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Una prensa independiente de los propios prejuicios

publicado
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En un editorial de «Le Monde» (16 diciembre 2004), su director, Jean-Marie Colombani, comunica a los lectores la reflexión que ha hecho el consejo de supervisión sobre la calidad de la información que suministra el diario. Una reflexión autocrítica necesaria en cualquier periódico.

«Le Monde», como los demás periódicos franceses -y los de otros países- sufre un descenso de difusión e importantes problemas económicos. Colombani reconoce que el diario ha reaccionado a la crisis demasiado tarde, por confiar en un hipotético repunte de la publicidad. A la postre, continúa, no ha habido más remedio que negociar con los sindicatos un recorte de plantilla y tomar otras medidas para reducir gastos.

Pero Colombani añade que tales remedios no son suficientes y la situación obliga a interrogarse sobre las razones por las que el periódico pierde lectores. Con independencia de lo que se pueda atribuir a las dificultades comunes a toda la prensa escrita, Colombani afirma que «‘Le Monde’ debe plantearse algunas cuestiones simples y responderlas de modo simple».

«¿‘Le Monde’ mantiene la calidad de sus juicios al abrigo de los vientos que corren o de los presupuestos políticos? ¿Sabe guardar las distancias y su independencia de espíritu frente a la actualidad de la que informa? ¿Se coloca a buena distancia de apriorismos políticos o sociológicos?» No hay que dar por supuesto que la respuesta es afirmativa en todos los casos, advierte Colombani.

«La verdadera independencia se mide en primer lugar por la independencia con respecto a uno mismo, a su propia cultura, a sus propias posturas». «Le Monde» debe ser, ante todo, «un periódico que no es rehén de ningún a priori, ni sobre la clase política, ni sobre los directivos de empresa, ni sobre tal o cual forma de expresión artística; el periódico en cuyas páginas la búsqueda de la exactitud permite a los lectores encontrar una referencia, una respuesta segura, una confirmación; el periódico en el que la competencia prima sobre todas las connivencias».

Este rigor es difícil. «La fuerza, el ritmo, el flujo continuo de informaciones hacen que un diario se vea a veces obligado a escoger entre una respuesta segura y una respuesta rápida, cosas que no necesariamente se confunden. De ahí puede surgir el peligro de que el rigor sea sustituido por la precipitación, y el deseo de causar efecto prime sobre el análisis de los hechos. El condicional no es un modo del periodismo. El calor de una afirmación no puede prevalecer sobre la indispensable frialdad del juicio. La misma complejidad de la sociedad en que vivimos, su dureza, nos obligan a colocar el rigor y la prueba en el centro de nuestro oficio, a sacar de nuevo a la luz lo fundamental, a poner por encima de todo el respeto a los hechos. Sin renunciar para nada a la necesidad de revelar, de sorprender, tendremos que vigilar más cada día para separar estrictamente la información del comentario, a fin de garantizar a los lectores la calidad y el rigor de nuestras informaciones».

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