Afán de polémica

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Deborah Tannen, profesora de lingüística en la Universidad de Georgetown (EE. UU.), escribe contra la práctica, muy extendida en los medios de comunicación, de buscar la polémica por la polémica (International Herald Tribune, 18-I-94).

Es cada vez más frecuente que periodistas, políticos e intelectuales consideren el diálogo público como una polémica (…). En las discusiones privadas no se intenta comprender lo que dice el interlocutor. Se buscan los puntos flacos para saltar sobre ellos: puntos que se puedan deformar para desacreditar al otro. Todos nos comportamos así cuando estamos airados, pero ¿es éste el mejor modelo para el intercambio público de pareceres?

Esta ruptura de la frontera entre lo público y lo privado propicia lo que he dado en llamar cultura de la crítica.

En una polémica hay un ganador y un perdedor. Si uno polemiza para ganar, está fuertemente tentado de negar los hechos favorables a los puntos de vista del oponente y presentar sólo los que apoyan los propios.

(…) Si el diálogo público es una contienda, en toda cuestión ha de haber dos bandos: ni más ni menos. Y es imprescindible presentar «el otro bando», aunque para encontrarlo haya que traspasar los límites de la ciencia o de la sensatez. La cultura de la crítica se basa en la creencia de que la oposición conduce a la verdad. Y como se supone que la gente goza contemplando una disputa, se presentan los puntos de vista más extremos, pues éstos son los que dan el mejor espectáculo.

Pero es un mito que la oposición conduzca a la verdad, cuando la verdad no reside en un lado o en el otro, sino que es más bien como un cristal de muchas facetas. Como la cultura de la crítica incita a atacar y, muchas veces, a deformar las opiniones ajenas, los otros tienen que malgastar tiempo e ingenio rectificando las tergiversaciones y defendiéndose.

Algunos eruditos serios han tenido que emplear años escribiendo libros para demostrar que existió el Holocausto judío, porque se ha dado publicidad a unos cuantos fanáticos que lo niegan. Quienes les sirven de altavoz saben que lo que ésos dicen es sencillamente falso, pero justifican la difusión de mentiras alegando que es preciso oír «la otra campana». El empeño por encontrar otra «campana» puede ser una manera de extender la desinformación.

(…) Cuando quienes están en el poder saben que buscarán las vueltas a lo que digan y probablemente lo tergiversarán, se vuelven más precavidos. Algunas personalidades que antes daban extensas y francas ruedas de prensa, ahora se limitan a leer breves declaraciones escritas. Cuando se consigue que se dé menos información, la polémica no conduce a la verdad.

La polémica también limita la información cuando logra que sólo tomen parte en los debates públicos quienes son hábiles para la dialéctica, mientras los que no lo son, o no les gusta, rehúsan participar.

(…) Cuando la polémica se convierte en el principal medio para informar, cuando el afán de polémica exalta las posturas extremas y deja en la sombra la complejidad, cuando la pasión por encontrar puntos flacos nos impide ver los puntos sólidos, cuando el ambiente de animosidad estorba el respeto mutuo y envenena nuestras relaciones, entonces la cultura de la crítica nos ahoga.

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