Las aplicaciones de bienestar: cuando la salud se reduce a números y estadísticas

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Las aplicaciones de bienestar
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Ahora hay una app para todo: para escuchar música, para el banco, para pagar desde el móvil, para leer las noticias, para rezar, para evitar el uso excesivo de las otras apps… y también para hacer ejercicio, contar calorías, medir la calidad del sueño, “recibir” terapia o controlar la glucosa.

Conocidas como wellness apps, prometen mejorar la salud física y mental. El sector de las aplicaciones de bienestar se valoró en 2.700 millones de dólares en 2022, con una proyección de crecimiento anual del 17,7%. Por número de descargas, las más populares son aquellas que dicen mejorar el sueño, seguidas por las que prometen “ayudar” a meditar o a perder peso.

Sin embargo, su éxito no les ha evitado las críticas. Advertencias de antiguos usuarios y estudios recientes señalan que, a pesar de las buenas intenciones, la falta de contacto humano y la “automatización de los cuidados” pueden causar el efecto contrario al deseado. Algunos expertos también muestran reparos sobre las posibles repercusiones para la privacidad de dar a estas aplicaciones tal acceso a nuestros datos físicos y de salud mental.

Dormir, una competición

Para muchas personas, rastrear la calidad de su sueño se ha convertido en una obsesión. Lo hacen mediante el teléfono móvil o con dispositivos como el apple watch o el fitbit, que las acompañan a toda hora. El procedimiento es siempre el mismo: la aplicación correspondiente recoge la mayor cantidad de datos posible sobre los patrones de sueño del usuario. Después, algunas le ofrecen un simple resumen; otras incluyen también recomendaciones “personalizadas”.

Un estudio conducido por Rush Medical College y la Northwestern School of Medicine ya había advertido en 2017 sobre los peligros que estas tecnologías podrían tener para el descanso. Apenas cuando se empezaban a popularizar, señaló que los datos recogidos pueden no ser precisos e incluso causar una preocupación excesiva por la calidad del sueño, llamada “ortosomnia”, que acaba produciendo que, de hecho, esta empeore.

Algunas personas llevan esta obsesión al extremo. En declaraciones al Wall Street Journal, Mike Skerrett, de 27 años, reconocía incluso haberse sellado la boca con cinta adhesiva para mejorar sus estadísticas en Whoop, la aplicación de la pulsera con la que duerme cada noche, y que consulta todas las mañanas apenas se despierta.

En un intento de fidelizar más a los usuarios, algunas aplicaciones han optado por convertir esa competitividad en entretenimiento. Una de estas es Pokémon Sleep: los “jugadores” han de dejar su móvil cerca de la almohada para que recoja los datos del sueño; al día siguiente, pueden atrapar unas u otras criaturas dependiendo de la “puntuación” conseguida.

Acostumbrarse a ver las diferentes métricas que dictan los aparatos y las apps lleva a muchos a desconfiar de la sensación de descanso que sienten cuando se levantan. Si estas indican que la calidad de sueño ha empeorado respecto al día anterior, el usuario puede entrar en una espiral de preocupación, que degenere en estrés o ansiedad.

La necesidad de control, al ritmo de un robot

Algo similar ocurre con las aplicaciones de fitness. Quienes las utilizan reciben pequeñas descargas de dopamina (la “hormona de la satisfacción”) cada vez que ven que han cumplido una de sus metas del día. Sin embargo, como señala la entrenadora de salud Saara Haarpen, cuando se acumulan los fracasos, su recuerdo constante puede acabar fácilmente en ansiedad y obsesión, y provocar una reacción “de defensa o de huida”.

La obsesión por los datos de salud y forma física, mezclada con la necesidad de cumplir metas, puede agudizar desórdenes alimentarios o de comportamiento

¿Qué pasa si se dieron ocho mil pasos en vez de los diez mil esperados? Hay quienes, con tal de cumplir con la meta de turno, se empujan hasta el límite, y reorganizan sus vidas de formas que pueden afectar otros ámbitos de ella: toman el camino más largo para ir al trabajo, así lleguen media hora tarde, o rehúsan dormir antes de haber cumplido el objetivo que la aplicación les ha marcado. Otros dejan de valorar el ejercicio físico, o incluso renuncian a él, si no lo pueden medir con el “contador de calorías”.

