Edgar Allan Poe, el hombre que nunca sonreía

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Se cumplen doscientos años del nacimiento del escritor estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849). Padre de la novela policiaca, renovador de las historias góticas y de los cuentos de terror, pionero de la ciencia-ficción, conferenciante y teórico de la literatura, periodista y autor de El cuervo, uno de los poemas más célebres de todos los tiempos, tuvo una vida desdichada que fue compensada, una vez muerto, con la gloria literaria.

Poe vivió en la primera mitad del siglo XIX. En sus escasos cuarenta años de vida se las arregló para dejar una obra de cierto volumen y gran influencia. Sin duda, su pervivencia se alimenta del prestigio de sus admiradores: Dostoievski, Kafka, Cortázar, Borges, Lovecraft, Bradbury, Valéry, Maupassant, Verlaine, Rimbaud, Baudelaire, Nietzsche, Conrad, etc. Se le suele citar como precursor del romanticismo, del surrealismo y del simbolismo, por no hablar de su influencia en la música, el cine, el cómic o la pintura.

Poeta maldito

Alma vagabunda, perpetuo desamparado y solitario, su vida fue un desastre, se mire por donde se mire: una cuesta abajo, casi desde el principio, hacia la la destrucción física, moral e intelectual. Muertos sus padres, a los dos años es acogido por un tutor con el que nunca se llevaría bien. De carácter nervioso y excitable, tímido y triste, fue un talento precoz y un hombre orgulloso y violento a pesar de (o quizás por) su estado permanente de pobreza. Arrogante, dado a la mentira y algo violento, desde la juventud cedió a los excesos a los que le arrastraba su naturaleza: el juego, la bebida, el opio y los amores apasionados.

Consciente de su talento, consiguió enemistarse con todos los escritores norteamericanos a los que despreciaba y zahería en sus críticas. No acabó nada de lo que empezó: ni la universidad, ni la carrera militar, ni logró permanecer mucho tiempo en ninguno de sus empleos en periódicos y revistas. Todas las mujeres a las que amó morían de tuberculosis, o ya estaban casadas o le rechazaban. Logró pocos éxitos en vida como escritor y casi nunca editó los libros que quería. No se sabe exactamente cómo murió (delirium tremens, tuberculosis o tumor cerebral); en cualquier caso, solo y al borde del desastre. Nos dejó una novela, 71 relatos, varios cientos de poemas, innumerables cartas, y una leyenda de artista de genio que se ha engrandecido con el tiempo.

Relato gótico y sobrenatural

El clima general de sus relatos es de alucinación romántica y extrema. Su escenario estaba hecho de ambientes excéntricos y escabrosos, donde explorar nuevas formas de lo macabro y lo espeluznante. Poe era el típico gentleman sudista, elegante y refinado, familiarizado con el ambiente de negras nodrizas que llenan su imaginación con historias de aparecidos, cementerios y cadáveres. Su carácter, su obsesión por el miedo y los abundantes periodos que pasaba en medio de nebulosas etílicas hicieron el resto y lo instalaron en la atmósfera de terror sobrenatural (mejor, supersticioso) y de muerte que alimenta la mayor parte de sus piezas.

Poe es sinónimo de relato gótico. Edificios y casas abandonadas, la muerte desde todos los ángulos (apariciones, momias, necrofilia, metempsicosis, tumbas, cementerios, espectros, sombras, catalepsias), tensiones miedosas y oscuridad. Algunos de sus más conocidos cuentos pertenecen a esta línea: Manuscrito hallado en una botella, Ligeia o La caída de la casa de Usher.

Un segundo grupo de relatos, menos importante, recoge sus exploraciones del pasado y del futuro, los de contemplación del paisaje, las estampas grotescas y los cuentos satíricos. Piezas como El camelo del globo anticipan las fantasías científicas que harán famosos más tarde a Wells o Verne.

Estos dos grupos de cuentos acusan el paso del tiempo, sobre todo en el estilo. Es la prosa palpitante de lo extremado, de un clasicismo florido e intensidad melódica. Son narraciones que se recrean en lo espantoso, escritas en un molde satírico y paródico, estridente y colorido, concebidas para impresionar y sorprender, con las que el autor demuestra un talento heterogéneo lleno de humor negro.

