Conocer y reconocer a Tàpies

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Conocer y reconocer a Tàpies
Antoni Tàpies, Cruz y R (1995) / Foto: cortesía de Fundación Telefónica

El Museo Reina Sofía de Madrid acoge hasta el 24 de junio la exposición “Antoni Tàpies. La práctica del arte”, la mayor retrospectiva del artista celebrada hasta hoy. La muestra se trasladará luego a la Fundació Antoni Tàpies, en Barcelona, donde se podrá visitar desde el 20 de julio.

Esta excepcional muestra, organizada por el Museo Reina Sofía y la Fundació Antoni Tàpies, es una ocasión única para redescubrir la figura de Tàpies (1923-2012) o acercarse a ella por primera vez. La exposición conmemora el centenario del nacimiento del artista, y con ese motivo se han reunido 220 obras, procedentes de museos y colecciones de todo el mundo.

Las creaciones más conocidas de Tàpies impactan. Detrás de la potente presencia de sus cuadros, lograda tanto por los grandes formatos como por su inconfundible “expresionismo matérico” –plasmado sobre el relieve terroso de sus lienzos–, se vislumbra una profunda poética. Una especie de “espíritu de la materia” que fluye entre las distintas capas de significado que habitan en sus pinturas. Para algunos, Tàpies podría ya estar pasado de moda, con unos cuadros que quedan muy bien en las paredes de espacios institucionales. Pero no es así, porque, además de que se conoce poco su producción, la rotundidad de sus piezas y la fuerza expresiva de su gesto hacen de ella algo actual, que vale la pena revisitar.

La exposición se centra en el recorrido artístico de Tàpies, y desvela no solo su interesante trayectoria intelectual, sino el proceso creativo de su obra, que a la vez conforma su propia identidad: esa manera tan peculiar de trabajar. Para algunos será una oportunidad de reencontrarse con las temáticas y técnicas que vertebran su lenguaje plástico. Un lenguaje singular, formado por números, signos, símbolos (como la omnipresente cruz) o las caligrafías autorreferenciales, perforaciones e incisiones realizadas sobre la superficie matérica de gran parte de sus obras. Para otros, la obra expuesta será una oportunidad de descubrir y experimentar esos ambientes que el artista gustaba de crear, juntando varios cuadros en su estudio, para instaurar como distintas “atmósferas”, recreadas ahora en las salas del museo.

Tàpies trabajando / Foto: Fundació Antoni Tàpies

Un logro sin duda de Manuel Borja-Villel, comisario de la exposición, quien explica en el catálogo que “Tàpies concebía sus obras en relación con otras anteriores o posteriores, tratando de ‘conformar entornos’. Hay una evolución en su obra, pero esta no se fundamenta en una progresión, en un quemar etapas o en un desarrollo lineal, sino en las superposiciones, repeticiones y ritornelos”. La muestra reúne en la misma sala tres obras de grandes dimensiones realizadas expresamente por Tàpies como un conjunto, pero que rara vez se han mostrado juntas. Se trata de Gran tela gris para Documenta (1964), Ocre para Documenta (1963) y Relieve negro para Documenta (1964).

Los 220 cuadros reunidos son muchos, pero están bien dispuestos por etapas y de manera cronológica; todo un acierto para no perderse en un recorrido que abarca su obra desde que tenía veinte años hasta su muerte en 2012. Además, en la muestra se incluyen sus cuadernos de notas, ideas o proyectos; y una serie que manifiesta el amor que tenía a su mujer, Teresa Barba, expresado a través de dibujos, litografías y collages, y plasmado especialmente en Cartas a Teresa (1971).

Un autodidacta

A los 18 años Tàpies padece una grave enfermedad pulmonar. En su convalecencia se interesa por la práctica artística. Y, de manera autodidacta, va copiando obras de otros artistas, como Van Gogh o Picasso. Ese será el comienzo de una dilatada y prolífica carrera artística, marcada primero por la herencia de las vanguardias históricas y más tarde por su vinculación al grupo artístico Dau al Set (1948). Aunque en sus trabajos iniciales de los años 40 todavía está presente la huella de Klee, Miró o Ernst, sus pinturas ya empiezan a reflejar la relación con la naturaleza, con la ciencia y, de una manera clara, con la espiritualidad.

La década de los 50 es clave en su carrera. Tras residir un tiempo en París, donde conoce a Picasso, afianza su propio gesto y lleva a cabo una intensa experimentación de las propiedades expresivas de la materia y del lenguaje. Desde 1953 su trabajo da un giro hacia lo matérico, utilizando solo ocres, tierras y grises, con una llamativa ausencia de color que trata de compensar con sutiles contrastes y diferentes texturas. A partir de ahí su obra salta al ámbito internacional. Y más, en los años 60, cuando sus pinturas reflejan su posicionamiento político antifranquista. En 1962 alcanzó la fama internacional con una exposición antológica en el Guggenheim de Nueva York. Desde entonces, su obra se ha expuesto en numerosos lugares; entre otros, en la histórica Documenta III de Kassel, Alemania (1964) o en la Bienal de Venecia (1993), en la que recibió el León de Oro.

