¿Es posible el arte sacro en la Babel actual?

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La nueva sensibilidad y el arte sacro
En la «Carta a los artistas» que Juan Pablo II les dirigió en 1999, decía que «para transmitir el mensaje que Cristo le ha confiado, la Iglesia tiene necesidad del arte». Durante bastantes siglos la fe y la expresión artística caminaron juntas, con momentos de mayor o menor sintonía. Pero en la Babel artística actual, en la que el subjetivismo de cada artista se afirma sin concesiones, se plantea si es posible un arte sacro en el que la comunidad se reconozca. Este problema ha sido el centro de la reflexión de los cursos sobre arte sacro organizados por la Fundación Félix Granda en Madrid en los dos últimos años.

Ambos cursos han dado lugar a un brillante intercambio de ideas entre profesores universitarios, expertos en Liturgia y varios artistas, entre los que se encontraban algunos escultores, arquitectos, pintores de reconocido prestigio; sus intervenciones han sido recogidas en un primer libro de actas recientemente publicado (1).

En una de las ponencias del I Curso, el profesor Juan Plazaola, catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Deusto, se plantea la situación del arte sacro ante la nueva sensibilidad. Plazaola es autor del libro Historia y sentido del arte cristiano (2), un amplio y riguroso estudio que constituye una guía muy útil para recorrer los dos mil años que la Iglesia y el arte han transitado juntos.

Con la elocuencia de la materia misma

Para advertir que el arte sacro actual requiere una nueva sensibilidad, Plazaola evocó en su ponencia ejemplos del pasado:

«La creencia en la Virgen María, como Madre de Dios y Madre misericordiosa de los hombres, era la misma en Rafael que en el Parmigiano que en el Caravaggio, y, sin embargo, ¡qué diferentes imágenes de la Virgen nos dejaron estos tres artistas del mismo siglo y del mismo país! Esos artistas nos dieron versiones distintas de un mismo misterio sacro, porque ante él tuvieron diversa sensibilidad estética. Y la comprensión y aprecio de sus obras por parte de los creyentes de su tiempo dependió de si supieron adaptarse a ella».

Después de recorrer los distintos estadios de la historia del arte de contenido religioso, Plazaola dijo, refiriéndose al arte contemporáneo, que «estamos en el siglo del ennoblecimiento de la materia, de todos los materiales». Esta nueva visión tiene su inmediata aplicación en la arquitectura, que ha ido destruyendo la teoría de la diferencia entre materiales nobles y viles; o en la música, siempre a la búsqueda de efectos acústicos que valgan por sí mismos, no por lo que pueden expresar.

«En el campo de la iconografía moderna, la revalorización de la materia también es evidente. Por abordar los temas más nobles y sublimes del cristianismo, el artista moderno no se siente obligado a alejarse de la naturaleza misma del material empleado. Al contrario, la exhibirá con audacia y sinceridad. (…) Puedo decir que no podrá comprender gran parte de la imaginería de nuestro tiempo quien no abra su sensibilidad a la elocuencia de la materia misma».

La percepción del arte

Sobre la evolución histórica en la percepción del arte y el uso del símbolo en el arte sacro, el profesor Plazaola destaca los cambios que se advierten en la sensibilidad actual:

«Antiguamente la contemplación de una obra de arte plástico se centraba en la figuración, en la representación de las formas naturales. Todo cambió con el advenimiento de ciertos artistas que empezaron a decir que la plástica había que concebirla como si fuera música. Si algo hay que agradecer a los artistas del siglo XX es el habernos hecho ver, sentir y comprender que la creación artística no puede ni debe reducirse a la simple representación de la naturaleza; que las artes plásticas tienen su propio lenguaje, y que no son los valores figurativos, sino sobre todo y esencialmente los valores formales, los recursos plásticos, propios de cada técnica, los que hay que poner en juego para crear una obra artística y para expresarse creativamente. (…)

«La balanza de la sensibilidad actual se ha inclinado muy ostensiblemente hacia un lado: el de la forma pura, el del lenguaje específico de cada arte, el del espíritu creador de formas abstractas. (…)

«Consecuentemente, a un artista a quien se invite hoy a dar forma al misterio cristiano no se le puede exigir que renuncie a eso que para él constituye su propia gramática. Y nadie debe extrañarse de que prefiera el lenguaje de las puras formas abstractas quizá reduciendo las figuras a simples signos y símbolos, en lugar de mantener aquel antiguo lenguaje de la imitación, más o menos idealizada, de los modelos naturales. (…)

