“Lo tienes que ver. La autonomía del color en el arte abstracto” es una original e interesante exposición centrada en la importancia que adquirió el color en la obra de muchos artistas de los siglos XX y XXI.
¿Sabes cuál es el color de moda de este año? El mocha mousse, un tono castaño suave con visos de beige y gris, un color identificado perfectamente por su número de referencia en el catálogo creado por la empresa Pantone Inc., reconocido internacionalmente y que se ha convertido con el tiempo en un sistema universal de identificación, comparación y elección de los colores.
Es un lenguaje práctico que se utiliza en diversos sectores, como el textil, el de los cosméticos, el de diseño de interiores, el arquitectónico y el industrial. Esta compañía americana elige anualmente de su catálogo un color del que se nutren tanto las pasarelas como el interiorismo, en su afán por estar a la última en las tendencias artísticas y visuales del momento.
Ya desde la pintura rupestre, el color ha estado presente en las artes. Aun cuando su importancia ha sido cuestionada, ha constituido un tema de reflexión y debate para científicos y filósofos. En la pintura, el color estuvo ligado siempre a la representación y a la línea, hasta que, a comienzos del siglo XX, apareció el arte abstracto y el color conquistó el protagonismo del lienzo, liberándose de su sujeción a expresiones narrativas o academicismos.
En 1665 fue Newton quien demostró científicamente que la luz blanca, cuando atraviesa un prisma óptico, se refracta en un espectro de colores que él clasificó en primarios (rojo, amarillo y azul), secundarios o complementarios (verde, morado y naranja) y terciarios: otros seis tonos distintos surgidos de la mezcla de los anteriores. La disposición de los colores en una rueda, que después se llamaría “círculo cromático”, ya fue utilizada por Leon Battista Alberti en su tratado De Pictura (1436). Pero realmente su uso se extendió y se hizo popular gracias al círculo de seis colores creado por Goethe, publicado en su libro Teoría de los colores (1810). Estas ruedas han servido tanto para la mezcla de pigmentos, tintes o colorantes utilizados en la práctica artística pictórica, como para la obtención de un color determinado a partir de la suma de distintos componentes lumínicos, como ocurre en las pantallas de televisión o en los monitores. En la pintura es frecuente el uso de colores complementarios, que ocupan siempre posiciones opuestas en el círculo cromático, porque al interactuar un color cálido con otro frío se produce un fuerte contraste que refuerza a ambos.

Los colores existen gracias a la luz
La exposición “Lo tienes que ver”, en la Fundación Juan March de Madrid hasta el 8 de junio, explica de manera audiovisual cómo los colores existen gracias a la luz; de ahí que perdure el dicho popular: “De noche todos los gatos son pardos”. La luz blanca es capaz de descomponerse en una infinita gama de colores, cada uno de una longitud de onda distinta, aunque en el arco iris se distinguen siete: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil (índigo) y violeta, a los que se corresponden análogamente las siete notas de la escala musical. Cuando la luz incide sobre la superficie de cualquier objeto, este refleja solo ciertas longitudes de onda, y otras las absorbe; las que refleja son las que perciben nuestros ojos, interpretándolas como colores diferentes.
En la muestra se exhiben obras de un buen grupo de creadores para quienes el color ha sido, o sigue siendo, el centro de su práctica artística. Sin duda, las obras de Turner, Monet y Kandinsky han sido referentes claros en la historia de la independencia del color, pero la exposición se focaliza en la abstracción geométrica.
![Josef Albers, “Homage to The Square: Intrepid” [Homenaje al cuadrado: Intrépido], 1950.](https://www.aceprensa.com/wp-content/uploads/2025/05/color-3-1024x1007.jpg)
La exposición reúne no solo pinturas o esculturas; también textiles, cerámicas, fotografías y audiovisuales. Destacan algunas instalaciones que exploran los efectos lumínicos, como Caleidoscopio del espectro de colores (2003), de Olafur Eliasson, y otras obras singulares, como la de Anish Kapoor o Donald Judd. También del artista francés Yves Klein se puede ver su famoso color azul, un color vibrante, similar al añil, que ya forma parte del catálogo de Pantone, y con el que se inmortalizó después de patentarlo y hacerlo bandera de su obra.

Antecedentes de la autonomía del color
Dentro de la superficie expositiva se han instalado dos espacios singulares para resaltar la importancia de los colores, tanto en su versión matérica como en la lumínica.
Además del espacio audiovisual Coloramas, compensa dedicar tiempo –por su rico contenido– al gabinete donde se presentan algunos antecedentes de la autonomía del color. Se trata de una pequeña sala que muestra un conjunto de valiosas publicaciones de los siglos XVIII y XIX, con diagramas y círculos cromáticos, que ilustran las teorías artísticas y científicas del color en su relación con la óptica y la física de la luz. También se puede ver una gran variedad de pigmentos y tintes naturales y sintéticos utilizados a lo largo de la historia: materias colorantes obtenidas de células vegetales como la del amarillo, proveniente de la cúrcuma y la gualda, o el rojo de la alkanna y el zumaque. De los pigmentos de base mineral destaca el azul del lapislázuli. Dentro de este gabinete de colores despiertan gran interés las distintas muestras de lanas teñidas utilizadas para confeccionar los tapices; o el laborioso muestrario de tintes naturales contenido en el libro Plantas tintóreas y su uso (Real Jardín Botánico de Madrid, 1982).
Pero la joya pictórica de esta sala, que puede pasar inadvertida ante tantas curiosidades, es el retrato de Matisse pintado por André Derain. Aquí sí es importante la gestualidad: no son colores planos, sino pinceladas de colores puros, intensos y vibrantes (aplicados directamente del tubo). Esta pintura es de 1905, cuando ambos veraneaban en Colliure, momento en el que el ideal de objetividad se está cambiando por las percepciones visuales y emocionales de cada artista. Así lo relata Derain: “Siempre estábamos intoxicados de color, con palabras que hablan de color, y con el sol que hace que los colores parezcan estar vivos”.

La percepción y la psicología de los colores
Otra instalación novedosa es la que ha creado Carlos Cruz-Diez: Cromosaturación (1965-2009), la cual consiste en un entorno cromático compuesto por dispositivos luminosos con filtros de color verde, rojo y azul, que sumerge al visitante en una experiencia monocroma absoluta. Dentro de cada espacio monocromo, donde se impone la propia percepción, se visualiza la realidad del color ambiental y se advierte la alteración de las escalas cromáticas hasta que, por saturación, el color se desvanece y torna al blanco.
En el trasfondo de la exposición se percibe la importancia de la psicología de los colores, pues nos abren una puerta al mundo de las emociones –tema ampliamente estudiado–, también en la relación de los colores con la música. Hay ciertos colores que están cargados de simbolismo o son propios de nuestra cultura occidental; algunos han sido convertidos en normas sociales, como el blanco y el negro, aunque no estén en el círculo cromático porque son colores neutros. El blanco es la presencia de todos los colores y el negro es su ausencia total. Hay colores con carga ideológica o filosófica, y otros que simplemente transmiten sentimientos de seguridad, calidez, tranquilidad y confort, como el mencionado mocha mousse, que combina bien, según los expertos, con “los neutros como crema, beige y blanco roto, o los tonos vibrantes como mostaza, verde oliva o azul petróleo”.
Cuando a Matisse le preguntaron el porqué de su pintura, dijo: “Pinto para traducir mis emociones, mis sentimientos y las reacciones de mi sensibilidad en términos de color y forma, cosa que no puede hacer ni la cámara fotográfica más perfeccionada, incluso en colores, ni el cine”.