Tres personas al borde de un abismo. A la izquierda, una mujer con un vistoso vestido rojo se aferra a unos matorrales con una mano, mientras que con la otra señala a lo profundo. A la derecha del cuadro, apoyando la espalda en un árbol, un hombre erguido con los brazos cruzados mirando a la lejanía; su indumentaria es la que se denomina antigua usanza alemana. En el primer plano, un caballero de mayor edad que las otras dos personas, vestido con una levita azulada, aparece tumbado sobre la hierba; ha dejado el sombrero de copa y el bastón a un lado para asomarse al abismo. Las rocas cretáceas y las copas de los árboles sirven de marco a la escena; forman una especie de ventana que abre la vista a un mar que se extiende hasta el horizonte y sobre el que navegan dos diminutos veleros.
Acantilados blancos en Rügen es una de las obras más conocidas de Caspar David Friedrich y uno de sus principales óleos en la exposición que, hasta el 4 de agosto, se presenta en la Alte Nationalgalerie de Berlín, con ocasión del 250 aniversario del nacimiento del artista. Visto al natural, sorprenden en primer lugar sus reducidas dimensiones: apenas 90 por 70 cm, lo cual hace resaltar la precisión de los detalles en este paisaje simbólico. Y es que este cuadro no refleja un paisaje natural, sino que fue creado en el estudio a partir de bocetos, que también se han conservado, como se aprecia en la clara división en cuatro zonas: hierba, acantilado, mar y cielo.
Friedrich realizó esta obra con ocasión de su luna de miel en 1818 en esta isla del Mar Báltico, y como alegoría de una boda, como muestra la denominada “boda de árboles” que se tocan con sus ramas, un símbolo habitual en la época romántica. La intención de Friedrich nunca fue captar una imagen exacta de la naturaleza: “La tarea del pintor –escribió– no es representar fielmente el aire, el agua, las rocas y los árboles, sino reflejar su alma, sus sentimientos. Reconocer el espíritu de la naturaleza y penetrarlo, absorberlo y reproducirlo con todo su corazón y su mente es la tarea de una obra de arte”.
El carácter simbólico se aprecia aún más claramente en Etapas de la vida, pintado casi dos décadas después, pues las cinco personas que aparecen encarnan diferentes edades. En la figura del anciano con bastón, el pintor pudo haberse representado a sí mismo.
Paisajismo simbólico
Caspar David Friedrich (Greifswald, 1774-Dresde, 1840) se dio a conocer como creador de un paisajismo romántico y simbólico en su primera exposición en Berlín, a la edad de 36 años. La muestra, de 1810, titulaba Dos paisajes al óleo las obras que más tarde se conocerían como Monje junto al mar (al comienzo del artículo) y Abadía en el bosque de robles. Especialmente el primero causó una gran impresión por la inusual reducción de su tema y la composición casi abstracta. Heinrich von Kleist, uno de los más destacados escritores alemanes, lo calificó de “maravilloso cuadro” en un artículo publicado en el Berliner Abendblätter del 13 de octubre de 1810.
Birgit Verwiebe, comisaria de la exposición en la Alte Nationalgalerie, relata que Kleist pidió previamente a Clemens Brentano y Achim von Arnim una crítica de dicha obra, que utilizó como base para su publicación. Dice Verwiebe: “Tanto los comentarios de Brentano como el texto de Kleist se cuentan entre las reflexiones más impresionantes y profundas sobre la pintura de Friedrich y su entonces inusualmente moderna concepción del paisaje. Mientras Brentano tematizaba el anhelo como un perpetuo esfuerzo por alcanzar lo inalcanzable y la relación del hombre con el infinito, Kleist articulaba su visión apocalíptica del mundo y el sentimiento de soledad”. A pesar de esto y de que el rey Federico Guillermo III de Prusia adquiriera esos dos cuadros, a lo largo del siglo XIX Caspar David Friedrich fue, sin embargo, cayendo en el olvido. Por ejemplo, no aparece mencionado ni una sola vez en la Historia de la pintura en el siglo XIX, publicada en 1893-94 por el historiador alemán de arte Richard Muther.
Sólo en las postrimerías de dicho siglo se produciría su redescubrimiento. Así, el noruego Andreas Aubert, que lo había conocido casi por casualidad cuando, en 1888, hizo un viaje a Alemania buscando obras de su compatriota Johan Christian Clausen Dahl –sobre el que estaba elaborando su tesis doctoral–, escribió toda una serie de artículos sobre Caspar David Friedrich y convenció al nuevo director de la Nationalgalerie de Berlín, Hugo von Tschudi, de que colgara varias obras del pintor, hasta entonces relegadas a lugares secundarios, en el centro del Museo.
Visión de la naturaleza
Pero el paso definitivo sería la denominada “Exposición del siglo alemán”, de 1906. Entre las dos mil obras que se presentaban se encontraban 93 de Friedrich –36 cuadros y 57 dibujos–, la mayor reunión de creaciones suyas expuesta hasta entonces. Las reacciones fueron de gran entusiasmo; Birgit Verwiebe reproduce algunas de ellas. Ferdinand Laban consideraba que era un “avance en la visión de la naturaleza” y calificaba Monje junto al mar como la “obra más poderosa” del artista: “Tan significativa, tan inesperada, tan atmosféricamente moderna”. Para Franz Dülberg, Friedrich mostraba una combinación de “extrema nitidez de contorno con el más delicado sentido de la gradación en el ámbito del color”. Emil Heilbut, crítico de arte, editor de la revista Kunst und Künstler y coleccionista de pintura impresionista, escribió que Friedrich era “el artista más grande de la Alemania de su tiempo” y uno de los “pioneros del arte en Europa”.
Verwiebe ha dividido la exposición actual en tres grandes capítulos: “Montañas. Desfiladeros. Interior del bosque”, “Costas, litoral” y “Parejas de cuadros”. La naturaleza se agranda al representar a las figuras humanas pequeñas y en muchos casos de espaldas, contemplando una inmensidad que, en última instancia, sigue siendo un misterio para ellas. Técnicamente consigue ese efecto al suprimir el plano medio que sirve de transición entre la cercanía y la lejanía; de este modo, el mundo limitado humano se encuentra sin mediación con el infinito de la naturaleza. Así puede observarse, por ejemplo, en Hombre y mujer contemplando la luna o en Salida de la luna a orillas del mar, de modo que el ámbito terrenal adquiere el carácter trascendental y religioso al que se refería Clemens Brentano: la obra de Caspar David Friedrich trata de las cuestiones existenciales de la vida humana y su finitud.
Un comentario
Maravilloso artículo sobre este pintor desconocido para mí. Un gran descubrimiento de su profundidad.
Gracias