En los últimos meses se han estrenado –o presentado en festivales– una decena de títulos que abordan el final de la vida. La mitad de ellas se centran en la eutanasia o en los cuidados paliativos desde perspectivas muy diferentes. Otras reflejan la vejez como un tiempo en el que las limitaciones físicas o psíquicas no tienen por qué impedir ni el crecimiento ni la felicidad personal.
El pasado mes de septiembre, Pedro Almodóvar ganaba el León de Oro en el Festival de Venecia por una de sus películas más flojas: La habitación de al lado. La cinta cuenta la amistad de dos mujeres, una de ellas enferma de cáncer y decidida a poner fin a su vida. Como no quiere hacerlo en una casa sola, le pide a su amiga –ten amigas para esto– que la acompañe en la habitación de al lado. La intencionalidad de la película la subrayaba el propio Almodóvar en la rueda de prensa en Venecia: “Esta película está a favor de la eutanasia. Es algo que admiramos de la protagonista ya que decide que librarse del cáncer sólo puede hacerse tomando la decisión que toma. En España tenemos una ley sobre la eutanasia. Debería ser posible en todo el mundo. Debería estar regulada y el médico debería poder ayudar a su paciente”.
Tampoco hay en la película, todo hay que decirlo, una reflexión excesivamente profunda sobre la eutanasia. Ni siquiera se entra mucho al debate, excepto para criticar a un policía que, por supuesto, es católico y vota a la ultraderecha y que amenaza con investigar la muerte de la protagonista.
Aunque desde una postura proeutanasia, “Polvo serán” resulta mucho más profunda y matizada que “La habitación de al lado”
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En ese sentido, Polvo serán, de Carlos Marques-Marcet, es una película más profunda y, aunque desde una perspectiva de defensa de la eutanasia, entra al debate y muestra las voces discordantes. La cinta la protagoniza también una enferma terminal de cáncer –interpretada por Ángela Molina–, que está obsesionada con el paso del tiempo. Ante su declive, ha decidido viajar a Suiza a una de esas cápsulas de suicidio. Su marido, que goza de una estupenda salud, ha decidido acompañarla en su viaje hacia el otro mundo. Dice que no puede vivir sin ella, ante la perplejidad y enfado de su hija menor. La película acierta al mostrar, por una parte, cómo una sociedad obsesionada por la imagen, la juventud, el éxito y la productividad se ve abocada a la eutanasia y, por otra, lo peligrosa que puede ser una compasión desencarnada. Una compasión en el fondo egoísta que solo vela por su propio bienestar. El final de la película, con esos cruces de miradas silenciosos y amenazantes, es magistral. Una aparente ternura transmutada en cianuro.
El valor de los cuidados paliativos
Afortunadamente, la eutanasia no es la única respuesta que el cine reciente está dando al tema de la muerte. Frente a la frialdad hueca de la habitación de Almodóvar o la frialdad dramática de la habitación suiza de Carlos Marques-Marcet hay propuestas más serenas y luminosas que ponen el foco en los cuidados paliativos.
Y aquí hay que destacar Los destellos, la sobresaliente película de Pilar Palomero que cuenta otro cáncer terminal, en este caso el de un hombre divorciado que, al final de su vida, recibirá el cuidado de su exmujer y de su hija. Para escribir y dirigir la película, Palomero se inspiró en el documental –también magnífico– de Carlos Agulló Los demás días. Agulló se centraba en el trabajo del equipo de cuidados paliativos dirigidos por el doctor Pablo Iglesias. Fiel a su estilo cuasidocumental, y como hizo en La maternal, Palomero quiso contar con el propio Iglesias en algunas escenas de la película. Es curioso porque, frente al dolor, el nihilismo y la impaciencia que brota –aunque de manera desigual– en las dos películas anteriores, Palomero plantea ese tiempo de descuento ante la muerte como una oportunidad de reconciliación. Una oportunidad, en el fondo, de ser feliz.
Es un planteamiento parecido al de Las tres hijas. Tres hermanas se reúnen para acompañar a su padre en los últimos momentos. Un profesional de los cuidados paliativos les ayuda a afrontar la muerte. El sufrimiento les sirve para acortar distancias y reconstruir unas relaciones que, hasta ese momento, parecían rotas. Como en el caso de Los destellos, y aunque se trate de una película de menor calidad cinematográfica, se refleja cómo esa espera de la muerte, con su indudable dosis de dramatismo, puede vivirse como un tiempo de crecimiento y de sentido.