Baudelaire señaló que ningún escritor había narrado con más magia las “excepciones” de la vida humana, el absurdo dominando la realidad de la razón y la lógica, la histeria usurpando el lugar de la voluntad. Los personajes del bostoniano, viene a decir Edmund Wilson, actúan como héroes románticos, que se enfrentan con los valores, las leyes humanas y religiosas de su tiempo. El lector recibe, en el momento preciso en que el personaje se enfrenta al hecho misterioso y sus nervios se desequilibran, una especie de iluminación, vislumbra un espacio suprarreal, donde el hombre busca equilibrarse entre la realidad y un mundo desconocido.

Poe defiende un credo pragmático de corte periodístico: laconismo, unidad de efecto, sensacionalismo morboso. Con sus propias palabras: “Lo absurdo rayano en lo grotesco, lo aprensivo coloreado con lo horrible, lo singular revestido de lo extraño y lo místico. Podría decirse que todo esto es de mal gusto”.

Cuentos de raciocinio

Quizás las obras que permanecen más vivas son las de misterio y análisis, bien con tintes de aventura y enigma (El escarabajo de oro), bien con un enfoque detectivesco (el ciclo de Auguste Dupin formado por Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Rogêt y La carta robada).

Dupin es, para muchos, su mayor logro. Es el triunfo del método sobre la intuición, del análisis sobre el cálculo, sabe mirar con visión de conjunto, acceder a la mente del oponente y anticiparse. Es el rey de la deducción. Son los relatos más realistas de Poe, sin prescindir de un toque de cierta fantasía. Estos son los cuentos que mejor se leen hoy día, a pesar de que el estilo puede seguir siendo fatigoso (sobre todo en Rogêt) o los ingredientes de fantasía (véase quien es el asesino de Morgue) o aventura (Escarabajo) pueden alejarlos para algunos de la literatura seria. Estos cuentos prepararán la llegada de personajes célebres como Sherlock Holmes o el padre Brown.

Poe busca un efecto con cada relato. Comienza con la vista puesta en el desenlace, se detiene con detalle en la descripción de ambientes y estados de ánimo, es preciso y eficaz en sus frases. Los finales abruptos e inconclusos prolongan un estado anímico de incertidumbre y angustia. No hay en sus relatos concesiones a la vaguedad ni a la incoherencia de corte romántico: son artefactos lógicos, de precisión clínica, en los que cada acontecimiento y cada detalle ambiental se encaminan a producir un efecto único y traumático.

Ediciones del bicentenario

Todas las ediciones de Cuentos completos llevadas a cabo para este bicentenario (Edhasa, Páginas de Espuma, Augur Libros o Círculo de Lectores) reproducen las traducciones de Julio Cortázar que ya conocíamos con Alianza desde hace años. Unas los ordenan cronológicamente (Edhasa) (1), otras añaden el comentario de un cuentista a cada relato (Páginas de Espuma) y otras ilustran bellamente las historias (Círculo de Lectores).

La biografía que le ha dedicado Peter Ackroyd (2) es un ejemplo de cómo se puede llegar al fondo de un escritor sin necesidad de escribir 900 páginas. Recuerda en intensidad e intuición a las semblanzas de Zweig, aunque el estilo directo y con toques de humor y coloquialismo le aleja de la elegancia solemne del austriaco.

Entre los extremos (Borges: “sin sus relatos es inconcebible la literatura actual”; Bloom: “es un escritor atroz”) suele encontrarse la verdad. No cabe duda de que fue el primero en muchas cosas, y eso es algo, y que su fórmula (mezcla de comicidad grotesca, personajes caricaturescos y visiones opiáceas) ha impresionado a generaciones de escritores y lectores. Este aniversario es una buena oportunidad para acercarnos a su vida (Baudelaire decía que llevaba la palabra cenizo escrita en los pliegues de su frente) y a sus mejores relatos.

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(1) Edgar Allan Poe, Cuentos completos. Edhasa. Barcelona (2009). 1.024 págs. 27 €. Traducción: Julio Cortázar.
(2) Peter Ackroyd, Poe. Una vida truncada. Edhasa. Barcelona (2009). 179 págs. 19 €. T.o: Poe: A Life Cut Short. Traducción: de Bernardo Moreno Carrillo.

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