Si la tele recibió en su momento el apelativo de caja tonta por su capacidad para cautivar a todo el que se sentara ante ella y sacarlo del mundo real durante horas, hay que decir en justicia que también se prestaba a facilitar el diálogo, el compartir. Cuando un padre se plantaba en el sofá con su hijo a ver algún programa, lo más natural era que fuera respondiendo uno a uno los “¿y por qué pasa esto?” que el niño le dirigía.
Con el móvil no sucede así. O sucede menos, habría que decir, porque el padre tiene su teléfono, y al niño, para que se esté tranquilo, se le da otro, o una tablet o algún otro tipo de pantalla de efectos “cuasicongelantes”. Cada uno en lo suyo, entretenidos, sin intercambio verbal. Sin nuevas palabras que enunciar pa…
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Un comentario
Excelente