SIDA: prevención sin tabúes

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Contrapunto

Es llamativa la importancia que la prensa ha atribuido al documento de los obispos franceses sobre el SIDA. Hasta ahora se nos aseguraba que ni tan siquiera los católicos se guían en su comportamiento sexual por lo que enseña el Magisterio de la Iglesia. Sin embargo, ahora una sola frase espigada en un largo documento se convierte en noticia de primera página y es saludada como si tuviera un poder taumatúrgico en la prevención del SIDA.

¿Pero en quién puede influir? Aquellos que ajustan su conducta sexual a las enseñanzas de la Iglesia -abstinencia antes del matrimonio o fidelidad a la pareja no infectada- tienen una protección natural contra el SIDA y no necesitan para nada del preservativo. En cambio, quienes llevan una vida sexual contraria a la ética cristiana es señal de que no hacen caso a los obispos, y por lo tanto les trae sin cuidado lo que éstos puedan decir sobre el SIDA. Y si las insistentes campañas sobre el uso del preservativo no les han decidido a utilizarlo, ¿por qué iban a hacerlo ahora?

Al felicitar a los obispos por este supuesto cambio, que ellos niegan que sea tal, se intenta asociar a la Iglesia a un cierto tipo de estrategia en la prevención del SIDA, sobre todo con los jóvenes. En teoría, los responsables de estas campañas aseguran que se trata de conseguir cambios duraderos en el comportamiento sexual para reducir así los riesgos de infección. En la práctica, sólo se inculca la utilización del preservativo, presentándolo como algo normal, por no decir indispensable. Y como la Iglesia católica considera que esto favorece un comportamiento sexual irresponsable, se la acusa de no colaborar en la prevención de la epidemia.

En realidad, la Iglesia católica trabaja para prevenir el SIDA al promover, antes y ahora, una conducta sexual que evita el riesgo de infección. Cosa que no pueden decir los que alentaron una trivialización de las relaciones sexuales, y que hoy intentan paliar sus consecuencias con la idea del «sexo seguro». Las críticas a la Iglesia por no subirse a este carro, revelan el malestar de una mentalidad acostumbrada a buscar remedios técnicos para problemas que de hecho exigen un cambio de conducta. Lo malo es que en este caso el remedio técnico es muy pobre. En la época de los trasplantes, de la terapia génica y de la fecundación in vitro, lo más avanzado para prevenir el virus mortal del SIDA es una funda. Y como, a falta de una vacuna, el recurso es tan precario, se intenta darle patente de nobleza con aprobaciones sanitarias a las que se desearía añadir las bendiciones de la Iglesia.

Pero ante la difusión del SIDA, la estrategia del «sexo seguro» es un mero paliativo («Si no eres casto, sé al menos cauto», decía ya el adagio latino). La vía eficaz de prevención consiste en un esfuerzo educativo para proponer unos criterios sanos de conducta sexual. En eso está la Iglesia católica, que defiende una concepción del sexo basada en el dominio de sí, la responsabilidad y la formación moral. Se trata también de una prevención coherente. Pues no se puede pretender que los jóvenes descubran una visión de la sexualidad basada sobre el amor y la responsabilidad, y al mismo tiempo distribuir preservativos en los colegios.

También los obispos franceses defienden este enfoque de prevención. Si hay que buscar una frase que haga justicia al contenido del documento, sería más exacto titular: «Los obispos franceses consideran que el preservativo es una respuesta insuficiente y deseducativa». Pero entonces ya no se podría decir que los obispos franceses han cambiado y oponer su «apertura» al «bloqueo» de Roma.

Puestos a malinterpretar el documento, algunos han asegurado que «para los obispos el preservativo ya no es tabú». Pero el preservativo es el nuevo tabú, la norma sexual que no se puede transgredir. La fidelidad a una mujer se da por imposible, pero se exige una fidelidad sin falla al preservativo. Lo que hoy día sigue siendo tabú es hablar de la castidad.

Ignacio Aréchaga

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