“El último suspiro” ofrece una visión positiva de los cuidados paliativos, y “Mi postre favorito” muestra delicada y humorísticamente el valor de la ancianidad
En los dos casos, se destaca la importancia de los profesionales de los cuidados paliativos. Enfrentarse a la muerte, de uno mismo, o de un ser querido, conlleva, además del sufrimiento moral, un sufrimiento físico que, en lo posible, hay que quitar o al menos mitigar. Muchas veces es el dolor físico o la angustia por unos síntomas que no se controlan lo que hace que haya enfermos o familiares que soliciten la eutanasia. El papel de estos profesionales, que trabajan de una manera holística y que son expertos en comunicación, es clave para descargar a la familia de preocupaciones que les sobrepasan y ayudarles a centrarse en el cuidado.
Es el caso del protagonista de El último suspiro, otra reciente película del veteranísimo –91 años– director griego Costa-Gavras que cuenta la relación entre un filósofo angustiado por la vejez y la muerte y un médico que, después de una fuerte experiencia en África, dedica su vida a los cuidados paliativos. De todas las películas citadas, es esta la que se centra más en esta especialidad y todo lo que conlleva. Desde cómo dar un mal diagnóstico, hasta acompañar en la desesperación a un paciente joven que se rebela ante la enfermedad y apoyarle después para que viva con sentido el tiempo que le queda. Es cierto que la cinta deja un sabor agridulce porque incluye al final una subtrama en la que una de las enfermas –curiosamente, interpretada también por Ángela Molina– decide acudir a la eutanasia a través de un rito bastante excéntrico. Con todo, este episodio no anula la visión positiva y humana sobre la importancia de los cuidados paliativos.
El valor de la ancianidad
Que, en una sociedad donde mueren más personas que las que nacen se aborde el tema de la muerte, es lógico. Como es lógico también que otro tema recurrente sea el de la ancianidad. Alrededor de la vejez se tejen muchos otros temas de calado moral como el papel de los ancianos en la familia, el problema de la soledad, la necesidad de los cuidados o la dignidad de la vida frágil y vulnerable.
La mentalidad proeutanasia de la sociedad occidental viene, muchas veces, de una concepción negativa de la vejez. En un mundo obsesionado por la productividad, se percibe como una etapa improductiva. En una sociedad hedonista asusta que, en la vejez, se pierda bienestar. Y, para terminar el dibujo, el hombre actual no sabe esperar. Todo lo hace al instante y con apariencia de control (solo hay que preguntarle a un joven cuánto hace que no espera al autobús sin saber lo que tardará en llegar a su parada). En un paisaje así nada hay más escalofriante que la idea de “esperar a la muerte”. Sin saber ni cómo, ni cuándo, ni dónde va a llegar. Demasiada incertidumbre.
Por eso, que el cine refleje que la vejez –como la enfermedad terminal– puede ser un tiempo de crecimiento interior, un tiempo de cultivar relaciones, hobbies y, en el fondo, felicidad, es una estupenda noticia.
Y, por eso, el público que ha asistido a festivales (son películas que se estrenarán próximamente) ha conectado con películas como Mi postre favorito, una encantadora película iraní que aborda con delicadeza y humor una historia de amor tardía, o Familiar Touch, en la que una anciana demuestra que el tiempo vivido en una residencia no tiene por qué ser agónico (como aprendimos con El agente topo) y que perder algunas facultades por el paso de los años no significa no tener ninguna. De hecho, hay facultades que se desarrollan precisamente con ese pasar de los años. Aunque con menos nitidez moral, las ancianas protagonistas de Verano en diciembre y Cuando cae el otoño muestran también el valor de los ancianos como aglutinantes de la vida familiar.
En definitiva, muchas de estas películas nos muestran como el “The End” de la vida, a pesar de su carga de incertidumbre y sufrimiento, puede y debe ser un final feliz.
2 Comentarios
Muchas gracias, Ana. Me ha gustado mucho.
Y como estoy en Tajamar (ojo: en FP boinas verdes ), sólo te tengo que invitar a venir al colegio para verlo (12 hectáreas, 2200 alumnos, 200 profesores ) y después, quizá, tener una tertulia con los chicos con la película que más te guste para transmitir valores éticos…pues están lejos de lo cristiano…pero con gran corazón solidario. Gracias por tu paciencia…Para no hablar del tiempo..
Tienes unos hermanos muy majos. Un saludo cariñoso. Roberto Carbajo. Capellán de FP. +34 670 680 354.
lAS PLANTAS NO CRECEN MÁS DEPRISA PORQUE TIREMOS DE LOS TALLOS HACIA ARRIBA. LA ECOLOGÍA TAMBIÉN A DE SER HUMANA, Y POR LO TANTO LOS RITMOS NATURALES SE HAN DE VALORAR POSITIVAMENTE. CONTRA LA PLANA IMAGEN DEL JOVEN BELLO Y HEDONISTA, LA NATURALEZA MUESTRA LA ENFERMEDAD,DECREPITUD Y MUERTE, QUE NOS INVITAN A CRECER HACIA DENTRO, A DESCUBRIR BELLEZAS MÁS AUTENTICAS…