¿Es posible la diplomacia sin secretos?

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La filtración de los despachos de la diplomacia de EE.UU. ha suscitado el debate en la prensa internacional entre los partidarios de la transparencia a ultranza y los que defienden la necesidad del secreto para que la acción diplomática sea eficaz.

Ante la filtración de unos 250.000 documentos de la diplomacia americana y su difusión a través de cinco periódicos, no es extraño que el Departamento de Estado haya puesto el grito en el cielo. Para Hillary Clinton, se trata de un “robo”, “un ataque a la comunidad internacional”, que “pone en riesgo muchas vidas”, amenaza los esfuerzos antiterroristas y perjudica a las relaciones de los Estados Unidos con sus aliados.

Los países democráticos desclasifican su correspondencia diplomática al cabo de un cierto número de años. En cambio, con la filtración hecha a WiliLeaks se ha puesto en conocimiento público la correspondencia entre el Departamento de Estado y sus embajadas, por lo general entre 2004 y 2010.

Le Monde parece rendir un homenaje a la transparencia de Estados Unidos, al reconocer que “por su naturaleza abierta, una potencia democrática se expone a más intrusiones que un poder cerrado u opaco”. Incluso ha publicado en su página de debates un artículo del embajador de Estados Unidos en Francia, para que exponga su punto de vista.

Un festín de secretos

El catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, Timothy Garton Ash, en un artículo publicado en The Guardian considera que la filtración proporciona un gran material al historiador, pero se pregunta si la diplomacia puede funcionar bajo esas condiciones de transparencia.

Recuerda que “no figuran secretos de las máximas categorías”, pero aun así, “lo que tenemos es una verdadero festín”. Comprende que el Departamento de Estado se haya irritado por la filtración. Sin embargo, dice, “por lo que he visto, los profesionales del servicio exterior de Estados Unidos tienen pocas cosas de las que avergonzarse”. Aunque hay algunos tejemanejes oscuros sobre “la guerra contra el terror”, “lo que nos encontramos aquí es a unos diplomáticos que hacen el trabajo que les corresponde: averiguar qué está ocurriendo en los lugares en que están destinados y promover los intereses de su país y las políticas de su gobierno”.

Para Ash, “existe un genuino interés del público por conocer estas cosas”. Pero, se pregunta, “¿cómo es posible ejercer la labor diplomática en estas condiciones? No cabe duda de que tiene razón el portavoz del Departamento de Estado al decir que las revelaciones ‘van a crear tensión en las relaciones entre nuestros diplomáticos y nuestros amigos de todo el mundo’. El temor a las filtraciones ya está haciendo que sea más difícil gobernar”.

Ash advierte dos intereses contrapuestos: “Hay un interés público en comprender cómo funciona el mundo y qué cosas se hacen en nuestro nombre. Hay un interés público en un manejo confidencial de la política exterior. Y los dos intereses se contraponen”.

Vandalismo más que valentía

Algunos comentaristas se plantean si el creador de WikiLeaks, Julian Assange, apóstol de la transparencia, actúa de modo responsable al promover estas filtraciones. Un comentarista habitual del New York Times, David Brooks, critica la mentalidad anarquista de Julian Assange, para quien todo secreto es inmoral y todo poder sospechoso. En realidad, mantener la paz y la seguridad exige que líderes y diplomáticos dialoguen privadamente, en busca de información y entendimiento. La prensa responsable procurará obtener revelaciones sobre asuntos de interés público -por ejemplo, “¿Usa Estados Unidos a sus diplomáticos para espiar a la ONU?”- “sin desvelar de forma indiscriminada los detalles de la acción diplomática”, lo que puede dañar el poder de persuasión sobre amigos y enemigos.

Similar postura tiene The Times de Londres, que aun reconociendo el valor informativo de los documentos, declara que no deberían haberse hecho públicos: la administración estadounidense es culpable de un fallo de seguridad, y el autor de la filtración es un traidor. Más aún: “Con independencia del origen de la información, la conducta de WikiLeaks al difundirla, como en otros dos casos anteriores en que publicó documentos secretos, no es un golpe para rectificar una injusticia o reformar la política internacional. Es más un acto de vandalismo que de valentía”.

En palabras del Wall Street Journal: “Muchas veces, para que la acción política sea eficaz, hay que mantener los detalles en secreto. Los responsables extranjeros solo hablarán francamente con los emisarios estadounidenses si creen que sus palabras no saldrán a toda plana en las primeras páginas de le prensa mundial”. Pero el mismo diario dice que el caso enseña un a lección: “Es mucho más difícil guardar secretos en la era de Internet, de modo que el gobierno tendrá que aprender a guardar menos secretos y a reservarlos para menos personas”.