Quienes actúan así, parecen creer que para estar “verdaderamente sanos” hay que desconfiar de la sensación de estar bien en el propio cuerpo o de haber realizado un buen entrenamiento. Hasta que las estadísticas de los rastreadores o las aplicaciones no lo confirmen, no se puede cantar victoria. De esta manera, al igual que con las estadísticas del sueño, se puede crear un desajuste entre lo que se supone que se tiene que sentir (lo que dicen los aparatos) y lo que de verdad se siente.

Además, muchas veces, con esta obsesión por los datos se pierde la capacidad de disfrutar de hacer ejercicio por hacer ejercicio, o de dormir por dormir, o de comer por comer, porque, muy de acuerdo con la época en la que vivimos, todo tiene que estar dirigido a una meta o a un objetivo que, cómo no, tiene que ser cuantificable.

Esconderse detrás de los datos

No hace falta ser muy intuitivo para entender cómo esta obsesión por los datos, mezclada con la necesidad de cumplir metas, puede agudizar en algunas personas posibles desórdenes alimentarios o de comportamiento. Según la Federación Nacional Estadounidense de Entrenadores (NFTP, por sus siglas en inglés), el 65% de los pacientes con anorexia nerviosa admiten usar apps que ayudan a contar calorías, lo cual les lleva además, a ejercitarse compulsivamente (un trastorno conocido como “tecnorexia”).

Pese a sus riesgos, las llamadas “aplicaciones de bienestar” pueden ayudar a muchas personas a conseguir unos hábitos más saludables

Zoe, una app que se desarrolló para medir y seguir la pista a los síntomas del covid, ahora se ha convertido en un programa de nutrición hiperpersonalizado. Se basa en los niveles de glucosa en la sangre y el microbioma intestinal, los cuales rastrea constantemente a través de aparatos médicos que la empresa hace llegar al usuario. Hasta ahora, no se ha demostrado la base científica que respalde el proceso que sigue el programa, o que los monitores de glucosa ayuden a las personas sin diabetes a mantenerse sanas, según señala Unherd. Esto no ha evitado que más de cien mil personas en Inglaterra, donde más se ha popularizado la aplicación, paguen 300 libras al año para que la aplicación procese sus datos y se los muestre de nuevo. Allí, los médicos han documentado un aumento de trabajo debido a quienes han acudido a sus oficinas preocupados por cualquier cambio mínimo en sus resultados de Zoe.

Noom, MyFitnessPal y Lose it! son otras aplicaciones de bienestar que se presentan como aliados para una “alimentación consciente”, supuestamente opuesta a las dietas que buscan adelgazar como único objetivo. Sin embargo, utilizan los mismos métodos para contar calorías y catalogar a los alimentos como “buenos” o “malos”. Noom cobra 70 dólares al mes a cada usuario. Si el sistema detecta que este ha comido “más calorías de la cuenta” o no ha enviado los datos sobre su menú de ese día, no duda en recordárselo. “Noom es como si dijera ‘qué tal que nos pagases para que manejemos tu desorden alimenticio en una app’”, escribió una tuitera en 2021. El tweet fue recuperado en 2023, con más de 35.000 “me gusta” y mil retweets. Sin embargo, la empresa, que estaba valorada en 3.100 millones de dólares en 2021, no ha dejado de crecer desde entonces.

En parte, esto se debe a que, pese a sus riesgos, las llamadas “aplicaciones de bienestar” pueden ayudar a muchas personas a conseguir unos hábitos más saludables, a través de la información que les proporcionan y el acompañamiento que realizan. Sin embargo, la falta de flexibilidad en los análisis y el énfasis en los datos, junto con la obsesión que pueden generar para quienes tienen personalidades perfeccionistas, recuerdan la importancia del acompañamiento profesional y humano en cualquier camino hacia la verdadera salud. Porque, a fin de cuentas, esta es imposible de reducir a números, el único lenguaje que puede entender un algoritmo.

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