La pintura matérica de sus obras: detalle de “Superposición de materia gris” (1961) / Foto: Museo Reina Sofía

En los años 80 Tàpies recupera la pincelada y su obra se centra en el uso de barnices, un mundo de tonalidades áureas, al tiempo que se va haciendo más serena. Es la antesala de sus dos últimas décadas, en las que un sentimiento de nostalgia envuelve el trabajo de Tàpies y la temática de la muerte y de la enfermedad llega a dominarlo todo.

Tres claves para entender su obra

Tàpies era un hombre culto, con sentido del humor. Tal vez destaca su carácter reflexivo y abierto a lo trascendente: de ahí su interés por el misticismo oriental, especialmente por aspectos del hinduismo y el budismo. Llegó a ser no solo un pintor prolijo (9.000 obras), sino un ávido lector y un buen coleccionista. Recibió por herencia paterna (su padre y su abuelo fueron editores) el talento de escribir. Esto se refleja en sus obras, en gran medida introspectivas y literarias; por eso emplea escrituras e ideogramas, incluso jeroglíficos, que constituyen parte de su lenguaje pictórico. Esas caligrafías o haikus tintan sus obras de cierta magia y lirismo; parecen investidas de un toque esotérico, como realizadas por un chamán que pretende producir un efecto en sus espectadores.

También gustaba de jugar con su apellido, y considerar sus cuadros matéricos como si fueran “tapias” en las que conviven heridas o tatuajes que eternizan la huella del tiempo: rasgaduras, pintadas o todo tipo de marcas. Al mismo tiempo, la experimentación forma parte de su manera de trabajar; de hecho, en la exposición se muestran algunos ensayos que hacía con papel y cartón, para probar nuevos efectos sobre la materia, en los que se interconectan el dibujo, el collage y la pintura con libertad expresiva. Habitualmente utiliza soportes de tela o madera sobre los que extiende una pasta elaborada con arena, cemento, yeso, pigmentos o mármol pulverizado. Esa “masa fresca e informe”, que posee relieve y texturas irregulares, le permite hacer raspaduras, arañazos o caligrafiar su superficie arenosa.

Su obra no abandona del todo la figuración

Tàpies ve el mundo a través de la pintura y al mismo tiempo su mirada es de pintor, señala Borja-Villel. Antonio López decía del artista catalán que “todo lo hace desde la pintura; aunque ponga en el cuadro un colchón, él lo convierte todo en pintura”. Pese a ser inscrito en el informalismo de la posguerra, “Tàpies —subraya el comisario— nunca termina por soltar la figuración. Ese debate entre figuración y abstracción para él no existía. Es materia que va creando cuerpos, no es ni abstracta ni figurativa, son formas, gestos”.

Puerta metálica y violín (1956) / Foto: Museo Reina Sofía

Algunos ven solo la excelencia de su técnica, pero su obra va más allá, porque él hace objetos y crea ambientes. El soporte le sirve para insertar objetos cotidianos, desde una cama hasta un violín. Según Colm Tóibín, “se obsesionó con los muebles viejos, con la poética de las mesas, sillas y puertas que ya no servían pero que evocaban en él muchas emociones”. Por eso, su obra no llega a ser abstracta, porque en sus cuadros habita la presencia humana, plasmada en objetos, en gestos de su mundo interior o en símbolos de carácter universal: la vida, la muerte o el dolor. Pero también está presente la sexualidad o la ambigüedad del cuerpo, como esos pies que aparecen con frecuencia, los mismos que recorren el lienzo en su quehacer artístico: Pisadas sobre fondo blanco (1965).

El arte como herramienta de denuncia

Tàpies es moderno; sigue siendo actual. Su vida está entrelazada con su obra. Por eso en sus cuadros están las guerras, los conflictos sociales o los acontecimientos políticos. Toda su obra trasmite una tensión entre la vida y la muerte, el amor y el dolor, la cruz y la equis… Esto se puede observar en Envoltorio (1994), o en otra de sus obras expuestas, Dukkha (1995), que el artista realizó durante la guerra de los Balcanes, y en la que insertó una pierna ortopédica con un botín. Una obra icónica de lectura compleja, pues comporta significados múltiples (la desilusión, el sufrimiento, el vacío, la tensión…) que no escapan a la desazón y al momento vital del artista. Él siempre se manifestó contra la violencia, y en su obra está ese carácter reivindicativo, que sitúa el arte como herramienta de denuncia al servicio de la sociedad. No le vale el arte por el arte.

Dukkha (1995) / Foto: Museo Reina Sofía

Finalmente, animo a no perderse en la exposición la única obra pintada con un tono azul fascinante: Pintura azul con arco de círculo (1959). Será que –como señala Tóibín–“el azul llega a nosotros a través del silencio, del misterio…”, cualidades que envuelven toda la obra de Tàpies en ese arco de círculo del tiempo.

 

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