WikiLeaks, ¿organización de utilidad social?

Algo semejante opina Ben Macintyre, comentarista del Times londinense. La sustracción masiva de documentos ha sido posible porque el gobierno estadounidense cambió los procedimientos tras el 11-S. La investigación descubrió que tal vez se podría haber abortado la trama terrorista si los distintos organismos de seguridad hubieran compartido datos dispersos obtenidos por cada uno. Por eso se han puesto en circulación informes reservados (no del máximo secreto) y un soldado de la inteligencia militar destinado en Irak ha podido acceder a ellos. Esto no volverá a suceder, dice Macintyre. “Saber que todo lo que escriba un diplomático (…) puede ser filtrado, sin duda fomentará no solo mayor reserva, sino quizás también otro tipo de diplomacia”, más basada en la transmisión oral.

O al menos no se volverá a usar el tono desdeñoso respecto a dirigentes extranjeros que se observa en muchos de los despachos publicados, de claro origen periodístico. “Un funcionario de segunda fila en la embajada de Estados Unidos ha mirado los periódicos, ha redactado una apresurada caricatura, la ha condimentado con cotilleo y ha añadido un ligero barniz de superioridad”.

En un blog de la web de The Economist, un corresponsal en Estados Unidos que firma M.S., concluye que “WikiLeaks degenera en cotilleo”. Una filtración anterior de WikiLeaks -dice-, el vídeo “Collateral Murder”, era importante, respaldado por una investigación seria sobre lo que muestran las imágenes. Proporciona una visión de la realidad de la guerra, que el Pentágono no quiso publicar. En cambio, “agarrar todos los despachos diplomáticos que puedas y publicarlos no es una actividad de utilidad social”.

En cambio, otro bloguero del mismo semanario, W.W., defiende la filtración. “Si el secreto es necesario para la seguridad nacional y la eficacia diplomática, es también inevitable que la prerrogativa del secreto se usará para ocultar fechorías del Estado y de sus agentes. Temo que no hay dispositivo de supervisión que no termine por caer bajo el control indirecto de los mismos generales, espías y responsables de asuntos exteriores que debería supervisar. Organizaciones como WikiLeaks (…) pueden ser lo mejor que podemos esperar para promover el clima de transparencia y rendición de cuentas necesario para que haya una auténtica democracia liberal”.

Malestar árabe

The Economist ofrece algunos ejemplos de comentarios en la prensa árabe. Apenas dan detalles sobre las revelaciones ni entran en el fondo de los asuntos, como el programa nuclear iraní, y manifiestan resentimiento contra Estados Unidos por el tono de los documentos o por la filtración misma.

Satie Nour Eddin escribe en el diario libanés Al Safir: “Hasta ahora, lo difundido por Internet no revela ningún secreto ni resuelve ningún misterio. Solo da una imagen viva, espontánea y sincera del sentimiento de superioridad estadounidense. Muestra la máscara que los diplomáticos estadounidenses llevan en sus conversaciones, y que se quitan en cuanto se ponen a escribir informes a sus superiores”.

En Al Watan (Kuwait), Ahmed Yusef al Daeej sospecha que la filtración sea interesada. “Nadie sabe la verdad del asunto WikiLeaks. ¿Es creíble que Estados Unidos, con toda su grandeza, poder y bravura, no pueda parar WikiLeaks y sus millones de documentos? ¿O los mismos estadounidenses han filtrado estos documentos con algún fin determinado? ¿O simplemente han hecho la vista gorda?”

Tarek al Homnayad, director de Al Sharq al Awsat, periódico internacional de propiedad saudí, no concede gran importancia a los documentos. “No todo lo que escriben las embajadas estadounidenses son hechos; algunos de esos informes están sacados de contexto. Algunos contienen análisis e informaciones, pero los demás solo expresan puntos de vista, no políticas efectivas. Las negociaciones entre países para tomar decisiones políticas importantes suelen ser francas, especialmente cuando se tienen a puerta cerrada”.

Tal franqueza es una de las bajas causadas por la filtración, dice el comentarista Nawaf al Tani en Al Raya (Qatar). “Las futuras entrevistas entre funcionarios estadounidenses y árabes estarán más que nunca llenos de silencios y fórmulas de cortesía, mientras la gente guarda ocultas sus cartas”.

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