«Poco a poco, el realismo, el naturalismo, que, por una parte, han dado al hombre occidental la clave de ese dominio técnico que ejerce sobre el planeta y aun sobre el universo, por otra, le ha privado de la facultad de ver y comprender los símbolos del pasado. Y no solo se nos ha hecho incomprensible el mundo de los símbolos cristianos del Medievo, sino que hemos ido perdiendo hasta la capacidad para sentir cualquier lenguaje simbólico que tenga pretensiones de imponerse como lenguaje común. (…)

El predominio del Yo sobre el Nosotros

«Antiguamente el artista no necesitaba dar explicaciones sobre su obra. Hoy, al contrario, críticos y profesionales de medios de comunicación están constantemente a la búsqueda de claves que les ayuden a descifrar las obras de arte contemporáneo. (…) Este lenguaje de los artistas, de apariencia críptica y esotérica, es uno de los factores que están creando un muro de separación entre el artista que aborda un tema religioso y el gran público que frecuentemente se siente frustrado y engañado, cuando no herido en sus más profundos sentimientos. (…)

«Si se dice, y con razón, que el arte es un medio de conocimiento, es por ese carácter de espejo de la época y de la sociedad en la que vive y trabaja el artista. (…) Creo que es fácil admitir que su historia hasta tiempos recientes ha sido un arte en el que la comunidad cristiana se sentía representada. (…) Puede decirse que entre el Yo del artista y el Nosotros de la sociedad no se sentía una diferencia de sensibilidad que pudiera calificarse de dramática. El artista creaba su lenguaje, expresaba su yo con su manera personal de sentir un tema sagrado, sin que su obra, aun siendo innovadora, provocara traumas notables ni siquiera extrañeza insuperable.

«En los tiempos actuales ese equilibrio, esa especie de simbiosis entre el artista y la sociedad, se ha quebrado. En el arte de nuestro tiempo el predominio del Yo sobre los gustos o preferencias de la comunidad es evidente y clamoroso. (…) El Yo del artista, de cada artista, se afirma sin concesiones ni reticencias. (…)

«Dentro de este carácter del arte moderno y contemporáneo está sin duda toda una filosofía de la valoración de la persona humana que subyace en toda la vida social y política de la humanidad de nuestro tiempo. El arte de hoy quiere ser una confesión violenta del sentimiento individual. El yo lo siento así es razón suficiente de todo lo que se hace.

Una fecunda sumisión

«(…) La Iglesia no puede cerrar los ojos al problema que el expresionismo artístico plantea cuando se busca una imagen que presida la celebración sagrada comunitaria. Lo sacro es lo consagrado al Señor, y la sumisión al objeto (el misterio cristiano) parece que debiera ser, como lo fue en tiempos pasados, un principio insoslayable por razón del misterio que está ahí como contenido de nuestra fe, independientemente de nuestros sentimientos. Esta fecunda sumisión la entendieron bien y la tenían bien asumida durante algunos siglos los pintores de iconos bizantinos.

«Pero, por otra parte, nadie puede negar que el arte es esencialmente expresión de un hombre. El subjetivismo actual está llevando a expresiones del Yo que en una sociedad pluralista toma formas tan individualizadas que, muy frecuentemente, resultan sorpresivas, a veces herméticas, cuando no ofensivas para un cierto sector de la comunidad cristiana.

«He ahí una situación problemática que ha sido relativamente frecuente en las últimas décadas. La prudencia de la Jerarquía, a quien compete la vigilancia de los lugares de culto, y la decisión sobre situaciones de tensión en el interior de la comunidad cristiana, deberá tener en cuenta la voz de los fieles que invocan el respeto a la santidad del tema y a la sensibilidad colectiva. Pero también deberá examinar hasta qué punto es objetivo un rechazo basado probablemente en argumentos que solo son manifestación de una sensibilidad pasajera, cuando no de un gusto trasnochado».

Francisco Campos LozanoCrucifijo en la parroquia de S. Juan de Ávila (Torrejón)Experiencia y transmisión de lo sagrado

El II Curso sobre Arte Sacro, organizado por la Fundación Félix Granda en Madrid en el pasado mes de octubre, eligió como tema la «Experiencia y transmisión de lo sagrado». Para el escultor Venancio Blanco, «es muy importante que el espectador, cuando se encuentra ante una obra religiosa, ponga también de su parte y complete de esta manera el trabajo del artista». Por su parte, el también escultor Michel Pochet lamentó que hoy día «los misterios más sagrados de nuestra religión están frecuentemente rodeados de fealdad antes que de belleza. Liturgia, cantos, objetos de culto, ornamentos, en vez de dar fe de la belleza de Dios y atraer a los hombres, nos alejan de Él. La belleza -continuó Pochet- ha muerto en el arte contemporáneo, pero si la belleza se ha escondido en esa fealdad, es ahí donde tenemos que buscarla, reconocerla, sacarla a la luz, como han hecho los artistas de este siglo, que así han llegado a realizar sus obras de arte».

Ángel Sancho, delegado de Patrimonio de la diócesis de Palencia, quiso destacar que «la Iglesia, precisamente porque conoce la capacidad del arte sacro para influir positivamente en la educación de la persona, ejerce una supervisión efectiva sobre el arte religioso». Y en este sentido, añadió, «no se concibe que se pueda encomendar la construcción de un templo a un arquitecto que no sepa nada del misterio cristiano».

Por su parte, la profesora María Antonietta Crippa, profesora de arte en el Politécnico de Milán y consejera artística de la diócesis de Lombardía, puso el acento sobre la vocación misionera de la Iglesia, de la que debe participar el arte sacro, y señaló que «el resurgir de un sentido difuso de lo sacro, no solo en el mundo del arte, vuelve a abrir el drama de una fe que debe ser misionera en todas sus expresiones». «El arte -dijo Crippa- puede ser el lugar donde se manifiesta el destino de las cosas y de las obras de los hombres, que no es caos ni anulación, sino transfiguración en el Espíritu de Cristo y del Padre. La belleza del arte resulta, por tanto, anticipo de un destino positivo que invierte toda la realidad».

La Iglesia tiene necesidad del arte

La Carta a los artistas escrita por Juan Pablo II en abril de 1999 dice en su n. 12: «Para transmitir el mensaje que Cristo le ha confiado, la Iglesia tiene necesidad del arte. En efecto, debe hacer perceptible, más aún, fascinante en lo posible, el mundo del espíritu, de lo invisible, de Dios. Debe por tanto acuñar en fórmulas significativas lo que en sí mismo es inefable.

»El arte posee esa capacidad peculiar de reflejar uno u otro aspecto del mensaje, traduciéndolo en colores, formas o sonidos que ayudan a la intuición de quien contempla o escucha. Todo esto, sin privar al mensaje mismo de su valor trascendente y de su halo de misterio.

»La Iglesia necesita, en particular, de aquellos que sepan realizar todo esto en el ámbito literario y figurativo, sirviéndose de las infinitas posibilidades de las imágenes y de sus connotaciones simbólicas. Cristo mismo ha utilizado abundantemente las imágenes en su predicación, en plena coherencia con la decisión de ser Él mismo, en la Encarnación, icono del Dios invisible».

En el n. 11 de la Carta, Juan Pablo II recuerda que, al concluir el Concilio Vaticano II, los Padres dirigieron un saludo y una llamada a los artistas: «Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une a las generaciones y las hace comunicarse en la admiración». A continuación señala Juan Pablo II: «Precisamente en este espíritu de estima profunda por la belleza, la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia había recordado la histórica amistad de la Iglesia con el arte y, hablando más específicamente del arte sacro, «cumbre» del arte religioso, no dudó en considerar «noble ministerio» a la actividad de los artistas cuando sus obras son capaces de reflejar de algún modo la infinita belleza de Dios y de dirigir el pensamiento de los hombres hacia Él.

»También por su aportación «se manifiesta mejor el conocimiento de Dios» y «la predicación evangélica se hace más transparente a la inteligencia humana». A la luz de esto, no debe sorprender la afirmación del P. Marie Dominique Chenu, según la cual el historiador de la teología haría un trabajo incompleto si no reservara la debida atención a las realizaciones artísticas, tanto literarias como plásticas, que a su manera no son «solamente ilustraciones estéticas, sino verdaderos ‘lugares’ teológicos»».

«La Iglesia tiene necesidad del arte. Pero, ¿se puede decir también que el arte necesita a la Iglesia?», se pregunta Juan Pablo II. «El artista busca siempre el sentido recóndito de las cosas y su ansia es conseguir expresar el mundo de lo inefable. ¿Cómo ignorar, pues, la gran inspiración que le puede venir de esa especie de patria del alma que es la religión? ¿No es acaso en el ámbito religioso donde se plantean las más importantes preguntas personales y se buscan las respuestas existenciales definitivas?

»De hecho, los temas religiosos son de los más tratados por los artistas de todas las épocas. La Iglesia ha recurrido a su capacidad creativa para interpretar el mensaje evangélico y su aplicación concreta en la vida de la comunidad cristiana. Esta colaboración ha dado lugar a un mutuo enriquecimiento espiritual. En definitiva, ha salido beneficiada la comprensión del hombre, de su imagen auténtica, de su verdad».

_________________________(1) Arte sacro: un proyecto actual. Actas del curso (Madrid, octubre de 1999). Fundación Félix Granda. Madrid (2000). 327 págs.(2) Juan Plazaola. Historia y sentido del arte cristiano. BAC. Madrid (1996). 1.053 págs.

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